Repoducimos el artículo de Mons. Libardo Ramírez, obispo emérito de Garzón y ex presidente del Tribunal Eclesiástico Nacional, publicado originalmente en el diario El Tiempo.
El argumento fundamental para aprobar a toda costa el acuerdo de paz que se pretende firmar entre el Gobierno de Santos y las Farc es el de terminar 60 años de derramamiento de sangre por la acción de ese grupo guerrillero. Esto es algo que se anhela, y oponerse a ello, lo muestra el Presidente como algo “irracional”. Tendría razón si ese “a toda costa” no pusiera en el fiel de la balanza graves interrogantes sobre concesiones que se quieren dar a quienes han perpetrado crímenes atroces, no reconocen la gravedad de esos hechos y se ufanan de haberlos realizado bajo el amparo del “derecho a la rebelión”.
Allí está el punto de reflexión ante Dios y ante la patria. Es preciso ponderar un bien tan grande como es la paz, pero hay que sopesarlo con las concesiones que se hagan a unos violentos no contritos. A quienes se quiere perdonar su pasado, cualquiera que fuere, y blindarlos para que no sean perseguidos por la justicia. Se quiere darles anticipada absolución de sus crímenes catalogando todo como “delitos políticos no punibles”.
Rechazar verdaderos caminos de paz con arrepentimiento de crímenes y de abusos que se hayan cometido, reconciliación con clara garantía de no volver al pasado criminal, aceptación de principios de verdadero progreso social como los enseñados por el cristianismo y acogidos en la Constitución de Colombia de 1991 sería algo, ciertamente, “irracional”. Si se hacen acuerdos con respeto a la Carta Magna, sin modificaciones precipitadas, rechazar algo basado en esos cimientos insustituibles sería algo verdaderamente “irracional”. Pero creer que se construye verdadera paz sin esas bases inconmovibles, es buscarla sobre piso deleznable que llevará, sin duda, a impensables desastres.
Colocar en el fiel de la balanza el bien de la paz, con sus innumerables beneficios en lo social y lo económico, y las concesiones que minarían ese resultado, puesto que conducen claramente a situaciones de anarquía y dominio de impenitentes sustentadores de ideas materialistas y anarquistas, es lo que debemos ponderar serenamente. Hay que adelantar procesos de paz, pero bien cimentados, con decisión clara de proscribir métodos violentos, de aceptar responsabilidad de crímenes, responder ante la justicia por ellos, contribuir a la reparación de las víctimas y entrar a contiendas electorales sin privilegios, acudiendo a voto popular realmente libre. De lo contrario, si se firma sin esas bases con un grupo y quedan vivos los otros y bien fortalecidos, estos seguirán pidiendo los mismos beneficios como condición de nuevos tratados de paz.
Hay que aceptar que no estar de acuerdo con el giro que va tomando lo que se va pactando en La Habana no es oposición irracional a la paz, sino patriótica advertencia de evitar ir por un camino que lleve a la prolongación de la guerra. Hay que aceptar que la oposición al proceso que se viene adelantando no es simple capricho personal frente al presidente Santos ni ante la verdadera paz, sino una manera de caminar cuando no se vislumbran claros horizontes. Es imposible, por ello, llegar a acuerdos cuya condición sea plegarse a condiciones inaceptables bajo el chantaje de volver a una guerra fiera en campos y ciudades. No es sensato pedir rotundamente un no sin conocer el texto definitivo de los acuerdos, pero pedir votar ciegamente por un sí, en estas circunstancias, con una campaña a todo timbal por el Gobierno, es algo precipitado e irrespetuoso con la Nación. Serenidad, claridad y firmeza en no aceptar condiciones que lleven a perpetuar la guerra; esto es defender racionalmente una verdadera paz.
Monseñor Libardo Ramírez Gómez
*Obispo emérito de Garzón
monlibardoramirez@hotmail.com
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