Casi desde el momento de su publicación, la exhortación apostólica postsinodal Amoris Laetitia ha causado conmoción en la blogósfera católica, tanto en Español, como en Inglés y en otros idiomas. Si entre columnistas, canonistas y teólogos aún no se ponen de acuerdo sobre las consecuencias prácticas de la exhortación, entre los obispos la cosa no pinta de forma distinta. En esta página nos hemos sentido obligados, como laicos fieles a la Iglesia, a expresar nuestra preocupación frente a apartes del documento y el problema de su recepción y sus consecuencias en la Iglesia.
Las generalidades del documento
Lo primero que salta a la vista ante el documento es su exorbitante extensión, consta de 325 parágrafos y 391 notas al pie, y su versión en PDF completa 272 páginas. Esto lleva a una constatación inevitable: No es un documento que vaya a ser leído por la mayoría de los fieles católicos. A mayor cantidad de palabras, menor lectura.
Por otro lado, cantidad no significa calidad, y aunque el documento bien presenta un índice detallado de los temas tratados, el mismo índice refleja un tratamiento no sistemático, más bien arbitrario y enrevesado, y por esto mismo es que es posible que un mismo asunto sea tratado en diversas partes del documento, lo cual necesariamente llevará a disensiones respecto de su interpretación. El mismo índice muestra que el documento no parece ir muy lejos de los temas tratados en la Familiaris Consortio de Juan Pablo II, que consta de 86 párrafos, y y 183 notas al pie.
¿Cómo se completan 325 párrafos? El documento abunda en reflexiones teológicas de carácter privado, referencias a catequesis del Papa Francisco y documentos sinodales, e incluye citas de fuentes no católicas como Octavio Paz, Jorge Luis Borges y hasta un poema de Mario Benedetti. Cabe preguntarse si se justifica la extensión del documento, no superando a los anteriores en términos de profundidad.
¿Qué es lo que van a leer los católicos (sacerdotes y obispos incluidos)? Pues los titulares de prensa, que como recoge Secretum Meum Mihi, proclaman unívocamente la “apertura” del papa Francisco a los “divorciados vueltos a casar” con este documento. No puede decirse que no era de esperar la reacción de los medios, dada la expectativa creada en los previos sínodos. Tras tres años de pontificado ya no cabe decir que los medios conjuran para manipular lo dicho por el Papa: hace rato que el Papa debía mudar el estilo de sus declaraciones si no quería que los medios de comunicación extrajeran de ellas lo que les interesa oír. Los católicos nos vemos obligados a admitir que la recepción del documento es el mensaje procurado con este, haciendo de paso tan extensa la exhortación, de forma que muy pocos sean los que se aventuren a tratar de contrastar lo dicho por los medios de comunicación.
Los pasajes problemáticos
¿Qué es lo que se encuentra uno al sumergirse en el documento? Conscientes de la problemática planteada al ponerse en duda verdades fundamentales de la fe, era de esperarse que el sucesor de Pedro empezara por reafirmar tales verdades puestas en duda, pero en la extensión del documento toca adentrarse a pescar estos temas perdidos en las páginas interiores de la exhortación.
El tema de la comunión para los adúlteros obstinados, es tratado en el capítulo VIII en donde se les llama “divorciados en nueva unión”. A este respecto, Bruno Moreno de InfoCatólica ha señalado cómo el lenguaje utilizado tiende al equívoco dando una cierta idea de validez a la situación adúltera.
¿Afirma el Papa que los adúlteros públicos e impenitentes no pueden acercarse a la santa comunión? No lo hace. Lo más cercano es un fragmento del numeral 297 que reza:
Obviamente, si alguien ostenta un pecado objetivo como si fuese parte del ideal cristiano, o quiere imponer algo diferente a lo que enseña la Iglesia, no puede pretender dar catequesis o predicar, y en ese sentido hay algo que lo separa de la comunidad (cf. Mt 18,17). Necesita volver a escuchar el anuncio del Evangelio y la invitación a la conversión. Pero aun para él puede haber alguna manera de participar en la vida de la comunidad, sea en tareas sociales, en reuniones de oración o de la manera que sugiera su propia iniciativa, junto con el discernimiento del pastor.
¿Afirma el Papa Francisco que los “divorciados en nueva unión” pueden acercarse a la santa comunión? Ahí es donde está el meollo del asunto. En primer lugar porque la mayor parte del capítulo VIII argumenta por diversas vías que las normas generales no pueden aplicar para todos los casos, lo cual, como explica Néstor Martínez, no puede aplicarse en el caso de la comunión en pecado mortal o del adulterio, ya que se trata de actos intrínsecamente malos. Pero en segundo lugar, por lo que aparece escrito en el párrafo 305:
305. Por ello, un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones «irregulares», como si fueran piedras que se lanzan sobre la vida de las personas. Es el caso de los corazones cerrados, que suelen esconderse aun detrás de las enseñanzas de la Iglesia «para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas»[349]. En esta misma línea se expresó la Comisión Teológica Internacional: «La ley natural no debería ser presentada como un conjunto ya constituido de reglas que se imponen a priori al sujeto moral, sino que es más bien una fuente de inspiración objetiva para su proceso, eminentemente personal, de toma de decisión»[350]. A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia[351]. El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites. Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios. Recordemos que «un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades»[352]. La pastoral concreta de los ministros y de las comunidades no puede dejar de incorporar esta realidad.
[351] En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos. Por eso, «a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor»: Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 44: AAS 105 (2013), 1038. Igualmente destaco que la Eucaristía «no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles» ( ibíd, 47: 1039).
¿Lo está afirmando directamente? No. Algunos afirman que el Papa no cambiaría la doctrina de la Iglesia en un pie de página. Pero claramente no se está proponiendo cambiar la doctrina, sino algo mucho más grave: una disociación absoluta entre doctrina y pastoral, entre ortodoxia y ortopraxis, en donde toda la enseñanza de la Iglesia podría verse relativizada según la conciencia subjetiva de cada feligrés.
Otros afirman que esos ciertos casos serian exclusivamente aquellos señalados por Juan Pablo II en la Familiaris Consortio, cuando la pareja se abstiene de actos conyugales aunque sigan viviendo juntos en razón de los hijos que ya tengan en común. No obstante, esta interpretación parece explícitamente desestimada en el párrafo 298 de Amoris Laetitia al hacer unas citaciones que brillan por su manipulación:
Amoris Laetitia | Familiaris Consortio |
298. Los divorciados en nueva unión, por ejemplo, pueden encontrarse en situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas sin dejar lugar a un adecuado discernimiento personal y pastoral. Existe el caso de una segunda unión consolidada en el tiempo, con nuevos hijos, con probada fidelidad, entrega generosa, compromiso cristiano, conocimiento de la irregularidad de su situación y gran dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas. La Iglesia reconoce situaciones en que «cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación»[329]. También está el caso de los que han hecho grandes esfuerzos para salvar el primer matrimonio y sufrieron un abandono injusto, o el de «los que han contraído una segunda unión en vista a la educación de los hijos, y a veces están subjetivamente seguros en conciencia de que el precedente matrimonio, irreparablemente destruido, no había sido nunca válido»[330]. Pero otra cosa es una nueva unión que viene de un reciente divorcio, con todas las consecuencias de sufrimiento y de confusión que afectan a los hijos y a familias enteras, o la situación de alguien que reiteradamente ha fallado a sus compromisos familiares. Debe quedar claro que este no es el ideal que el Evangelio propone para el matrimonio y la familia. Los Padres sinodales han expresado que el discernimiento de los pastores siempre debe hacerse «distinguiendo adecuadamente»[331], con una mirada que «discierna bien las situaciones»[332]. Sabemos que no existen «recetas sencillas»[333]. | 84. La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio. La reconciliación en el sacramento de la penitencia —que les abriría el camino al sacramento eucarístico— puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos»[180]. |
[329] Juan Pablo II, Exhort. ap. Familiaris consortio (22 noviembre 1981), 84: AAS 74 (1982), 186. En estas situaciones, muchos, conociendo y aceptando la posibilidad de convivir «como hermanos» que la Iglesia les ofrece, destacan que si faltan algunas expresiones de intimidad «puede poner en peligro no raras veces el bien de la fidelidad y el bien de la prole» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 51). | Gaudium et Spes 51. El Concilio sabe que los esposos, al ordenar armoniosamente su vida conyugal, con frecuencia se encuentran impedidos por algunas circunstancias actuales de la vida, y pueden hallarse en situaciones en las que el número de hijos, al manos por ciento tiempo, no puede aumentarse, y el cultivo del amor fiel y la plena intimidad de vida tienen sus dificultades para mantenerse. Cuando la intimidad conyugal se interrumpe, puede no raras veces correr riesgos la fidelidad y quedar comprometido el bien de la prole, porque entonces la educación de los hijos y la fortaleza necesaria para aceptar los que vengan quedan en peligro. |
Esta citación de la Familiaris Consortio de Juan Pablo II y la Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II sorprende por la forma como se recortan las oraciones en ambos documentos y se ponen juntos para que parezcan defender una idea contraria; tanto Fray Nelson Medina, como la plataforma Voice of the Family lo han hecho notar. Se corta la frase de Juan Pablo II allí donde dice que la pareja que vive en adulterio deberá asumir el compromiso de vivir en absoluta abstinencia para poder acercarse al sacramento de la confesión, y ahí se introduce una nota al píe en la cual, lejos de explicar la condición puesta por Juan Pablo II sin la cual la frase citada pierde todo sentido, se cita un fragmento de la Gaudium et Spes que originalmente habla de los esposos que se abstienen de relaciones íntimas para espaciar el nacimiento de los hijos. Claramente la cita está fuera de lugar, pues los que viven en adulterio no se deben fidelidad alguna entre sí, sino por el contrario están en el deber de abstenerse de relaciones sexuales en fidelidad a sus verdaderos cónyuges.
Resulta absolutamente inverosímil que el autor del documento no haya visto el sentido que tenían las expresiones citadas en ambos textos a la hora de citarlos. Lamentablemente, esto lleva a una conclusión inevitable: El autor conoce perfectamente el sentido de ambos textos y deliberadamente recortó ambas expresiones y las puso juntas con el propósito de insinuar una idea contraria. Esto es actuar de forma malintencionada, no hay otra forma de llamarlo.
Y este párrafo no es el único lugar en donde tal proceder ocurre. El P. José María Iraburu ya ha mostrado cómo ha ocurrido algo similar con la citación de Santo Tomás de Aquino en el párrafo 301, en que se introduce un texto brevísimo suyo para que parezca decir algo absolutamente contrario a lo que el Doctor Angélico sostiene en la cuestión 65.
Otros apartes de igual gravedad ya han sido resaltados por Voice of the Family. Se trata de los referentes a la ideología de género y las uniones homosexuales. El párrafo 52, por ejemplo, dice
52. Nadie puede pensar que debilitar a la familia como sociedad natural fundada en el matrimonio es algo que favorece a la sociedad. Ocurre lo contrario: perjudica la maduración de las personas, el cultivo de los valores comunitarios y el desarrollo ético de las ciudades y de los pueblos. Ya no se advierte con claridad que sólo la unión exclusiva e indisoluble entre un varón y una mujer cumple una función social plena, por ser un compromiso estable y por hacer posible la fecundidad. Debemos reconocer la gran variedad de situaciones familiares que pueden brindar cierta estabilidad, pero las uniones de hecho o entre personas del mismo sexo, por ejemplo, no pueden equipararse sin más al matrimonio. Ninguna unión precaria o cerrada a la comunicación de la vida nos asegura el futuro de la sociedad. Pero ¿quiénes se ocupan hoy de fortalecer los matrimonios, de ayudarles a superar los riesgos que los amenazan, de acompañarlos en su rol educativo, de estimular la estabilidad de la unión conyugal?
En el mismo párrafo en que pretende defender la familia humana, se introduce un texto en el que se niega que las uniones entre personas del mismo sexo puedan ser equiparadas “sin más” al matrimonio (como diciendo que sí hay alguna remota equiparación), y se les llama “situaciones familiares que pueden brindar cierta estabilidad”. Esa idea de la “gran variedad de situaciones familiares” es la misma “diversidad de familias” con la cual organismos judiciales como en Colombia y Estados Unidos han argumentado en favor del “matrimonio” entre parejas del mismo sexo. En el fondo, de nada sirve todo un párrafo que se supone defiende el matrimonio y la familia natural, si en él se introduce la idea de que las parejas homosexuales pueden constituir algún tipo de “situación familiar”. Esta es una idea que el magisterio de la Iglesia siempre ha rechazado.
Algo similar ocurre en el párrafo en que se supone que la exhortación aborda el problema de la Ideología de Género:
6. Otro desafío surge de diversas formas de una ideología, genéricamente llamada gender, que «niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene determinada por una opción individualista, que también cambia con el tiempo»[45]. Es inquietante que algunas ideologías de este tipo, que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños. No hay que ignorar que «el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar»[46]. Por otra parte, «la revolución biotecnológica en el campo de la procreación humana ha introducido la posibilidad de manipular el acto generativo, convirtiéndolo en independiente de la relación sexual entre hombre y mujer. De este modo, la vida humana, así como la paternidad y la maternidad, se han convertido en realidades componibles y descomponibles, sujetas principalmente a los deseos de los individuos o de las parejas»[47]. Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la vida, y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los aspectos inseparables de la realidad. No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y debe ser recibido como don. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido creada.
Como puede verse, en medio de un párrafo bastante extenso en que el Papa está criticando la Ideología de Género, aparece inserta una oración en la cual se admite el principio fundamental de tal ideología: la distinción entre el sexo biológico y el “género” como construcción social. Esta expresión, como un caballo de Troya, invalida absolutamente toda la crítica contra tal ideología, e introduce subrepticiamente un principio inaceptable que llevaría a los fieles a desactivar toda resistencia a la imposición de tal principio en la educación pública.
La autoridad papal en el documento
¿Cómo deben recibir los fieles está exhortación apostólica? Por un lado, obispos como el Card. Schornborn, arzobispo de Viena, que fue elegido por el Papa Francisco para presentar la exhortación apostólica, o el presidente de la Conferencia Episcopal Filipina, Sócrates Villegas, han afirmado que con este documento se abre definitivamente la puerta a la comunión de los adúlteros públicos y así han dispuesto que se haga en sus diócesis. Otros, como el Card. Burke, Mons. Rafael Zornoza, Mons. Livio Melina, el P. José Granados, o el P. Andrés Esteban López Ruiz, pretenden que la exhortación no cambia nada del magisterio de la Iglesia, sino que debe ser interpretada en continuidad con este.
El verdadero problema gira en torno a la expectativa que se habría creado en los pasados sínodos de la familia. Desde la exposición preliminar del cardenal Kasper un sector heterodoxo en la jerarquía episcopal, encabezada por la Conferencia Episcopal de Alemania, apostó todas sus cartas a conseguir que se permitiera el acceso a la santa comunión de los católicos en adulterio público, algo que contraría abiertamente la palabra de Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio (Mt 19,6). Se permitió que verdades de Fe, como la indisolubilidad matrimonial o la necesidad de estar en estado de gracia para la recepción de la sagrada comunión, fueran puestas en duda públicamente por altos jerarcas de la Iglesia. Ante tales ataques, la función papal no admite otro resultado más que la reafirmación clara y rotunda de tales verdades, para reparar el daño que tales herejías causan en la Iglesia.
Eso nunca vino, por el contrario, el Papa Francisco publicó un documento que para la mayor parte de los fieles es absolutamente ilegible, por su extensión y su estilo. Un documento en el cual las verdades de Fe no aparecen reafirmadas con claridad sino sujetas a un sinnúmero de matices, y en el que se esconden expresiones de dudosa interpretación que insinúan la aceptación de la tesis heterodoxa. El que busque una disposición en el documento en la cual se ordene un cambio en el Canon 915 del Código de Derecho Canónico, no la encontrará. Porque el verdadero giro doctrinal que se efectúa en este documento es de mucha mayor profundidad: Se introduce la idea de que las normas de derecho natural y divino pueden ser relativizadas por la conciencia subjetiva de los fieles, por lo que alguien en una situación objetiva de pecado mortal podría al mismo tiempo recibir la gracia santificante (305), de que la santidad en el matrimonio es un “ideal” difícil de alcanzar (36), y en general, de que toda norma moral queda dependiendo de la situación concreta (301-303).
Ya el P. José Luis Aberasturi, y el P. Juan Manuel Rodríguez de la Rosa han recordado que Cristo es el que da la gracia a quienes siguen su camino (Mt 19, 10-11), y por eso la santidad no es sólo probable, sino segura para quien se empeña en seguirlo. Por su parte, Néstor Martínez recordó que la imputabilidad en derecho canónico sólo puede remitirse a los hechos objetivos, pues la Iglesia no puede acceder a la conciencia de las personas y determinar si son subjetivamente culpables o no.
Como si no fuera poco, el Papa mismo acaba de desmentir a todos aquellos que pretenden que no hay ninguna intención de admitir a los adúlteros obstinados a la comunión eucarística. Lo dijo hoy en la rueda de prensa en el viaje de regreso de la isla de Lesbos:
Quisiera hacer una pregunta sobre la exhortación «Amoris laetitia»: como usted bien sabe ha habido muchas discusiones sobre uno de los puntos: algunos sostienen que no ha cambiado nada para que los divorciados que se han vuelto a casar accedan a los sacramentos; otros sostienen que ha cambiado mucho y que hay muchas nuevas aperturas. ¿Hay nuevas posibilidades concretas o no?
Yo puedo decir que sí. Pero sería una respuesta demasiado pequeña. Les recomiendo que lean la presentación del documento que hizo el cardenal Schönborn, que es un gran teólogo y que ha trabajado en la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Así es que ya no cabe la menor duda: El Papa ha tenido la intención expresa de que el documento se interpretado en ruptura con el magisterio precedente. ¿Significa eso que ahora es seguro que los divorciados vueltos a casar pueden acceder a la santa comunión? No, y ese el punto interesante de todo eso: el Papa no puede contravenir preceptos de Nuestro Señor Jesucristo, contenidos en el Evangelio. Los fieles deben acercarse aún más a las enseñanzas de Juan Pablo II contenidas en la Familiaris Consortio, y a partir de ella reconocer que todos aquellos puntos en que la enseñanza de un Papa contradiga el magisterio tradicional de la Iglesia, no puede ser obedecido. Esto no es Cisma, pues el mismo Pío IX, el que declaró el dogma de la infalibilidad papal dijo “si un Papa en el futuro enseña algo contrario a la fe católica, no lo sigan”.