Reproducimos el artículo de Ignacio Aréchaga, publicado originalmente en su blog El Sonar.
El asesinato de cuatro mujeres en 48 horas a manos de sus parejas ha disparado las alarmas sobre la violencia de género en España. De repente, parece que este trágico fenómeno, que ha causado ya 17 víctimas mortales este año, estuviera fuera de control. Algún político asegura que “estamos en una situación de emergencia nacional”. Personajes que antes se felicitaban de los buenos resultados de la ley contra la violencia de género de 2004, piden ahora su urgente revisión. Entre los análisis abundan los que detectan las raíces de esta violencia en el supuesto machismo de la sociedad española.
La reacción frente a la violencia de género es sana y necesaria. Pero una concentración puntual de casos no debe llevar a legislar en caliente. En este tema da la impresión de que si no dices que el fenómeno está muy extendido y se está agravando, es que no te preocupa.
Si medimos la violencia de género por su manifestación más llamativa que son las víctimas mortales, las estadísticas de los últimos diez años muestran más bien estabilidad o incluso descenso: normalmente han oscilado entre un máximo de 76 y un mínimo de 52, con tendencia a cifras más bajas en los últimos años, sin que haya una explicación clara de estos cambios.
El hecho de que las denuncias por violencia de género hayan bajado (en torno a un 5% en el último año con datos completos) se interpreta como un signo negativo, es decir, no significaría que hay menos maltrato sino que las mujeres no se atreven a denunciar. Pero esto no deja de ser una suposición. Según este tipo de interpretación, la situación nunca mejoraría: si hay más denuncias, es que hay más violencia; si hay menos, es que la violencia no se denuncia. Tampoco cabe alegar que denunciar no sirve para nada, ya que 5.461 hombres están en la cárcel por esta causa.
Como muestra de que hay mucha violencia soterrada y no denunciada se aduce que –según una macroencuesta europea recién publicada por la Agencia de Derechos Fundamentales de la UE– el 22% de las españolas dicen haber sufrido violencia física o sexual alguna vez. Un buen dato para martillear en titulares.
Pero cuando se va al informe original, hay muchos más matices. No se trata siempre de violencia en la actualidad, sino de haberla sufrido alguna vez en todo el arco vital desde los 15 años. Esa violencia puede haber sido causada por su pareja actual, una pareja anterior o incluso por alguien que no es pareja (un jefe o colega, un conocido o incluso un extraño). Si se tienen en cuenta estos matices, las españolas que declaran haber sufrido alguna vez violencia física o sexual por parte de su actual pareja son el 4%. Hay que tener en cuenta también que la gama de la violencia contemplada en la encuesta es muy variada, desde un empujón a un apuñalamiento o a la imposición de relaciones sexuales.
Más representativa de la situación actual es la pregunta que se refiere a haber experimentado violencia física o sexual en los últimos doce meses. En este aspecto, resulta que el 1% de las españolas dicen haberla sufrido a manos de su actual pareja, otro 1% a manos de un “ex” y un 2% a manos de alguien que no es pareja. La encuesta advierte que el escaso número de mujeres de la muestra (se hizo con 1.500) que han estado en esta situación en España hace que los resultados sean menos fiables.
Es decir, del titular del 22% de españolas que han sufrido violencia de género hemos pasado a un 1-2% en la situación actual. En comparación con los otros 27 países europeos de la encuesta, España es, junto con Austria, el que tiene la menor tasa de violencia física por parte de la pareja o expareja.
La extensión del maltrato se puede calibrar también por la percepción de los problemas sociales que registra mensualmente el Barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas. A la pregunta “¿Cuál es el problema que a usted, personalmente, le afecta más?” –sin mencionar ninguno, sino registrando la respuesta espontánea– solo el 0,1% de la muestra menciona la violencia contra la mujer, mientras que el 0,4% lo señala entre los tres primeros cuando se pregunta en general. Si el fenómeno estuviera tan extendido como se dice, resulta extraño que tan pocas mujeres se sientan afectadas.
Esto no quiere decir que sea un problema menor. Pero para afrontarlo bien son necesarios los números y los matices. Tampoco ayuda mucho al diagnóstico atribuirlo, en general, a una “cultura machista” que impregnaría la sociedad española. Habría que estudiarlo también en relación con los problemas de desestructuración familiar –es sabido que la violencia de género se da más en parejas de hecho que en matrimonios–, con la trivialización de las relaciones sexuales, con los condicionantes biográficos del maltratador, o con la crispación familiar que pueden producir los problemas económicos.
El respeto mutuo entre hombre y mujer exige una educación más profunda que un mero adoctrinamiento en la igualdad, que por lo que se ve entre adolescentes no está sirviendo para mucho.
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