Reproducimos el siguiente artículo del Dr. Luis Ignacio Amorós, publicado originalmente en su blog en InfoCatólica.
Todo cuanto ha sido creado, lo ha sido por obra de Dios. Por tanto, a él pertenece el universo y cuanto contiene. Los conceptos de soberanía, poder o autoridad, da igual quién los evoque, no tienen otra fuente que él. Y así lo ha reconocido la Iglesia en una doxología primitiva (y que aún conservamos) que alude a Dios diciendo “Tuyo es el poder y la Gloria por siempre, Señor”.
Así pues, cualquier poder mundano, cualquier soberanía o autoridad, de forma directa o indirecta, inmediata o remota, proviene de Dios.
El poder no es contrario a los designios de Dios. Aquellos católicos que, de buena fe, consideran malo en sí mismo el poder, e invitan a eludirlo, no siguen las enseñanzas de la Iglesia.
Naturalmente, el uso que hagamos de las obras de Dios, siempre buenas en su naturaleza, es lo que da su calificación moral a nuestra acción. Los seres no espirituales no pueden rechazar a Dios, y llevan a cabo con perfección cuanto su naturaleza establece. Únicamente los seres espirituales, por ser los únicos libres,pueden rebelarse contra la voluntad divina y pervertir sus obras. Lo hizo satanás y sus ángeles caídos. Lo hizo el hombre desde el pecado original, el de la rebelión contra Dios.
Hemos de recordar que, teológicamente hablando, el mal no tiene entidad propia. A diferencia de los maniqueos, los cristianos no creemos en el bien y el mal como dos opuestos en lucha constante. El mal no existe sino como la negación del Bien. Dado que Dios es el Bien absoluto, del que provienen todos los demás bienes, el mal es la negación o rechazo de Dios. Por ello el pecado, que es apartarse voluntariamente de los designios divinos, es equiparable al mal.
Es obvio que la corrupción del poder ha sido siempre uno de los instrumentos predilectos del Maligno. La tercera y última de las tentaciones del Demonio a Jesús en el desierto fue precisamente ofrecerle todos los reinos de la tierra, como quien ofrece lo que es suyo. Y Jesucristo mismo dice a sus discípulos “sabéis que los poderosos de las naciones los oprimen y tiranizan”.
Pero existe también un uso bueno de la autoridad y el poder, como el mismo Salvador recuerda a continuación: “no sea así entre vosotros; el que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos” (Mc 9, 35). Es por ello que enseña la Iglesia que toda autoridad está llamada a servir: el padre a sus hijos, el jefe a sus empleados, el presbítero a sus feligreses. Uno de los más hermosos títulos del papa es el de “siervo de los siervos de Dios”.
La doctrina social de la Iglesia (CIC 1897-1927) resume todas las enseñanzas católicas desde san Pedro acerca del empleo de la autoridad y la potestad al servicio de la Verdad, la Justicia, la Paz y la Misericordia, para que las leyes de los pueblos les lleven a la práctica de las virtudes. Es el llamado Bien Común. Está basado en la ley divina (la ley natural y la ley revelada), y toda legislación humana (o positiva) que no se ajuste a ellas, no cumple el designio de Dios para la creación que Él hizo.
Aquella potestad humana que reconozca que la soberanía viene de Dios, debe serreconocida como legítima en origen por los católicos. La legislación y ejercicio de la autoridad de aquel poder necesariamente se sujetaría a la ley de Dios, para no incurrir en contradicción.
La potestad que no se pronuncie sobre el origen de su poder, falta en reconocer a Dios en justicia lo que le corresponde. Y aquella que abiertamente lo niegue, depositando el origen de la soberanía en la nación, el pueblo, el proletariado o cualquier otro ente que no es sino criatura, y no Creador, niega implícita o explícitamente la existencia u omnipotencia de Dios, y no puede ser reconocida como legítima por ningún católico.
Hoy en día casi todos los cristianos viven en un sistema oficialmente agnóstico (o ateo). La Iglesia enseña que se deben respetar los gobiernos mundanos, aunque sean de origen ilegítimo. Ello no significa justificar la indolencia o pasividad de los católicos para cambiar el estado de las cosas en un sentido más justo para con los derechos de Dios. La legislación que de tal sistema emane, únicamente será de obligado cumplimiento en tanto en cuanto respete la ley de Dios. Toda otra disposición de un gobierno semejante no tiene valor de mandato en conciencia para un católico.
El poder sobre los hombres es una realidad humana, y debe ser evangelizado, como todas las demás realidades humanas. El ejercicio de la autoridad también sirve para hacer el Bien, como demuestran las admoniciones a los reyes de Israel de los profetas del Antiguo Testamento. Y puede servir para hacer el mal, como por desgracia demasiadas veces ha ocurrido en la historia, y sigue ocurriendo, cuando los hombres se alejan de los mandatos del Señor, para satisfacer sus pasiones.
El poder viene de Dios. No nos es ajeno a los cristianos.