Suscríbete a nuestro Boletín Semanal




Únete a Voto Católico Colombia

jueves, 24 de diciembre de 2020

Editorial: Preparemos los caminos del Señor

Termina el año 2020, un año de aquellos que la historia recordará con ganas de olvidarlo. El terror ante el Coronavirus se ha convertido en el vehículo para la deformación total del orden sociopolítico. De la noche a la mañana los gobiernos de varios países decidieron imponer prisión domiciliaria a su población y prolongarla la mitad del año. Bajo el pretexto de proteger la vida, miles de hogares han perdido el sustento para que meses después se reconociera que el confinamiento había sido inútil en prevenir la expansión del virus.

Aún peor, el Coronavirus fue la excusa para que los gobiernos mundialistas, incluyendo los que posan de católicos como el de Iván Duque, decretaran la proscripción de todo culto público y el cierre de las Iglesias. Aún después de que la gran mayoría de actividades habían vuelto a la normalidad y de que los gobiernos permitieran manifestaciones y aglomeraciones afines con su agenda política, el culto a Dios seguía siendo objeto de odiosas y desproporcionadas limitaciones. De la noche a la mañana, los católicos nos encontramos viviendo bajo una persecución similar a la de los católicos chinos, asistiendo a misa y confesión de forma clandestina. Y si la primera ola del Covid fue la máscara para privar a los católicos de la fiesta más importante del Cristianismo: La Pascua, la segunda ola llega justo a tiempo para privarnos de la segunda fiesta más importante: la Navidad.

Tal persecución habría sido soportable si hubiéramos contado con la guía y el apoyo de verdaderos pastores. Por el contrario, no sólo fueron los obispos los primeros en ordenar el cierre de las iglesias y abandonar el rebaño, sino que cuando los medios de comunicación se lanzaron en campaña de hostigamiento a los sacerdotes fieles que desafiaron las prohibiciones para apacentar el rebaño, no dudaron un segundo en sumarse al coro de los perseguidores. Por si fuera poco, una vez restablecido el culto público, continúan abusando de su autoridad impidiendo a los fieles arrodillarse ante el Santísimo Sacramento o recibir la Sagrada Eucaristía en la boca.

Tras la pandemia, es como si las fuerzas enemigas de la Fe hubieran perdido todo disimulo y destaparan sus cartas en contra de la Iglesia. Gobiernos tanto de derecha como de izquierda aprovechan el confinamiento para impulsar el aborto y la eutanasia, China y Occidente se abrazan y constituyen un frente común totalitario, los obispos celebran la llegada del abortista Biden a la Casa Blanca, quien anunció que continuará la persecución contra las órdenes religiosas que Trump había suspendido, el Papa Francisco aliado con la banca internacional, etc. Si las élites políticas, económicas y religiosas se han unido contra la Fe, la sociedad tampoco se aleja de tales movimientos y en países tan católicos como Colombia, México e incluso Polonia hemos visto turbas de jóvenes arremeter contra los templos cargados de furia que es difícil no calificar de demoníaca, mientras desde las instituciones se abren las puertas al satanismo y la Nueva Era.

Que estamos en los últimos tiempos es algo que la Iglesia siempre ha enseñado. Desde el día de Pentecostés, los católicos vivimos en este Mundo como forasteros, aguardando el día de retornar a la patria celestial, pero ante tan grave persecución desde dentro y fuera de la Iglesia, es imposible no sentir la cercanía de la segunda venida, y los ecos de las palabras de Cristo a sus perseguidores: Estando yo todos los días en el Templo con vosotros, no me pusisteis las manos encima; pero esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas. (Lc 22,53)

Es más, pareciera que ya estamos viviendo el juicio, al ver cómo la sociedad queda radicalmente dividida en dos bandos: Con Cristo o contra Cristo. Cuando se fuerza a los médicos a participar de crímenes contra la vida humana, y son sus propios colegas los primeros en apoyar su linchamiento, cuando se presiona a los jueces a violentar el Derecho Natural so pena de perder su trabajo, cuando se persigue dentro de la misma Iglesia a los sacerdotes por administrar los sacramentos de acuerdo con el derecho canónico, cuando se insta a que entre vecinos y familiares se delaten entre sí por el incumplimiento de las draconianas medidas sanitarias, cuando el último de los parroquianos en la más marginal de las parroquias se ve enfrentado al dilema de recibir la eucaristía en la mano o no recibirla en absoluto... en fin, cuando cada uno de los fieles está siendo puesto a diario ante dilemas que le obligan a decidirse entre la fidelidad a Cristo o la aceptación del Mundo, es difícil no creer que Cristo ha comenzado a separar a las ovejas de las cabras.

Y parece ser sólo el comienzo: Los planes para un "Gran Reinicio" del orden político, social y económico del mundo, son publicados abiertamente en revistas de amplísima trayectoria y prestigio como TIME y en las redes oficiales de instituciones como el Foro Económico Mundial. Voces autorizadas dentro de la Iglesia como el Cardenal Raymond Leo Burke, el Arzobispo Carlo María Viganò o el Obispo Athanasius Schneider han advertido sobre la pretensión detrás de ese "Gran Reinicio", de aniquilar los fundamentos últimos de la vida familiar al eliminar la propiedad privada e instituir una dictadura sanitaria basada en el transhumanismo.

¿Qué podemos hacer? Sería un gravísimo error caer en la angustia y la desesperanza, olvidando que no hay mal en el mundo que no haya sido permitido y previsto por Dios en su economía salvífica, o pensar que debemos preparanos guardando provisiones, huyendo a los campos, o tratando de proteger nuestro patrimonio, olvidando que estamos en las manos de Dios y que en cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. (Mt 10, 30) La Iglesia desde los tiempos apostólicos nos ha advertido que estamos en los últimos tiempos, que hemos de estar vigilantes y preparados porque Cristo vendrá cuando menos se le espere.

Por eso es que existe el tiempo del Adviento. El carácter festivo y alegre que la fiesta de Navidad contagia a sus semanas precedentes ha opacado un poco el carácter penitencial propio de este tiempo. El Adviento nos prepara para la Navidad, para que al recordarnos la primera venida de Cristo al mundo, nos reafirme en la certeza de su segunda venida y su victoria final, y de este modo nos recuerda la forma en que debemos permanecer vigilantes y preparados para este momento:

Os digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa. 1 Cor 7, 29.

Cada día que pasa estamos más cerca de la venida de Nuestro Señor, es una verdad que hemos recibido por la Fe. Preparémonos pues para su inminente llegada, recordando que somos forasteros en este mundo, exiliados de nuestra patria celestial, siervos atentos a la llegada de su señor, desprendiéndonos de todo amor por las cosas de este mundo y abrazando la pobreza, el desprecio y la persecución en esta vida a cambio de la vida eterna.

Al permitir las calamidades que hemos visto en el año que termina, Dios nos recuerda las vanidades de la vida presente y lo precario de nuestra existencia temporal. Vivamos pues, con el corazón más en el Cielo que en la Tierra como los cristianos de los primeros siglos. Recibamos cada Eucaristía pensando que podría ser la última, aprovechemos cada Confesión como una oportunidad extraordinaria y huyamos del pecado mortal con el terror de la muerte. Si el 2020 ha de permanecer en nuestra memoria que sea precisamente como un campanazo de alerta ante todas las gracias que hemos recibido de Cristo y que hemos dejado desperdiciar.

Permanezcamos alegres y confiados en su venida, pues Dios no abandonará a quienes le aman sinceramente, pero con esa misma alegría escuchemos al Bautista y preparemos los caminos del Señor con humildad profunda, con amor encendido y con total desprecio de todo lo terreno

Leer más...

martes, 24 de noviembre de 2020

Comentarios al margen del informe de la Secretaría de Estado sobre Theodore McCarrick


El Informe McCarrick, publicado por la Secretaría de Estado el pasado 10 de este mes de noviembre de 2020, ha sido objeto de numerosos comentarios. Algunos ponen de relieve sus lagunas, en tanto que otros lo elogian como prueba de la transparencia de Bergoglio y lo infundado de las acusaciones. Me gustaría centrarme en algunos aspectos que merecen ser tratados en profundidad y que no me afectan personalmente. Estas reflexiones no tienen por objeto, por tanto, aportar más pruebas sobre la falsedad de los argumentos expuestos contra mí, sino poner de manifiesto las incongruencias y conflictos de intereses entre el juez y el que es juzgado, que a mi juicio invalidan la investigación, el proceso y la sentencia.

IMPARCIALIDAD DEL ÓRGANO JUDICIAL

En primera lugar, a diferencia de lo que pasa en un proceso civil o penal normal, en las investigaciones  eclesiásticas hay una especie de derecho implícito a la credibilidad en los testimonios de clérigos. Me da la impresión de que ello ha permitido que se consideren pruebas los testimonios de prelados que podrían encontrarse en situación de complicidad con respecto a McCarrick y que no tendrían ningún interés en revelar la verdad, ya que no les perjudicaría a ellos ni a su imagen. En resumidas cuentas, haciendo una comparación con personajes de Pinocho, cuesta pensar que el Gato (Kevin Farrell), pueda exonerar creíblemente al Zorro (Theodore McCarrick). Y sin embargo eso es lo que ha sucedido, del mismo modo que fue posible engañar a Juan Pablo II en cuanto a la conveniencia de nombrar a McCarrick cardenal arzobispo de Washington, o a Benedicto XVI sobre la gravedad de las acusaciones que pesaban sobre el purpurado.

A estas alturas ya se entiende que en el caso del Argentino ese derecho a la credibilidad adquiere la categoría de dogma, quizás el único que no se puede poner en duda en la iglesia de la misericordia, y más cuando las interpretaciones de la realidad –que los mortales llaman prosaicamente mentiras– han sido expresadas por él mismo.

Desconcierta además que se haya dado tanta importancia al testimonio de monseñor Farrell en defensa de McCarrick –llega a dársele al obispo el título de excelentísimo– y que al mismo tiempo se omita totalmente el testimonio de James Grein, así como que prudentemente se haya preferido no deponer a los secretarios de Estado Sodano y Bertone. Tampoco se entiende por qué motivo se han considerado válidas y creíbles las palabras de Farrell en defensa del amigo y compañero de casa y no las mías, siendo no obstante arzobispo y nuncio apostólico. El único motivo que alcanzo a comprender es que mientras las palabras de Farrell confirman la tesis de Bergoglio, las mías la refutan y demuestran que el obispo de Dallas no es el único que ha mentido.

Habría que recordar igualmente que el cardenal Wuerl, sucesor de McCarrick en la sede de Washington, dimitió el 12 de octubre de 2018 presionado por la opinión pública tras su reiterada negación de haber tenido conocimiento de la conducta depravada de su compañero en el episcopado. En 2004, Wuerl tuvo que hacerse cargo de la denuncia presentada contra McCarrick por Robert Ciolek, ex sacerdote de la diócesis de Metuchen, la cual envió al entonces nuncio apostólico cardenal Gabriel Montalvo. En 2009 Wuerl dispuso su traslado del seminario Redemptoris Mater a la parroquia de Santo Tomás Apóstol de Washington. En 2010 el propio Wuerl, junto con el presidente de la Conferencia Episcopal, cardenal Francis George, manifestó a la Secretaría de Estado que no era aconsejable felicitar a McCarrick con ocasión de su octogésimo cumpleaños. El informe cita además la correspondencia entre el nuncio Sambi y Wuerl con respecto al peligro de escándalo en torno a McCarrick. Y lo mismo se puede decir de la correspondencia del cardenal Re, prefecto de la Congregación para los Obispos, la cual confirma que Wuerl «ha favorecido constantemente a McCarrick, incluso cuando no vivía en el seminario». Por eso, resulta muy extraño que las graves sospechas que pesaban sobre el cardenal antes de mi nombramiento como nuncio, ampliamente documentadas en el informe, sean consideradas motivo de reproche contra mi persona, a pesar de que yo las notifiqué una vez más a la Secretaría de Estado, si bien no eran contra Wuerl; el cual, aun después de dimitir del cargo de arzobispo de Washington, ha mantenido sus cargos en los dicasterios romanos, incluida la Congregación para los Obispos, en la cual tiene voz y voto en el nombramiento de prelados.

Es incomprensible que los redactores del informe juzguen tan a la ligera a Juan Pablo II por haberse fiado de las palabras de su secretario en defensa de McCarrick y exoneren a Bergoglio a pesar de la tremenda pila de expedientes sobre el Tío Ted, a quien le había pedido su predecesor que procurara no llamar la atención.

Creo que ha llegado el momento de aclarar de una vez por todas la postura del cuerpo juzgante; mejor dicho, de este cuerpo juzgante con relación al acusado.

Según el derecho, un juez debe ser imparcial, y para ello no debe tener el menor interés ni el menor vínculo con el reo. En realidad, esta imparcialidad falta en uno de los procesos más sonados de la historia de la Iglesia, cuando los escándalos y delitos de que es objeto el acusado revisten tal gravedad como para ameritar la deposición del cardenalato y la reducción al estado laico.

AUSENCIA DE VERDADERA CONDENA

Es preciso destacar la extrema suavidad de la condena impuesta al reo, es más, se podría decir la falta de condena, dado que al imputado sólo se lo ha despojado su condición sacerdotal mediante procedimiento administrativo del tribunal de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ratificada por Bergoglio como cosa juzgada. No obstante, habría sido posible condenarlo a una pena de arresto, como se hizo con el consejero en la nunciatura en Washington, que en 2018 fue condenado a cinco años de prisión en el Vaticano por posesión y difusión de pornografía infantil.

Lo cierto es que el hecho de despojarlo del estado clerical manifiesta la esencia del famoso clericalismo –tan deplorado de palabra– que poco menos que considera el estado laico un castigo en sí, cuando tendría que ser motivo de imposición de una sanción penal. Entre otras cosas, al no haber sido condenado a una pena de cárcel, o al menos de arresto domiciliario, McCarrick tiene una libertad de movimiento y de acción que mantiene inalterada su situación. Ello le permite cometer nuevos delitos y seguir ejerciendo sus actividades delictivas tanto en el ámbito eclesial como en el político.

Por último, hay que recordar que el proceso canónico no afecta las causas penales instruidas contra el ex purpurado en tribunales de EE.UU, los cuales, curiosamente, se eternizan en el máximo secreto, demostrando una vez más el poder político y la influencia mediática de McCarrick, no sólo en el Vaticano sino también en los Estados Unidos.

CONFLICTOS DE INTERESES Y OMISIONES

Cuesta fijarse en el juez de esta causa sin tener en cuenta que puede estar en deuda con el imputado y sus cómplices. Es decir, que se encuentre en un evidente conflicto de intereses.

Si Jorge Mario Bergoglio debe su elección a la conjura de la llamada Mafia de San Galo, integrada por cardenales ultraprogres en trato constante y asiduo con McCarrick; si el apoyo de McCarrick al candidato Bergoglio tuvo eco en los electores del cónclave y en los que tienen capacidad persuasiva en el Vaticano, por ejemplo, el famoso caballero italiano al que aludió el cardenal estadounidense en una conferencia pronunciada en la Universidad Vilanova; si la renuncia de Benedicto XVI fue de algún modo provocada o favorecida por intromisión de la iglesia profunda y el estado profundo, es lógico suponer que Bergoglio y sus colaboradores no tienen la menor intención de que salgan a la luz en el informe ni los nombres de los cómplices de McCarrick ni los de quienes lo han apoyado en su cursus honorum eclesiástico, ni tampoco sobre todo quienes ante una eventual condena podrían vengarse, por ejemplo, revelando la participación de personalidades destacadas de la Curia Romana, por no decir el propio Bergoglio.

Contradiciendo descaradamente la declarada afirmación de transparencia, el informe se abstiene de dar a conocer las actas del proceso administrativo. Cabe, por tanto, preguntarse si la defensa de McCarrick pactó la condena de su cliente a cambio de una pena irrisoria, que de hecho deja en total libertad al imputado de tan graves delitos, e impidió que las víctimas recusasen al juez y exigieran una justa compensación. Esta anomalía salta a la vista incluso para quien no está versado en el derecho.

INTERESES COMUNES ENTRE LA IGLESIA PROFUNDA Y EL ESTADO PROFUNDO

En esta red de complicidades y chantajes se evidencian los vínculos entre el juez y el imputado incluso en el terreno político, en particular con el Partido Demócrata, con la China comunista y en general con los movimientos y partidos mundialistas. Que en 2004 McCarrick, a la sazón arzobispo de Washington, se empeñara en bloquear la difusión de la carta del entonces Prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe, cardenal Josef Ratzinger, al episcopado estadounidense sobre la prohibición de administrar la Comunión a políticos partidarios del aborto constituye indudablemente un respaldo a los políticos demócratas que se dicen católicos, desde John Kerry a Joe Biden. Este último, convencido abortista, se ha ganado el apoyo prácticamente unánime de la jerarquía, pudiendo gracias a ello contar con votos que en caso contrario habrían estado destinados a Trump. Curiosa coincidencia, a decir verdad: por un lado, el estado profundo ha golpeado a la Iglesia y a Benedicto XVI con la intención de elegir como papa a un representante de la iglesia profunda; por otro, la iglesia profunda ha golpeado al Estado y a Trump con miras a elegir a un representante del estado profundo. Juzgue el lector si los planes de los conjurados han logrado el fin que se habrían propuesto.

Esta colusión con la izquierda internacional es la consecuencia inevitable de un proyecto más amplio, en el que las quintas columnas de la disolución en el seno de la Iglesia colaboran con el estado profundo siguiendo un mismo guión y bajo una misma dirección: los protagonistas de este drama representan papeles variados pero escenifican una misma trama en el escenario.

ANALOGÍAS CON LA PANDEMIA Y EL FRAUDE ELECTORAL

Bien mirado, también la pandemia y los pucherazos de EE.UU. muestran inquietantes analogías con el caso McCarrick y con todo lo que pasa en la Iglesia. Los encargados de decidir si hay que quedarse en casa o hay que vacunar a toda la población se valen de medios poco confiables, precisamente porque con ellos pueden falsificar los datos con la complicidad de los grandes medios de difusión. Da igual que el virus tenga un índice de mortalidad parecido al de una gripe estacional o que el número de fallecidos se ajuste al de años anteriores; alguien ha decidido que hay una pandemia y que es necesario derribar la economía mundial para sentar las bases del Gran Reinicio. Los argumentos racionales, las evaluaciones científicas y la experiencia de los científicos serios empeñados en la cura de los pacientes no valen nada al lado del guión que se exige seguir a los actores. Y lo mismo pasa con las elecciones de EE.UU.: ante las pruebas de fraude, que va adquiriendo las características de un auténtico golpe de estado tramado por unas mentes criminales, los medios informativos se obstinan en presentar a Joe Biden como el vencedor, mientras los dirigentes internacionales –la Santa Sede incluida– se apresuran a reconocer su victoria, desacreditar a sus adversarios republicanos y presentar a Trump como un prepotente solitario que está a punto de ser abandonado por los suyos y por la propia primera dama. Da igual que aparezcan en internet numerosos videos presentando las irregularidades cometidas durante el escrutinio, o que surjan centenares de testimonios de fraude; los demócratas, los medios y todo el elenco de actores repiten que Biden es el presidente electo y Trump tiene que irse. Porque en la tierra de la mentira, si la realidad no se ajusta al discurso dominante, lo que hay que corregir y censurar es la realidad. Y así, los millones de personas que se manifiestan en las calles protestando contra el confinamiento o contra los fraudes electorales no existen, simplemente porque no se los muestra en televisión y se los censura en internet, y lo que los medios denuncian como bulos hay que considerar acríticamente que en efecto lo son.

SOMETIMIENTO DE PARTE DE LA JERARQUÍA

No es de extrañar que la  Conferencia Episcopal de EE.UU., puntualmente seguida por la agencia Vatican News y por una afectuosa llamada telefónica de Bergoglio a Biden, se apresura a demostrar su fidelidad al sistema: esos eclesiásticos están metidos de lleno en el asunto y tienen que seguir meticulosamente el papel que se les ha confiado. Hicieron lo mismo a nivel mundial secundando las restricciones por el Covid: cerraron iglesias, ordenaron suspender la liturgia e invitaron además a los fieles a obedecer a las autoridades civiles. El arzobispo de Washington se ha tomado la libertad de criticar la visita oficial del Presidente y su esposa al santuario de San Juan Pablo II, y junto a otros obispos y sacerdotes se ha declarado a favor del movimiento Black Lives Matter. Tanta entrega a la causa les ha valido púrpura cardenalicia hace pocos días. Y no es casual la adhesión al plan mundialista por parte de personajes comprometidos en apoyar el movimiento LGTB, empezando por Cupich, Tobin, Wuerl, McElroy y Stowe. Es significativo, por otra parte, el estruendoso silencio por parte de la Santa Sede y de los obispos de todo el mundo ante los problemas éticos que plantean las vacunas de inminente distribución, hechas con células de fetos humanos abortados. No permita Dios que la especulación sobre la pandemia de las compañías farmacéuticas vea cómo la Iglesia es igualmente objeto de generosos donativos, como ya sucedió con el acuerdo China-Vaticano.

Los vicios y la corrupción unen la iglesia profunda y el estado profundo en una cloaca de delitos y pecados repugnantes en la que los indefensos y los niños son víctima de abusos y violencia cometidos por personajes que al mismo tiempo promueven el aborto, la ideología de género y la libertad sexual para los menores, incluida la de cambiar de sexo.

Igualmente, la inmigración clandestina –promovida para desestabilizar las naciones y anular su identidad– encuentra acuerdo entre la izquierda y la Iglesia de Bergoglio, a pesar de su estrecha relación con el tráfico de menores, el aumento de la criminalidad y la destrucción del tejido social. Es más, se promueve precisamente por ese motivo, del mismo modo que se promueve el enfrentamiento político de cara a las elecciones en EE.UU., la crisis económica debida a la gestión criminal de la pandemia y posiblemente hasta la guerra religiosa con los atentados de matriz islámica y la profanación de iglesias por toda Europa.

NECESIDAD DE UNA VISIÓN DE CONJUNTO

Causa también gran desconcierto que en este panorama perfectamente coherente haya muchos prelados –por no decir la totalidad– que se limiten a analizar los sucesos que tienen que ver con la Iglesia como si sólo tuvieran que ver con ella y no guardaran la menor relación con los acontecimientos sociales y políticos que tienen lugar en todo el mundo. Hay obispos que tímidamente toman posición ante las palabras de Bergoglio que piden la legalización de las parejas de hecho, o ante la incongruencia y las falsedades que se perciben en el informe McCarrick. Pero ninguno de ellos, ni siquiera animado por buenas intenciones, se atreve a denunciar la evidencia, es decir, la existencia de un pacto de iniquidad entre la parte desviada de la jerarquía –la propia iglesia profunda– y la parte desviada del estado, el mundo de la alta finanza y la información. Y sin embargo es tan obvia que debería ser objeto de análisis por muchos intelectuales, en su mayoría seglares.

PÉRDIDA DE CREDIBILIDAD

Es preciso denunciarlo pregonándolo a los cuatro vientos: el informe de la Secretaría de Estado es una vergonzosa y torpe tentativa de dar una semblanza de credibilidad a una pandilla de pervertidos y corruptos al servicio del Nuevo Orden Mundial. Resulta surrealista que esta operación de descarado engaño no la haya realizado el imputado, sino quienes lo debían juzgar, y paradójicamente, junto con él deberían juzgarse también a sí mismos, a sus colegas, sus amigos y todos los que les han garantizado impunidad y los han promovido en su trayectoria.

La credibilidad que merecen los redactores del informe se puede ver en la débil condena de un prelado orgánico al sistema, al que Bergoglio mismo envió como interlocutor de la Santa Sede con la dictadura comunista china y al mismo tiempo desempeñaba cargos oficiales para el Departamento de Estado estadounidense y tenía trato frecuente con los Clinton, Obama, Biden y los demócratas. Esa credibilidad se puede confirmar por el hecho de que a un corrupto homosexual, abusador de menores y corruptor de sacerdotes y seminaristas se han limitado a despojarlo de su dignidad cardenalicia y del estado clerical sin aplicarle la menor pena de arresto ni excomulgarlo por los delitos con que se ha manchado, incluida la solicitatio ad turpia en la confesión, que es uno de los delitos más odiosos que puede cometer un sacerdote. En este proceso tan sumario como lleno de omisiones brilla por su ausencia la dimensión espiritual de la culpa: no se ha excomulgado al culpable, cuando la excomunión es una sanción eminentemente medicinal en orden a la salvación eterna, y tampoco se lo ha exhortado a la penitencia, la enmienda pública y la reparación.

UNA COMISIÓN INDEPENDIENTE

Cuando después de la Segunda Guerra Mundial se celebraron los juicios de Nuremberg contra los criminales nazis, el tribunal estaba presidido por un magistrado ruso encargado de juzgar la invasión de Polonia que, como sabemos, Alemania se repartió con Rusia. No veo mucha diferencia con lo que estamos viendo ahora con la tentativa de achacar las responsabilidades del caso McCarrick a Juan Pablo II, a Benedicto XVI y al que suscribe. El único que queda libre de sospecha en el relato de la Secretaría de Estado, así como de acusaciones siquiera indirectas y de la menor sombra de encubrimiento, es el Argentino.

Sería conveniente constituir una comisión independiente, como esperaba el episcopado estadounidense en noviembre de 2018 pero fue firmemente impedido por la Congregación de los Obispos por orden de Begoglio, que investigase este caso libre de influencias externas y sin ocultar pruebas decisivas. Con todo, dudo que se hiciera caso de unas improbables esperanzas de la Conferencia Episcopal de EE.UU., dado que entre los purpurados del próximo consistorio está el arzobispo de Washington, ejecutor de las órdenes de Santa Marta, junto a los fidelísimos siervos Cupich y Tobin.

Si realmente se arrojara luz sobre todo el asunto, se derrumbaría el castillo de naipes levantado en los últimos años, y se revelaría así la complicidad de altísimos miembros de la Jerarquía, así como la relación con el Partido Demócrata y con la izquierda internacional. Se confirmaría, en suma, lo que muchos no se atreven todavía a admitir: cuál es la labor desempeñada por la iglesia profunda desde la elección de Juan XXIII, sentando las bases teológicas y el clima eclesial que permitiría subordinar la Iglesia al Nuevo Orden Mundial y sustituir al Papa por el falso profeta del Anticristo. Si no ha sucedido aún del todo, no podemos sino dar gracias a la Providencia.

HONRADEZ INTELECTUAL

Supongo que los moderados –tan callados hoy con relación al Covid 19 como para denunciar los fraudes electorales o la farsa del informe McCarrick– se horrorizarán al ver que se pone en tela de juicio el Concilio Vaticano II. También se horrorizan los demócratas cuando se critican las leyes por las que Estados Unidos ha contrariado la voluntad de los votantes. Se horrorizan igualmente los sedicentes expertos cuando se rebaten sus afirmaciones que contrastan con la verdad científica y la evidencia epidemiológica. Se horrorizan los partidarios de la acogida a los inmigrantes ilegales cuando se les hacen ver las estadísticas de homicidios, violaciones, actos violentos y robos cometidos por inmigrantes irregulares. Y se horrorizan los partidarios del lobby gay cuando se pone de manifiesto que los delitos penales de abuso cometidos por sacerdotes son obra de un elevado porcentaje de homosexuales. Ante este rasgado general de vestiduras, me gustaría recordar que bastaría un poco de honradez intelectual y un poco de juicio crítico para reconocer la evidencia por dolorosa que sea.

RELACIÓN ENTRE HEREJÍA Y SODOMÍA

Esta relación intrínseca entre desviación doctrinal y desviación moral se ha hecho evidente con motivo del enfrentamiento con los encubridores del caso McCarrick; los implicados son casi siempre los mismos, tienen los mismos vicios contra la Fe y la moral. Se defienden, se encubren y se promueven unos a otros porque forman parte de un verdadero lobby, o sea, un grupo de poder capaz de influir para su propia ventaja en la acción de los legisladores y en las decisiones del Gobierno y de los máximos órganos de administración.

En el terreno eclesiástico, el lobby se ocupa de eliminar la condena moral de la sodomía, haciéndolo ante todo en su propio provecho, ya que está compuesto en su mayoría de sodomitas. Se adapta al proyecto político de legalizar las aspiraciones de los movimientos LGTB promovidos por políticos no menos viciosos. Es también evidente el papel que ha desempeñado en las últimas décadas la Iglesia Católica –mejor dicho, su parte desviada moral y doctrinalmente– abriendo la ventana de Overton con la homosexualidad, de manera que el pecado contra natura que siempre condenó dejara de ser reconocido en los cada vez más frecuentes escándalos. Si hace cuarenta años causaba horror la noticia de los abusos cometidos por un sacerdote contra un muchacho, desde hace unos años la prensa informa de la irrupción de la policía vaticana en el apartamento del secretario del cardenal Coccopalmerio en el Palacio del Santo Oficio, donde se celebraba una orgía de sacerdotes con drogas y prostitutas. De ahí sólo habrá un paso a la legalización de la pedofilia que desean algunos políticos. El terreno se ha abonado con la teorización de presuntos derechos sexuales de los menores, la imposición de la educación sexual en la escuela primaria por recomendación de la ONU y los intentos de legislar en los parlamentos para reducir la edad de consentimiento, que van todos en una misma dirección. Algún ingenuo –suponiendo que todavía se pueda hablar de ingenuidad– dirá que la Iglesia jamás podrá estar a favor de la corrupción de menores porque ello contradiría el perenne Magisterio católico; pero me limitaré a recordar lo que hace apenas unos años se decía de los supuestos matrimonios homosexuales, la ordenación de mujeres, el celibato eclesiástico y la abolición de la pena de muerte y todo lo que hoy se dice impunemente ante el aplauso del mundo.

LA TRAMA McCARRICK

Lo que señala el informe no es tanto su contenido como lo que calla y oculta tras una montaña de documentos y testimonios, por espeluznantes que sean. Muchos periodistas, y muchísimos eclesiásticos, tenían conocimiento de la escandalosa vida del hombre del capelo rojo, y aun así lo consideraban, maquiavélicamente, útil para los intereses del Partido Demócrata, expresión del estado profundo y del progresismo católico de la iglesia profunda. En el Washingtonian se pudo leer en 2004: «Con un católico polémico en la carrera por la presidencia (John Kerry), el cardenal está considerado por muchos el hombre del Vaticano en Washington, y podría cumplir un papel importante en la selección del próximo papa» (ver aquí). Papel orgullosamente reivindicado en discurso pronunciado el 11 de octubre de 2013 en la Universidad Vilanova y que hoy, con el cardenal Farrell ascendido a camarlengo de la Santa Romana Iglesia por nombramiento de Bergoglio podría concretarse una vez más. Teniendo en cuenta las relaciones de fidelidad que se consolidan entre los miembros de la mafia rosa, es razonable pensar que McCarrick esté todavía en situación de poder intervenir en la elección del Pontífice no sólo mediante la red de amigos y cómplices, algunos de ellos cardenales electores, sino también de participar activamente en el cónclave y en su preparación.

No debemos extrañarnos de que después de constatar el fraude en la elección del presidente de los EE.UU. alguno tratara de manipular también la elección del Sumo Pontífice. No olvidemos que, como ya han señalado varias fuentes, en la cuarta votación del segundo día del último cónclave apareciera una irregularidad en el cómputo de los votos, que se solucionara con una nueva votación, anulando lo previsto en la constitución apostólica Universi Dominici gregis promulgada por Juan Pablo II en 1996.

Es significativo, sin embargo, que si por un lado McCarrick ha sido relevado de sus funciones y reside en un lugar desconocido (donde puede proseguir sin problemas sus funciones paradiplomáticas por cuenta del estado profundo y la iglesia profunda bajo las anónimas vestiduras de laico), por otro todos los que gracias a McCarrick han hecho carrera en la Iglesia siguen en su puesto y hasta han sido ascendidos. Todos estos personajes a los que ha promovido en razón de un modo de vida común y unas mismas intenciones. Todos son chantajeables y chantajistas gracias a los secretos que han llegado a conocer desde su posición. Algunos podrían tal vez ser obligados a obedecer al Sr. McCarrick si él los pone entre la espada y la pared o puede corromperlos con las ingentes cantidades de dinero que tiene a su disposición, aunque ya no sea príncipe de la Iglesia.

La trama urdida por este cardenal está como vemos en condiciones de interferir y actuar en la vida de la Iglesia y de la sociedad, con la ventaja de haber cargado sobre un conveniente chivo expiatorio todas las culpas de la mafia rosa y de que está pareja ajena a las acusaciones de abuso. Pero basta con traspasar la cancela de la Puerta Angélica para toparse con personajes impresentables, algunos de los cuales han sido llamados al Vaticano para sustraerlos a las investigaciones que pendían sobre ellos en el extranjero. Otros son, además, asiduos a la Casa Santa Marta, o cumplen funciones directivas, consolidando la trama de connivencias y complicidades bajo la mirada consentidora del Príncipe. Por otro lado, el hincapié en la labor moralizadora de Bergoglio se estrella contra la cruda realidad de que nada ha cambiado tras la Muralla Leonina en vista de la protección de que gozan entre otros Peña Parra y Zanchetta.

NO SE HA CONDENADO LA SODOMÍA

Algunos comentaristas han señalado con razón un dato desgarrador: que los delitos por los que se ha juzgado a McCarrick sólo tienen que ver con los abusos de menores, mientras que las relaciones contra natura cometidas con adultos con mutuo consentimiento se aceptan y toleran como si tal cosa, como si tan deplorables actos inmorales y sacrílegos de sodomía realizados por sacerdotes no merecieran condena, sino sólo la imprudencia de no haber sabido mantenerlo en el secreto de las cuatro paredes domésticas. A su debido tiempo también habrá que pedir cuentas a los responsables. Sobre todo teniendo en cuenta la cada vez más patente voluntad de Bergoglio de aplicar un enfoque pastoral laxista, según el método experimentado con Amoris laetitia, derogando la condena moral de la sodomía.

LOS CULPABLES Y LAS VÍCTIMAS DE LOS ESCÁNDALOS

La paradoja que surge de los escándalos del clero es que lo que menos preocupa al círculo mágico de Bergoglio es hacer justicia a las víctimas, no sólo compensándolas (cosa que tampoco hacen los culpables; lo han hecho las diócesis con el dinero de los fieles) sino también castigando de modo ejemplar a los culpables. Y no sólo habría que castigar los delitos reconocidos en el código penal por las leyes de los estados, sino también los delitos morales a causa de los cuales personas mayores de edad han sido inducidas por ministros sagrados a cometer pecados graves. ¿Quién curará las heridas del alma, quién lavará las manchas de impureza de tantos jóvenes, entre los que hay seminaristas y sacerdotes? Parece por el contrario sólo se consideran verdaderas víctimas los que han sido sorprendidos y expuestos a la vergüenza pública; se sienten afectados en sus intereses, en sus intrigas, en tanto que sólo se considera culpables a quienes han denunciado los escándalos, quienes han pedido justicia y verdad, empezando por sacerdotes que han sido alejados o privados de la cura de almas por haber tenido la osadía de informar a su obispo de las perversiones de uno de sus hermanos.

LA SANTA IGLESIA ES VÍCTIMA DE LOS DELITOS DE SUS MINISTROS

Hay, además, otra víctima completamente inocente de estos escándalos: la Santa Iglesia. La imagen de la Esposa de Cristo ha sido cubierta de fango, ultrajada, humillada y desacreditada porque quienes han cometido esos delitos disfrutaban de la confianza que despertaba el hábito que vestían, valiéndose de su posición de sacerdote o prelado para atrapar y corromper almas. De ese descrédito de la Iglesia son también culpables cuantos en el Vaticano, en las diócesis, los conventos, las escuelas católicas y las diversas organizaciones religiosas –pensemos en los Boy Scouts– no han extirpado de raíz esa plaga y la han ocultado y negado. Es ya evidente que esta invasión de homosexuales y pervertidos ha sido programada y prevista; no se trata de un hecho fortuito debido a una falta de control, sino de un plan concreto de infiltración sistemática de la Iglesia para demolerla desde dentro. De ella tendrán que responder al Señor aquellos a los cuales había confiado el gobierno de su Esposa.

Con todo, nuestros adversarios olvidan que la Iglesia no es una agrupación de personas sin rostro que obedecen ciegamente a mercenarios, sino un Cuerpo vivo con una Cabeza divina, Nuestro Señor Jesucristo. Pensar que se pueda matar a la Esposa de Cristo sin que intervenga el Esposo es una locura que sólo Satanás puede creer posible. De hecho, él mismo se dará cuenta al crucificarla y cubrirla de esputos y latigazos así como crucificó al Salvador hace dos mil años, está sellando su derrota definitiva. O mors, ero mors tua; morsus tuus ero, inferne.

+Carlo Maria Viganò, arzobispo

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Leer más...

lunes, 31 de agosto de 2020

Carta abierta de académicos e intelectuales en defensa de la Libertad de Cátedra.

32 académicos e intelectuales, tanto colombianos como del extranjero han publicado una carta abierta dirigida a la opinión pública y los medios de comunicación, y en particular al Alto Comisionado para la Paz, Miguel Ceballos Arévalo, y al Portal La Silla Vacía (principal representante de los intereses de George Soros en Colombia) en la cual defienden la Libertad de Cátedra en contra de la persecución emprendida por el mencionado portal en contra de un diplomado en el cual se criticó la ideología progresista.

El pasado 25 de agosto, el medio de George Soros publicó una nota titulada "La enseñanza contra el progresismo en cartilla de la Oficina del Comisionado para la Paz" con la intención de criticar la realización de un Diplomado Virtual en "Paz, convivencia y cultura de la legalidad". ¿La causa de tal crítica?: Haber señalado con acertadísima precisión los fundamentos del complejo fenómeno de la violencia actual en la ideología progresista y sus pilares fundamentales.

Si bien el artículo se enfoca en el haber señalado que el ateísmo sería uno de los pilares de esa ideología progresista, y la relación de la misma con el permisivismo moral, el relativismo y el suicido, al revisar la cartilla, no resulta difícil encontrar el párrafo que resintieron cual estocada y que ameritaba la campaña de desprestigio. Lo transcribimos a continuación:

Algunos de estos trabajos se incluyen en la lista de referencias de esta unidad. Y aquí resulta conveniente, aunque brevemente, mostrar los pilares que constituyen el núcleo conceptual del progresismo, como causas generadoras de violencias secundarias; violencias, por demás, que no se suceden por casualidad y que no vienen de la nada, sino que son resultado de entramados teóricos que, muchas veces de manera silenciosa, se anquilosan, se instalan y se enquistan en los imaginarios colectivos de las comunidades e incluso se imponen al través de agendas legislativas y medios de comunicación y entretenimiento. Estudiar esos entramados teóricos o por lo menos hacerlos conscientes, es el primer paso (punto de partida) para conocer lo que habita tras la violencia, pues todas las prácticas humanas se derivan de teorías previas.Dicho más llanamente: cuando la teoría es nociva, las prácticas envilecen.

El salto de La Silla Vacía al verse retratada de esta forma, no es más que la confirmación de haber dado en el blanco. Ante la demostración, académicamente fundada, del carácter violento de la ideología progresista, sus representantes no encuentran otra respuesta más que la misma violencia, el acoso, la exclusión, el linchamiento y el uso estratégico de la indignación, convirtiéndose en la mejor evidencia en favor de la tesis propuesta.

Por ello mismo, no dejamos de celebrar esta carta abierta, que emula la que hace unos meses fue presentada en los Estados Unidos, denunciando la hostilidad progresista y la ínfulas censoras contra todo pensamiento que le sea contraria. A continuación, el texto completo de la carta.

Carta abierta de académicos e intelectuales a   la opinión pública y los medios de comunicación nacionales e internacionales

C.C. Alto   Comisionado para la Paz en Colombia, Dr. Miguel Ceballos.
C.C. Portal la Silla Vacía.

La nota titulada “La enseñanza contra el progresismo en cartilla de la Oficina del Comisionado para la Paz”, publicada el 25 de agosto de 2020 en el portal de noticias La Silla Vacía, ha desatado una serie de voces indignadas de ciertos sectores de la opinión pública colombiana, quienes conciben que: “señalar al ateísmo como generador de violencia es atentar contra la libertad que tenemos todos de creer o no creer en lo que consideramos”, y lo estiman, por demás, inaceptable en el marco de un “Estado laico”.

En aras de la democracia, se hace necesario defender la legitimidad de la postulación de tales tesis en la arena académica y política, dada la publicidad que se le ha dado al asunto, extrañamente inusual para un debate filosófico, y en la que la nota dominante pareciera ser la descalificación mediática y política de la cartilla Paz, convivencia y cultura de la legalidad.

En Occidente, tanto el celo por la libertad de cátedra como el celo por la libertad de opinión han sido pilares incuestionables de la libertad política, indistintamente de si se trata de la palabra de un funcionario público o un ciudadano

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su artículo 18, consagra la libertad de pensamiento, y la Constitución Política de Colombia, en su artículo 27, indica que el Estado garantiza las libertades de enseñanza, aprendizaje, investigación y cátedra. Por consiguiente, el hecho de que un académico, de voz o por escrito, manifieste una convicción teórica, cualquiera ella sea, o que personas e instituciones determinadas expresen su inconformidad o su oposición a tales ideas, no debe censurarse, siempre y cuando se haga en el marco de un lenguaje respetuoso y un espíritu de apertura a la crítica mutua y la discusión racional. Esto es no solamente legítimo, sino, además, deseable y necesario en un Estado Social de Derecho.

En Occidente, tanto el celo por la libertad de cátedra como el celo por la libertad de opinión han sido pilares incuestionables de la libertad política, indistintamente de si se trata de la palabra de un funcionario público o un ciudadano, de una institución privada, pública, o mixta. Una célebre frase de Karl Popper puede ilustrarlo: “El aumento del conocimiento depende por completo de la existencia del desacuerdo”. Por esta razón, es legítimo el desacuerdo de algunos con las tesis planteadas en la Cartilla, pero esto es muy distinto a negar el también legítimo derecho a plantearlas en clases y escritos académicos. Negar este derecho se constituye en censura, y equivale, a prohibir expresar determinadas ideas o posiciones filosóficas. El pluralismo se construye con el debate, no con la censura.

Pedimos al Estado colombiano que se garanticen la libertad de pensamiento y de enseñanza, en vistas a la configuración de un espacio académico genuino en el que el debate y la discusión sean posibles

Por lo anterior razón, no se encuentra en la Cartilla: “persecución contra ideologías y sistemas de pensamiento”, sino la libre expresión de ideas, sustentadas racionalmente y respaldadas por una larga trayectoria bibliográfica de amplio reconocimiento, cuya discusión, insístase, es legítima. La misma cartilla lo explicita con singular claridad y una honestidad intelectual de escasa aparición en cartillas con sellos de gobiernos: “Los pilares de la ideología progresista pueden llegar a ser algunas de las causas teóricas generadoras de violencias secundarias que afectan la convivencia. Este enfoque, sin embargo, como todas las corrientes teóricas hace parte de un debate académico permanente que invita a estudiar y revisar otras vertientes” (p. 12). Por ende, las ideas que se expresan en la cartilla mencionada, hacen parte de la discusión académica atinente a las disciplinas y ciencias implicadas en la temática de la misma, y enriquece la confrontación de ideas de un Estado social de derecho.

Expresamos, pues, un total rechazo a la desnaturalización y caricaturización que pretende hacerse de la manifestación de un punto de vista teórico enunciado de acuerdo con las condiciones de legitimidad exigidas por un Estado Social de Derecho. Igualmente, rechazamos que un documento académico deba ser retirado por las autoridades de gobierno porque no es del gusto de algunas personas o de algunos grupos. Esto, precisamente, encarnaría de facto lo que se pretende criticar como una posibilidad, o sea, el censurar un punto de vista teórico y una concepción de mundo, en el que visiones omnicomprensivas tengan incompatibilidades y contradicciones.

Por todo lo mencionado, esta carta recoge el apoyo de académicos e intelectuales de largas trayectorias, quienes conocen, reconocen y defienden el valor del pluralismo y, además, la calidad y trayectoria académicas del autor de la cartilla, el Dr. Camilo Noguera Pardo. Pedimos al Estado colombiano que se garanticen la libertad de pensamiento y de enseñanza, en vistas a la configuración de un espacio académico genuino en el que el debate y la discusión sean posibles en la búsqueda conjunta de la verdad, lejos de apasionamientos ideológicos y en el marco del respeto a la ley.

Académicos e intelectuales adherentes:

Valdis Indrikis Grinsteins
Canciller de Centro Iuris en Polonia y la Unión Europea

Eloy García, Ph. D
Catedrático de la U. Complutense

Erick Valdés, Ph.D
Presidente de la Red Internacional de Bioderecho

Jaime Contreras Contreras, Ph. D
Exvicerrector de Posgrados de la U. Alcalá de Henares

Álvaro Gallón Rodríguez
Presidente Fundación Galeona de Cádiz

Rodrigo Riaño Pineda
Rector académico U. Tres Culturas México

Carlos Andrés Gómez Rodas, Ph.D
Director Centro Iuris, Medellín, Antioquia

Jorge Yarce, Ph.D
Escritor y periodista independiente

Álvaro José Cifuentes, Ph. D
Presidente del Instituto Latinoamericano de Liderazgo

Ignacio de Hoces Íñiguez, Ph.D
Jurista e historiador

Alejandro Castaño Bedoya, Ph. D
Miembro de número de la International Network of Biolaw

Liliana B. Irizar, Ph.D
Profesora e investigadora universitaria

Juan David Gómez Rodas
Investigador U. Pontificia Bolivariana de Medellín

Mariela Eugenia Rodríguez Jaramillo
Directora de la Escuela de Nazaret, Envigado, Ant.

Daniel Cardona
Decano Facultad de Educación, U. La Gran Colombia

Ricardo Prieto Gutiérrez
Director de la Escuela de Nazaret, Armenia, Quindío

Sergio Rodríguez Jerez, Ph. D
Profesor e investigador universitario

Rafael Durán Mantilla
Profesor e investigador universitario

Jair Peña Gómez
Director del diario El Metropolitano

Andrés Villota Gómez. M.A
Profesor de economía de la U. Nacional de Colombia

Francisco Flórez Vargas, M.A
Jurista e historiador

Mario Pedraza Giraldo
Académico y catedrático internacional

Andrés González Duperly. M.A
Profesor e investigador universitario

Andrés Jaramillo Ortiz
Director Fundación Función Futuro

Javier N. González, M.A.
Profesor e investigador universitario

Luis Ángel Madrid. M.A
London School of Economics y de la Universidad de Warwick

Gilberto Ramírez Espinosa. M.A
Investigador U. Sergio Arboleda

Martha de la Vega. Ph.D
Docente e investigadora universitaria

Santiago Castro Agudelo
Director Académico Lottus Education

Juvenal Infante
Director del Ctro de Est. Asia-Pacifico de la U. Sergio Arboleda

Tamara Saeteros Pérez, Ph. D
Profesora e investigadora universitaria

José A. Hoffman
Premio Ejecutivo Sobresaliente Cámara Junior 2014

Leer más...

lunes, 27 de julio de 2020

Editorial: ¿Está proscrito el Catolicismo en Colombia?


En nuestro editorial de la semana pasada dábamos cuenta de la persecución contra un sacerdote de la Arquidiócesis de Popayán emprendida por las autoridades civiles y eclesiásticas bajo la instigación de los periodistas de Caracol Noticias. Una semana después, dos hechos adicionales arrojan una claridad aterradora sobre la situación de persecución abierta que vive la Iglesia Católica en nuestro país.

Por una parte, el mismo domingo, Samuel Ángel denunció que periodistas de Noticias Uno se habrían infiltrado en una misa a puerta cerrada en la Parroquia San Juan Bosco en Bogotá con el fin de hostigar y exponer al sacerdote que habría violado la prohibición para atender a sus fieles. Por otra parte, el Tribunal Laboral de Cali resolvió un fallo de Tutela ordenando al Presidente Iván Duque eliminar de su cuenta personal de Twitter el mensaje en el celebraba la fiesta de Nuestra Señora de Chiquinquirá.

La apertura casi plena de los sectores económicos junto a la aprobación dada por gobernantes como Claudia López a la aglomeración de sodomitas el pasado 28 de junio, quienes aprovecharon para vandalizar varios monumentos de la ciudad, deja en evidencia la arbitrariedad jacobina con la que pretenden mantener de forma indefinida la prohibición del culto público. Los sacerdotes, los pocos que tienen espíritu de pastores, han empezado a ingeniar diferentes formas de administrar los sacramentos a la feligresía, incluso a riesgo de sufrir las sanciones de la autoridad civil, eso sí, sin caer en la imprudencia de convocar aglomeraciones de fieles dentro de los templos.

Por eso el dragón de siete cabezas ha enviado a los medios de comunicación como heraldos suyos para intimidar a esos escasos sacerdotes e impedirles que vuelvan al cuidado del redil, mientras los lobos están cenando, y los heraldos han salido alegres de llevar no sólo el estandarte de la persecución política, sino también el de la persecución religiosa. En efecto, así como Caracol Noticias obtuvo declaraciones de Mons. Iván Marín López anunciando medidas contra el P. Londoño, así también Noticias Uno dijo que "autoridades eclesiásticas, incluida la Conferencia Episcopal, coincidieron en manifestar su desacuerdo y molestia" por la misa celebrada a puerta cerrada. ¿Es que no queda en Colombia un solo obispo que no sea un mercenario? ¿No hay un solo pastor que se atreva a salir en defensa de sus ovejas?

De hecho, tampoco hemos escuchado ningún pronunciamiento de algún obispo en contra de la ignominiosa sentencia del Tribunal de Cali. Más allá de la bien merecida censura a Iván Duque, pues hay que carecer de vergüenza para seguir posando de católico mientras pretende mantener prohibida la administración de los sacramentos, la sentencia en cuestión sostiene como hecho jurídico lo que Duque ya había provocado en la realidad: El Catolicismo en Colombia está prohibido.

En una maroma discursiva, que sólo podría habérseles ocurrido a mentes iluminadas como las de jueces colombianos, los magistrados han convertido el derecho fundamental a la Libertad Religiosa en una proscripción absoluta de la Religión:
Así pues, para esa Corporación, el mensaje emitido por el presidente no cumple con los mínimos de justificación y razonabilidad, por ser un claro discurso en materia religiosa cuya divulgación es prohibida, pues implica el desconocimiento del derecho de libertad de culto, y el deber de neutralidad del Estado, y en consecuencia, es vulneratorio del principio de laicidad del Estado, teniendo en cuenta que a las autoridades públicas les está prohibido realizar conductas que constituyan un favorecimiento a una confesión o iglesias, de ahí que, no resulte suficiente la manifestación realizada en el, relativa a «Respetando las libertades religiosas de nuestro país» para entender que no las transgrede.
Se equivocan los que han salido a criticar el fallo como un ataque al Presidente. Duque no es más que un fantoccio dentro de la farsa, que con la misma boca que habla de la Virgen de Chiquinquirá ordena la prohibición indefinida del culto católico. Claro que lo dicho por el Tribunal es gravísimo, pero es aún más grave la prohibición fáctica de la Fe Católica emprendida por Iván Duque y Claudia López.

No queda ya ninguna duda del trágico error cometido por los católicos colombianos cuando en 1991 aceptaron que la Constitución Política dejara de reconocer y proteger públicamente la Fe Católica. Se les vendió el fraude del Estado Laico, con la excusa de mantener la Libertad Religiosa y hoy, esa misma libertad es el arma con que se persigue abiertamente a la Iglesia.
Leer más...

lunes, 20 de julio de 2020

6 de Agosto: Conferencia "Gabriel García Moreno, Estadista genial, hijo fiel de la Iglesia y mártir de la Fe."


La Sociedad Ecuatoriana Tradición y Acción está extendiendo invitación para una conferencia virtual sobre Gabriel García Moreno, presidente del Ecuador y tal vez el último de los estadistas que en la historia de la Iglesia han servido como ejemplo de santidad. La conferencia contará la presencia de Su Alteza Imperial y Real, Don Bertrand de Orléans y Braganza, Principe Imperial de Brasil.

El evento constará de cuatro ponencias. Don Bertrand expondrá la vida de Gabriel García Moreno bajo la mirada de un Príncipe. A continuación, el Dr. Juan Miguel Montes, Director de la oficina de Tradición, Familia y Propiedad de Roma, presentará la visión de conjunto en el concierto internacional de las naciones. Posteriormente, el Dr. Diego Villamar Dávila hará una semblanza de Gabriel García Moreno como prototipo de jefe de Estado católico. Finalmente, el Dr. Daniel Lopéz Garzón. filósofo e historiador ecuatoriano, detallará el carácter martirial de su vida y asesinato a manos de la masonería internacional.

La conferencia se llevará a cabo el día 6 de agosto a las 17:00 horas (GMT -5:00), y se hará a través de la plataforma Zoom. La asistencia es gratuita, si bien, dado que los cupos son limitados, debe hacerse previa inscripción al whatsapp +593 96164188, al teléfono fijo (04) 2288843, o al teléfono fijo tradicionyaccionec@gmail.com.
Leer más...

sábado, 18 de julio de 2020

Editorial: Persecución anti-católica contra sacerdote de Popayán

El pasado 15 de julio de 2020 Noticias Caracol publicó una ponzoñosa nota contra el sacerdote Bernardo Londoño de la parroquia de Santo Domingo en Popayán, por haber sido grabado mientras celebrara misa con fieles y administrarles la comunión en la boca. Atendiendo el llamado al linchamiento del presbítero, las autoridades civiles de la ciudad afirmaron estar dispuestas a sancionarlo, y lamentablemente, las autoridades eclesiásticas han querido sumarse a la persecución jacobina.

El 16 de Marzo los obispos de Colombia ordenaron el cierre de las iglesias y la suspensión de misas públicas. Ya han transcurrido más de 120 días y, aunque en amplias zonas del país la vida ha ido regresando a la normalidad, la mayoría de los fieles del país todavía no saben cuándo podrán volver a acceder a los sacramentos, pues con la excusa de proteger su cuerpo, se les ha privado de forma arbitraria del alimento del alma.

Fueron los obispos los primeros en prohibir el culto público, cuando las autoridades del Estado no habían establecido nada al respecto, y fueron los obispos los que tomaron la decisión de privar a los católicos de la celebración de la Cuaresma, el Triduo Pascual, y la Pascua, los tiempos litúrgicos más fuertes e importantes para los católicos. Aunque en varias de sus alocuciones, el Presidente Iván Duque afirmó que las actividades de culto debían seguir prohibidas, calificándolas de "actividad social", no fue sino hasta el Decreto 749 del 28 de Mayo de 2020, que el Estado prohibió la celebración de actividades de culto público.

Esto debería haber provocado la indignación y la respuesta airada de la Iglesia, fieles y jerarquía, por la evidente intromisión del Estado en materia de derecho eclesiástico, violentando abiertamente la naturaleza de la Iglesia como sujeto de Derecho Divino y pretendiendo reducirla a una mera asociación privada de derecho civil. Sin embargo, en lugar de protestar por la extralimitación del poder temporal, hemos visto a los obispos someterse al regalismo del Gobierno Duque, y someterse a la aprobación de unos protocolos, dando al Estado la aceptación tácita de su gobierno sobre la Iglesia.

Ni Iván Duque, ni Claudia López, tienen potestad para prohibir la celebración del sagrado culto de la Iglesia. El Estado no tiene competencia sobre la administración de los Sacramentos, pues es materia de Derecho Divino establecida por Nuestro Señor Jesucristo al constituir la Iglesia. Basta recordar que el Beato Papa Pío IX, condenó en el Syllabus de errores modernos, todas las pretensiones regalistas y galicanas de los regímenes liberales del siglo XIX:

§ V. Errores acerca de la Iglesia y sus derechos
XIX. La Iglesia no es una verdadera y perfecta sociedad, completamente libre, ni está provista de sus propios y constantes derechos que le confirió su divino fundador, antes bien corresponde a la potestad civil definir cuales sean los derechos de la Iglesia y los límites dentro de los cuales pueda ejercitarlos.
XX. La potestad eclesiástica no debe ejercer su autoridad sin la venia y consentimiento del gobierno civil.

§ VI. Errores tocantes a la sociedad civil considerada en sí misma o en sus relaciones con la Iglesia
XXXIX. El Estado, como origen y fuente de todos los derechos, goza de cierto derecho completamente ilimitado.
XLI. Corresponde a la potestad civil, aunque la ejercite un Señor infiel, la potestad indirecta negativa sobre las cosas sagradas; y de aquí no sólo el derecho que dicen del Exequatur, sino el derecho que llaman de apelación ab abusu.
XLIV. La autoridad civil puede inmiscuirse en las cosas que tocan a la Religión, costumbres y régimen espiritual; y así puede juzgar de las instrucciones que los Pastores de la Iglesia suelen dar para dirigir las conciencias, según lo pide su mismo cargo, y puede asimismo hacer reglamentos para la administración de los sacramentos, y sobre las disposiciones necesarias para recibirlos.
La Iglesia creyó ingenuamente que tras sucribir la proposición americana en la Dignitatis Humanae habría encontrado un modus vivendi de separación Iglesia-Estado en el cual le fuera garantizada su autonomía. Han olvidado la enseñanza de San Pío X en su encíclica Vehementer Nos, cumpliéndose como profecía su advertencia de que la teoría de la separación Iglesia-Estado niega la constitución propia de la Iglesia, como persona de Derecho Divino, establecida por el mismo Jesucristo, para reducirla a una mera asociación privada sometida al derecho civil y al arbitrio de las autoridades temporales.

Ahora, al conceder los obispos que la celebración del culto público esté condicionada a la aprobación de los tales protocolos por parte de las autoridades civiles, han puesto ellos mismos el hacha en manos de sus verdugos, pues han admitido la posibilidad de que el Estado regule y juzgue sobre las materias eclesiásticas, y es un arma que no soltarán de buen grado. Para la muestra, Claudia López, fiel a su agenda de muerte, ya ha dejado ver que tiene la intención de mantener a los católicos privados de la eucaristía de forma indefinida y sin razón.

Que López, inmoral confesa, utilice su poder para perseguir a la Iglesia no es de extrañar. Que Duque, que por más que aparenta ser católico trabaja para George Soros, lo haga, tampoco sorprende. Lo que sí sorprende, es que los obispos, en este caso Mons. Iván Marín López, también utilicen su poder para perseguir a los sacerdotes que fieles a su misión y al ejemplo apostólico "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres", y arriesgan todo para atender la necesidad espiritual de las almas a su cargo.

Todo nuestro apoyo al P. Bernardo Londoño y a todos los sacerdotes que han seguido impartiendo los sacramentos a los fieles, a pesar de la jacobina prohibición y el servilismo episcopal. 
Leer más...

viernes, 12 de junio de 2020

Carta de Mons. Carlo María Viganò a Mons. Athanasius Schneider: "nos enfrentamos a una opción decisiva para el futuro de la Iglesia y para nuestra salvación eterna"

En el interior de todo hombre existe un lugar privilegiado en que el alma se encuentra desnuda ante Dios, y en el cual la Ley Eterna ilumina nuestras vidas y nuestras acciones enseñando a distinguir lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo. Ese lugar es la conciencia, allí, nuestros actos son juzgados de cara a la verdad y su juicio es tan poderoso que no podemos desatenderlo sin caer en pecado.

El documento que presentamos a continuación es un testimonio invaluable de esta verdad: Una vez la conciencia ha hecho con toda certeza su dictamen preceptivo el hombre está obligado ante Dios a cumplir con su deber como parte de la obediencia debida a Dios, y "hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 5, 29). En ella, Mons. Viganò reconoce el gravísimo error de haber creído que la obediencia incondicional a la Jerarquía salvaría su conciencia, y que a pesar de los crecientes síntomas de apostasía en la Iglesia a partir del experimento conciliar, podría confiar ciegamente en que la Iglesia recuperaría el rumbo por los medios acostumbrados de la autoridad eclesiástica.

No tenemos la menor duda de que en el futuro, esta pieza de correspondencia entre dos pastores de la Iglesia será recordada y estudiada como un retrato histórico fidedigno de la crisis en que la Iglesia quedó sumida a partir del Concilio Vaticano II, de la misma forma en que hoy se estudia a San Atanasio para conocer el cisma arriano, o a Beda el Venerable y Gregorio de Tours para comprender la caída del Imperio Romano.

9 de junio de 2020
San Efrén

He leído con gran interés el ensayo de Su Excelencia, Mons. Athanasius Schneider, publicado en LifeSiteNews el 1 de junio, posteriormente traducido al italiano por Chiesa e post concilio, titulado “No existe la voluntad divina positiva de que haya diversidad de religiones ni hay un derecho natural a dicha diversidad”. El estudio de Su Excelencia resume, con la claridad que distingue las palabras de quienes hablan de acuerdo con Cristo, las objeciones contra la supuesta legitimidad del ejercicio de la libertad religiosa teorizada por el Concilio Vaticano II en contradicción con el testimonio de la Sagrada Escritura y con la voz de la Tradición, y en contradicción también con el Magisterio católico, que es el fiel guardián de ambas.

El mérito del ensayo de Su Excelencia consiste, primero que nada, en su comprensión del vínculo causal entre los principios enunciados -o implícitos- del Concilio Vaticano II y su consiguiente efecto lógico en las desviaciones doctrinales, morales, litúrgicas y disciplinarias que han surgido y se están desarrollando progresivamente hasta el día de hoy.  

El monstruo generado en los círculos modernistas podría haber sido, al comienzo, equívoco, pero ha crecido y se ha fortalecido, de modo que hoy se muestra como lo que verdaderamente es en su naturaleza subversiva y rebelde. La criatura concebida en aquellos tiempos es siempre la misma, y sería ingenuo pensar que su perversa naturaleza podría cambiar. Los intentos de corregir los excesos conciliares -invocando la hermenéutica de la continuidad- han demostrado no tener éxito: Naturam expellas furca, tamen usque recurret [“Expulsa a la naturaleza con una horqueta: regresará”] (Horacio, Epist., I, 10, 24). La Declaración de Abu Dhabi -y como Mons. Schneider acertadamente observa, sus primeros síntomas en el panteón de Asís- “fue concebida en el espíritu del Concilio Vaticano II”, como lo afirma Bergoglio, orgullosamente. 

Este “espíritu del Concilio” es la patente de legitimidad que los innovadores oponen a sus críticos, sin darse cuenta de que ello es confesar, precisamente, un legado que confirma no sólo la naturaleza errada de las declaraciones presentes, sino también la matriz herética que supuestamente las justifica. Si se mira más de cerca, jamás en la historia de la Iglesia un Concilio se ha presentado a sí mismo como un hecho histórico diferente de todos los concilios anteriores: jamás se ha hablado del “espíritu del Concilio de Nicea” o del “espíritu del Concilio de Ferrara-Florencia” ni, mucho menos, del “espíritu del Concilio de Trento”. Tampoco existió jamás una era “post-conciliar” después del Letrán IV o del Vaticano I. 

La razón de ello es obvia: estos Concilios fueron todos, sin distinción alguna, expresión unánime de la voz de la Santa Madre Iglesia, y por esta misma causa, voz de Nuestro Señor Jesucristo. Es elocuente que quienes sostienen la novedad del Concilio Vaticano II adhieran también a la doctrina herética que pone al Dios del Antiguo Testamento en oposición al Dios del Nuevo Testamento, como si pudiera existir contradicción entre las Divinas Personas de la Santísima Trinidad. Evidentemente esta oposición, que es casi gnóstica o cabalística, es funcional para la legitimación de un sujeto nuevo, que se quiere diferente y opuesto a la Iglesia católica. Los errores doctrinales casi siempre revelan algún tipo de herejía trinitaria, y por tanto es mediante el regreso a la proclamación del dogma trinitario que las doctrinas que se le oponen pueden ser derrotadas: ut in confessione veræ sempiternæque deitatis, et in Personis proprietas, et in essentia unitas, et in majestate adoretur æqualitas: confesando una verdadera y eterna Divinidad, adoramos la propiedad en las Personas, la unidad en la esencia y la igualdad en la Majestad. 

Mons. Schneider cita varios cánones de los Concilios Ecuménicos que proponen lo que, en su opinión, son doctrinas difíciles de aceptar hoy, como, por ejemplo, la obligación de diferenciar a los judíos por las ropas, o la prohibición de que los cristianos sirvan a patrones mahometanos o judíos. Entre esos ejemplos existe también la exigencia de la traditio instrumentorum proclamada por el Concilio de Florencia, que fue posteriormente corregida por la Constitución Apostólica Sacramentum Ordinis de Pío XII. Mons. Schneider comenta: “Se puede rectamente esperar y creer que un futuro Papa o Concilio Ecuménico corrija las declaraciones erróneas hechas” por el Concilio Vaticano II. Esto me parece ser un argumento que, aunque hecho con la mejor de las intenciones, debilita el edificio católico desde sus mismos fundamentos. Si de hecho admitimos que puede haber actos magisteriales que, por el cambio en la sensibilidad, son susceptibles de abrogación, modificación o diferente interpretación por el paso del tiempo, caemos inevitablemente en la condenación del Decreto Lamentabili, y terminamos concediendo justificaciones a quienes, recientemente, y precisamente sobre la base de aquel erróneo supuesto, han declarado que la pena de muerte “no es conforme al Evangelio”, enmendando así el Catecismo de la Iglesia Católica. De acuerdo con el mismo principio, podríamos sostener que las palabras del Beato Pío IX en Quanta Cura fueron en cierta forma corregidas por el Concilio Vaticano II, tal como Su Excelencia espera que ocurra con Dignitatis Humanae. +

Ninguno de los ejemplos que ofrece Su Excelencia es, en sí mismo, gravemente erróneo o herético: el hecho de que el Concilio de Florencia declarara que la traditio instrumentorum era necesaria para la validez de las órdenes no comprometió de ningún modo el ministerio sacerdotal en la Iglesia, haciendo que se confirieran órdenes inválidas. No me parece tampoco que se pueda afirmar que este aspecto, a pesar de su importancia, haya conducido a errores doctrinales por parte de los fieles, algo que sí ha ocurrido, por el contrario, sólo en el último Concilio. Y cuando en el curso de la historia se han difundido diversas herejías, la Iglesia siempre ha intervenido prontamente para condenarlas, como ocurrió en el tiempo del Sínodo de Pistoya de 1786, que fue en cierto modo un anticipo del Concilio Vaticano II, especialmente en su abolición de la comunión fuera de la Misa, la introducción de la lengua vernácula, y la abolición de las oraciones del Canon dichas en voz baja, pero especialmente en la teorización sobre el fundamento de la colegialidad episcopal, reduciendo la primacía del Papa a una función meramente ministerial. El releer las actas de aquel Sínodo causa estupor por la formulación literal de los mismos errores que encontramos posteriormente, aumentados, en el Concilio que presidieron Juan XXIII y Pablo VI. Por otra parte, tal como la Verdad procede de Dios, el error es alimentado por el Adversario y se alimenta de él, que odia a la Iglesia de Cristo y su corazón, la Santa Misa y la Santísima Eucaristía.  

Llega un momento en nuestras vidas en que, por disposición de la Providencia, nos enfrentamos a una opción decisiva para el futuro de la Iglesia y para nuestra salvación eterna. Me refiero a la opción entre comprender el error en que prácticamente todos hemos caído, casi siempre sin mala intención, y seguir mirando para el otro lado o justificándonos a nosotros mismos.  

También hemos cometido, entre otros, el error de considerar a nuestros interlocutores como personas que, a pesar de la diferencia de ideas y de fe, se han movido siempre por buenas intenciones y que estarían dispuestas a corregir sus errores si pudieran convertirse a nuestra Fe. Junto con numerosos Padres Conciliares, concebimos el ecumenismo como un proceso, como una invitación que llama a los disidentes a la única Iglesia de Cristo, a los idólatras y paganos al único Dios verdadero, al pueblo judío al Mesías prometido. Pero desde el instante en que fue teorizado en las comisiones conciliares, el ecumenismo fue entendido de un modo que está en directa oposición con la doctrina previamente sostenida por el Magisterio.

Hemos pensado que ciertos excesos eran sólo exageraciones de los que se dejaron arrastrar por el entusiasmo de novedades, y creímos sinceramente que ver a Juan Pablo II rodeado por brujos sanadores, monjes budistas, imanes, rabíes, pastores protestantes y otros herejes era prueba de la capacidad de la Iglesia de convocar a todos los pueblos para pedir a Dios la paz, cuando el autorizado ejemplo de esta acción iniciaba una desviada sucesión de panteones más o menos oficiales, hasta el punto de ver a algunos obispos portar el sucio ídolo de la pachamama sobre sus hombros, escondido sacrílegamente con el pretexto de ser una representación de la sagrada maternidad.

Pero si la imagen de una divinidad infernal pudo ingresar a San Pedro, fue parte de un crescendo que algunos previeron como un comienzo. Hoy hay muchos católicos practicantes, y quizá la mayor parte del clero católico, que están convencidos de que la Fe católica ya no es necesaria para la salvación eterna: creen que el Dios Uno y Trino revelado a nuestros padres es igual que el dios de Mahoma. Hace veinte años oímos esto repetido desde los púlpitos y las cátedras episcopales, pero recientemente lo hemos oído, afirmado con énfasis, incluso desde el más alto Trono.

Sabemos muy bien que, invocando la palabra de la Escritura Littera enim occidit, spiritus autem vivificat [“La letra mata, el espíritu da vida” (2 Cor 3, 6)], los progresistas y modernistas astutamente encontraron cómo esconder expresiones equívocas en los textos conciliares, que en su tiempo parecieron inofensivos pero que, hoy, revelan su valor subversivo. Es el método usado en la frase subsistit in: decir una semi-verdad como para no ofender al interlocutor (suponiendo que es lícito silenciar la verdad de Dios por respeto a sus criaturas), pero con la intención de poder usar un semi-error que sería instantáneamente refutado si se proclamara la verdad entera. Así, “Ecclesia Christi subsistit in Ecclesia Catholica” no especifica la identidad de ambas, pero sí la subsistencia de una en la otra y, en pro de la coherencia, también en otras iglesias: he aquí la apertura a celebraciones interconfesionales, a oraciones ecuménicas, y al inevitable fin de la necesidad de la Iglesia para la salvación, en su unicidad y en su naturaleza misionera.

Puede que algunos recuerden que los primeros encuentros ecuménicos tuvieron lugar con los cismáticos del Oriente, y muy prudentemente con otras sectas protestantes. Fuera de Alemania, Holanda y Suiza, al comienzo los países de tradición católica no vieron con buenos ojos las celebraciones mixtas en que había juntos pastores protestantes y sacerdotes católicos. Recuerdo que en aquellos años se habló de eliminar la penúltima doxología del Veni Creator para no ofender a los ortodoxos, que no aceptan el Filioque. Hoy escuchamos los surahs del Corán leídos desde el púlpito de nuestras iglesias, vemos un ídolo de madera adorado por hermanas y hermanos religiosos, oímos a los obispos desautorizar lo que hasta ayer nos parecía ser las excusas más plausibles de tantos extremismos. Lo que el mundo quiere, por instigación de la masonería y sus infernales tentáculos, es crear una religión universal que sea humanitaria y ecuménica, de la cual es expulsado el celoso Dios que adoramos. Y si esto es lo que el mundo quiere, todo paso en esa dirección que dé la Iglesia es una desafortunada elección que se volverá en contra de quienes creen que pueden burlarse de Dios. No se puede dar de nuevo vida a las esperanzas de la Torre de Babel, con un plan globalizante que tiene como meta la neutralización de la Iglesia católica a fin de reemplazarla por una confederación de idólatras y herejes unidos por el ambientalismo y la fraternidad universal. No puede haber hermandad sino en Cristo, y sólo en Cristo: qui non est mecum, contra me est

Es desconcertante que tan poca gente se dé cuenta de esta carrera hacia el precipicio, y que pocos adviertan la responsabilidad de los niveles más altos de la Iglesia que apoyan estas ideologías anti cristianas, como si los líderes de la Iglesia quisieran la garantía de que tendrán un lugar y un papel en el carro del pensamiento correcto. Y es sorprendente que haya gente que persista en la negativa a investigar las causas de fondo de la presente crisis, limitándose a deplorar los excesos actuales como si no fueran la consecuencia inevitable de un plan orquestado hace ya décadas. El que la pachamama haya sido adorada en una iglesia, se lo debemos a Dignitatis Humanae. El que tengamos una liturgia protestantizada y a veces incluso paganizada, se lo debemos a la revolucionaria acción de monseñor Annibale Bugnini y a las reformas postconciliares. La firma de la Declaración de Abu Dabhi, se la debemos a Nostra Aetate. Y si hemos llegado hasta delegar decisiones en las Conferencias Episcopales -incluso con grave violación del Concordato, como es el caso en Italia-, se lo debemos a la colegialidad y a su versión puesta al día, la sinodalidad. Gracias a la sinodalidad nos encontramos con Amoris Laetitia y teniendo que ver el modo de impedir que aparezca lo que era obvio para todos: este documento, preparado por una impresionante máquina organizacional, pretendió legitimar la comunión a los divorciados y convivientes, tal como Querida Amazonia va a ser usada para legitimar a la mujeres sacerdotes (como en el caso reciente de una “vicaria episcopal” en Friburgo de Brisgovia) y la abolición del Sagrado Celibato. Los prelados que enviaron las Dubia a Francisco, a mi juicio, evidenciaron la misma piadosa ingenuidad: pensar que Bergoglio, confrontado con una contestación razonablemente argumentada de su error, iba a comprender, a corregir los puntos heterodoxos y a pedir perdón.

El Concilio fue usado para legitimar las más aberrantes desviaciones doctrinales, las más osadas innovaciones litúrgicas y los más inescrupulosos abusos, todo ello mientras la Autoridad guardaba silencio. Se exaltó de tal modo a este Concilio que se lo presentó como la única referencia legítima para los católicos, para el clero, para los obispos, oscureciendo y connotando con una nota de desprecio la doctrina que la Iglesia había siempre enseñado autorizadamente, y prohibiendo la liturgia perenne que había, durante milenios, alimentado la fe de una línea ininterrumpida de fieles, mártires y santos. Entre otras cosas, este Concilio ha demostrado ser el único que ha causado tantos problemas interpretativos y tantas contradicciones respecto del Magisterio precedente, en tanto que no existe ni un solo Concilio -desde el Concilio de Jerusalén hasta el Vaticano I- que no haya armonizado perfectamente con todo el Magisterio o que haya necesitado tanta interpretación.

Confieso con serenidad y sin controversia: fui una de las muchas personas que, a pesar de tantas perplejidades y temores como hoy se ha demostrado ser legítimos, confié en la autoridad de la Jerarquía con incondicional obediencia. En realidad, creo que mucha gente, incluido yo mismo, no consideró en un comienzo la posibilidad de que pudiera haber un conflicto entre la obediencia a una orden de la Jerarquía y la fidelidad a la Iglesia. Lo que hizo tangible esta separación no natural, diría incluso perversa, entre la Jerarquía y la Iglesia, entre la obediencia y la fidelidad, fue ciertamente el presente pontificado.

En la Sala de Lágrimas, adyacente a la Capilla Sixtina, mientras monseñor Guido Marini preparaba el roquete, la muceta y la estola para la primera aparición del Papa “recién elegido”, Bergoglio exclamó: “Sono finite le carnevalate!” [“Se acabó el carnaval”], rehusando desdeñosamente las insignias que todos los Papas hasta ahora habían aceptado, humildemente, como el atuendo del Vicario de Cristo. Pero esas palabras contenían una verdad, aunque dicha involuntariamente: el 23 de marzo de 2013, los conspiradores dejaron caer la máscara, libres ya de la inconveniente presencia de Benedicto XVI y osadamente orgullosos de haber finalmente promovido a un Cardenal que representaba sus ideas, su modo de revolucionar la Iglesia, de hacer maleable la doctrina, adaptable la moral, adulterable la liturgia y desechable la disciplina. Todo esto se consideró, por los mismos protagonistas de la conspiración, como lógica consecuencia y obvia aplicación del Concilio Vaticano II que, según ellos, había sido debilitado por las críticas hechas por Benedicto XVI. La mayor osadía de ese Pontificado fue el permiso para celebrar libremente la venerada liturgia tridentina, cuya legitimidad fue finalmente reconocida, refutando cincuenta años de ilegítimo ostracismo. No es un accidente el que los partidarios de Bergoglio sean los mismos que vieron el Concilio como el primer paso de una nueva Iglesia, antes de la cual había existido una vieja religión con una vieja liturgia. 

No es accidente: lo que estos hombres afirman impunemente, escandalizando a los moderados, es lo mismo que creen los católicos, vale decir, que a pesar de todos los esfuerzos de la hermenéutica de la continuidad, que naufragó miserablemente con la primera confrontación con la realidad de la presente crisis, es innegable que, desde el Concilio Vaticano II en adelante, se construyó una nueva iglesia, superimpuesta a la Iglesia de Cristo y diametralmente opuesta a ella. Esta Iglesia paralela oscureció progresivamente la institución divina fundada por el Señor, reemplazándola por una entidad espuria, que corresponde a la deseada religión universal, teorizada primeramente por la masonería. Expresiones como nuevo humanismo, fraternidad universal, dignidad del hombre, son muletillas del humanitarismo filantrópico que niega al verdadero Dios, de una solidaridad horizontal de inspiración vagamente espiritualista y de un irenismo ecuménico, condenado inequívocamente por la Iglesia. “Nam et loquela tua manifestum te facit [“Tus palabras te ponen en evidencia”]” (Mt 26, 73): este recurrir frecuente, incluso obsesivo, al mismo vocabulario de los enemigos revela la adhesión a la ideología inspirada por ellos. Por otra parte, la renuncia sistemática al lenguaje claro, inequívoco y cristalino de la Iglesia confirma el deseo de separarse no sólo de las formas católicas, sino incluso de su sustancia misma. 

Lo que durante años hemos oído proclamar vagamente, sin connotaciones claras, desde el más alto de los Tronos, lo encontramos ahora, elaborado en un verdadero manifiesto propiamente tal, entre los partidarios del presente pontificado: la democratización de la Iglesia, ya no mediante la colegialidad inventada por el Concilio Vaticano II, sino por la vía sinodal inaugurada por el Sínodo de la Familia; la demolición del sacerdocio ministerial mediante su debilitamiento por las excepciones al celibato eclesiástico y la introducción de figuras femeninas con responsabilidades cuasi-sacerdotales; el silencioso tránsito desde un ecumenismo dirigido a los hermanos separados hacia una forma de pan-ecumenismo que reduce la Verdad del Dios Uno y Trino al nivel de las idolatrías y de las más infernales supersticiones; la aceptación de un diálogo interreligioso que presupone un relativismo religioso y excluye la proclamación misionera; la desmitologización del Papado, emprendida por Bergoglio como tema de su pontificado; la progresiva legitimación de todo lo que es políticamente correcto: la teoría de género, la sodomía, el matrimonio homosexual, las doctrinas maltusianas, el ecologismo, el inmigracionismo… Si no reconocemos que las raíces de estas desviaciones se encuentran en los principios establecidos por el último Concilio, será imposible encontrar una cura: si persiste de nuestra parte un diagnóstico que, contra todas las demostraciones, excluye la patología inicial, no podemos prescribir una terapia adecuada. 

Esta operación de honestidad intelectual exige una gran humildad, primero que nada, para reconocer que, durante décadas, hemos sido conducidos al error, de buena fe, por personas que, constituidas en autoridad, no han sabido vigilar y cuidar al rebaño de Cristo: algunas de ellas, para poder llevar una vida tranquila, otras debido a que tienen demasiados compromisos, otras por conveniencia y, finalmente, otras de mala fe o incluso con un malicioso propósito. Estas últimas, que han traicionado a la Iglesia, deben ser identificadas, llevadas a un costado e invitadas a corregirse y, si no se arrepienten, deben ser expulsadas de los recintos sagrados. Así es como actúa el Pastor, que tiene en su corazón el bien de las ovejas y que da su vida por ellas. Hemos tenido y todavía tenemos demasiados mercenarios, para quienes la aprobación por parte de los enemigos de Cristo es más importante que la fidelidad a su Esposa.

Tal como, hace sesenta años, honesta y serenamente obedecí cuestionables órdenes, creyendo que representaban la amable voz de la Iglesia, hoy, con la misma serenidad y honestidad, reconozco que he sido engañado. Ser coherente hoy, perseverando en el error, constituiría una desgraciada elección y me convertiría en un cómplice de este fraude. Proclamar que existió claridad de juicio desde el principio no sería honesto: todos supimos que el Concilio iba a ser, más o menos, una revolución, pero no podíamos imaginar que iba a serlo de un modo tan devastador, incluso respecto a la obra de quienes deberían haberla evitado. Y si, hasta Benedicto XVI podíamos todavía pensar que el golpe de estado del Concilio Vaticano II (que el Cardenal Suenens llamó “el 1789 de la Iglesia”) estaba experimentando una desaceleración, en estos últimos años hasta el más ingenuo de entre nosotros ha comprendido que el silencio por temor a causar un cisma, el esfuerzo por remendar los documentos papales en sentido católico para remediar su intencionada ambigüedad, los llamados y dubia dirigidos a Francisco que han quedado elocuentemente sin respuesta, son formas de confirmación de la existencia de la más grave de las apostasías a que están expuestos los más altos niveles de la Jerarquía, en tanto que los fieles cristianos y el clero se sienten desesperadamente abandonados y son vistos por los obispos casi con enfado.

La Declaración de Abu Dhabi es la proclama ideológica de una idea de paz y cooperación entre las religiones que podría posiblemente ser tolerada si proviniera de paganos privados de la luz de la Fe y del fuego de la Caridad. Pero todo el que haya recibido la gracia de ser Hijo de Dios en virtud del Santo Bautismo debería horrorizarse con la idea de construir una versión, moderna y blasfema, de la Torre de Babel, buscando aunar a la única Iglesia de Cristo, heredera de las promesas hechas al Pueblo Elegido, con aquellos que niegan al Mesías y con quienes consideran que la idea misma de un Dios Trino y Uno es una blasfemia. El amor de Dios no tiene límites y no tolera compromisos, porque de otro modo no es, simplemente, Caridad, sin la cual no se puede permanecer en Él: qui manet in caritate, in Deo manet, et Deus in eo [quien permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él] (1 Jn 4, 16). Importa poco que se trate de una declaración o de un documento magisterial: sabemos bien que la mens subversiva de los innovadores juguetea con estas especies de puzzles a fin de difundir el error. Y sabemos bien que la finalidad de estas iniciativas ecuménicas e interreligiosas no es convertir a quienes están lejos de la única Iglesia de Cristo, sino desviar y corromper a quienes todavía creen en la Fe católica, llevándolos a pensar que es deseable tener una gran religión universal que reúna a las tres grandes religiones abrahámicas “en una sola casa”: ¡esto sería el triunfo del plan masónico de preparación del reino del Anticristo! No importa mucho que ello se materialice mediante una bula dogmática, una declaración, o una entrevista con Scalfari en La Repubblica, porque los partidarios de Bergoglio esperan la señal de su palabra, a la cual responderán con una serie de iniciativas que están preparadas y organizadas desde hace ya algún tiempo. Y si Bergoglio no cumple las instrucciones que ha recibido, hay cantidad de teólogos y de clérigos que están preparados para lamentarse de la “soledad del papa Francisco”, a fin de usar esto como premisa para su renuncia (pienso, por ejemplo, en Massimo Faggioli en uno de sus recientes ensayos). Por otra parte, no sería la primera vez que usan al Papa cuando éste actúa según el plan de ellos, y que se deshacen de él o lo atacan tan pronto como no lo hace. 

El domingo pasado la Iglesia celebró a la Santísima Trinidad, y en el Breviario se recita el Symbolum Athanasianum, hoy puesto fuera de la ley por la liturgia conciliar, y ya reducido a sólo dos ocasiones en la reforma litúrgica de 1962. Las primeras palabras de ese suprimido Symbolum merecen estar escritas con letras de oro: “Quicumque vult salvus esse, ante omnia opus est ut teneat Catholicam fidem; quam nisi quisque integram inviolatamque servaverit, absque dubio in aeternum peribit [Quien quiera ser salvado, es necesario, antes que nada, que crea en la Fe católica, porque a menos que mantenga esta fe íntegra e inviolada, sin duda perecerá eternamente]”. 

+ Carlo Maria Viganò

(Traducido y publicado por Asociación Litúrgica Magnificat, Una Voce Chile)
Leer más...