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jueves, 22 de septiembre de 2022

Editorial: El Catolicismo contra el Rosario de hombres

"cum ergo venerit dominus vineæ quid faciet agricolis illis; ajunt illi malos male perdet et vineam locabit aliis agricolis qui reddant ei fructum temporibus suis." Mt. 21, 40-41.

El diario El Catolicismo, órgano oficioso de la Arquidiócesis de Bogotá, ha publicado un Editorial en el cual critica la iniciativa de convocar al rezo público del santo rosario a modo de protesta contra la persecusión anticristiana impulsada por gobiernos como el de Claudia López en la alcaldía de Bogotá, autor intelectual del cierre del oratorio en el aeropuerto El Dorado, o el nacional de Gustavo Petro que amenaza por cerrar la capilla del Congreso de la República. El articulo, que recuerda a una reciente publicación del medio estadounidense The Atlantic que comparaba la camándula de los católicos con el rifle de asalto AR-15, pretende alertar sobre una tendencia nociva en la movilización política del laicado católico, pero termina convirtiéndose en síntoma autoevidente de la necesidad de tal movilización, dada la orfandad del pueblo católico por la negligencia palpable del clero, que reniega de aquello que ha prometido mantener y transmitir.

“Convirtieron el Rosario en un arma de protesta”, dijo recientemente un prelado, viendo las imágenes de unas personas situadas en la calle para protestar contra algo que no era de su agrado. Y es cierto. Se ha convertido en una especie de hábito el que algunos católicos se agrupen ante instituciones, clínicas, edificios estatales y, camándula en mano, expresen su protesta por una u otra cuestión. Aunque hay que reconocer la valentía de situarse en la calle para levantar la voz de protesta cuando hay ofensas a la religión y a la Iglesia, cabe preguntarse si una oración como la del Rosario fue diseñada para tal fin, pero, sobre todo, si esos plantones generan a la larga algo positivo o una mayor repelencia con la fe y la Iglesia.

Parece olvidar el anónimo prelado, citado por el medio, que la analogía bélica con la vida cristiana es utilizada desde el mismo San Pablo: "Tomad, también, el yelmo de la salvación y la la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos." (Ef. 6, 17-18.) Si les repugna a los prelados que los católicos tomen el rosario como arma, es porque han olvidado que “la vida del hombre en la tierra es milicia” (Job 7, 1.) y les preocupa el agrado o desagrado del Mundo que la gloria de Dios (Jn 5, 44.). En efecto, si Cristo se hubiera preocupado jamás por la repelencia que sus palabras pudieran causar en el público, no habría dicho una sola, ni habría hecho milagros en sábado, y, en fín, habría hecho todo lo posible por evitar su crucifixión. Los apóstoles habrían callado la resurrección de Cristo, dada la repelencia del Sanedrín, Pablo habría callado la predicación ante la repelencia de los atenienses, y el Evangelio, en resumen, habríase extinguido ante la repelencia producida en las autoridades romanas.

El editorial parece reconocer que el enmudecimiento acomodaticio del clero sólo ha producido repelencia por parte de los fieles laicos, que de un momento a otro se han visto pastoreados por mercenarios. “Hoy en día se ha visto un despertar notable de los laicos para ser la voz de protesta de la Iglesia pues a veces consideran las intervenciones de los pastores muy genéricas y diplomáticas, sin efectos reales sobre ciertos problemas por solucionar.” pero acto seguido nos da justamente la razón de tal abandono de funciones por parte de los pastores: “Sin embargo, pareciera que hoy en día la Iglesia tiene que ser la abanderada del diálogo en todo momento, pero sobre todo en cuestiones problemáticas que causan tensiones”.

¡Omnipotente mantra del “diálogo”, que habría salvado a Cristo de la crucifixión y librado a los Apóstoles del martirio! ¡Qué lástima que en la primitiva Iglesia apostólica no hubiesen conocido su poder disolvente (¿Cuántas veces aparece la palabra en el Evangelio?)! Gracias al novísimo descubrimiento del diálogo podemos lograr que el Evangelio y el antievangelio se  sintetizen en un nuevo paradigma que no sea una cosa ni la otra pero que parezca ambas a la vez. ¡Tarde llegaron a la Iglesia los apóstoles Hegel y Habermas a enseñarnos que el diálogo exige la determinación mutua de las partes dialogantes, y exige por lo tanto la disposición a la indeterminación permanente (pues las verdades no se dialogan)!

El diálogo es la antítesis de la evangelización. Los Hechos de los Apóstoles dan cuenta de las múltiples conversaciones que tuvieron al predicar el Evangelio. El corpus riquísimo de los apologetas no es más que la compliación de las discusiones que sostuvieron contra aquellos que sentían “repelencia con la fe y la Iglesia”. Empero, nunca ninguno de ellos renunció a afirmar la verdad del Evangelio y la necesidad de la Fe católica para la salvación de las almas, ni cambiar sus palabras por miedo al rechazo y la repelencia.

Podrá creer el lector que me excedo al oponer el espíritu de diálogo con la evangelización, y presumir en el editorialista tal negación del mandato evangélico. Afortunadamente, a confesión de parte, relevo de prueba, y no es sino escuchar al mismo autor para verificar tal antonimia (negrillas nuestras):

Por eso, insistimos, el diálogo para crear, fortalecer o sanar vínculos de la fe y la sociedad, o la fe y las instituciones, o la fe y el Estado, debe ser la herramienta –no arma- para lograr acuerdos benéficos para que los creyentes puedan vivir su fe en medio de la sociedad sin mayores inconvenientes. La Iglesia toda debe ser conciente de que estamos en un mundo cambiante y que se hace necesario encontrar las formas adecuadas para continuar su misión en todas partes. En Colombia, la Constitución y las leyes admiten y protegen los derechos religiosos de las personas y en ese marco hay que actuar.

Así como lo leen: No se trata de que los católicos pretendan que toda la sociedad colombiana vuelva al seno de la Iglesia, "que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre." (Flp. 2, 11), se trata de que nos acomodemos a ser un ingrediente más del decorado multirreligioso del “Estado laico”, una alternativa más en el menú de la Libertad Religiosa. Estamos en un mundo cambiante, y ya no son los tiempos en que la Iglesia guiaba al mundo, sino que ahora la Iglesia ha de dejarse guiar por el Mundo. Se trata de dejar que el mundo cambie y “progrese” en su carrera precipitada al abismo, si así lo pide la Constitución y la ley, mientras nos dejen tranquilos vivir “nuestra fe” (en minúscula claro, porque el posesivo indica que no es la virtud teologal de ‘la Fe’, sino una mera opción particular) sin “inconvenientes” (imposible leerlo sin la voz del personaje de Thomas Cromwell en Un hombre para la eternidad).

Que el Estado permita el “matrimonio” entre personas del mismo sexo, mientras nos dejen celebrar nuestro matrimonio religioso. Que legalicen el aborto, pero que no lo obligen a los médicos y hospitales católicos. Que eliminen toda expresión pública y oficial de la Fe católica, que ordenen el cierre de las Iglesias y pretendan dictar la forma en que se ha de celebrar el rito y repartir los sacramentos (Duque fecit),  pero eso sí (¡horror!) que no le vayan a cobrar impuestos al clero. No es fortuito que el editorial reproduzca la línea marcada previamente por lo medios estadounidenses: Estamos ante la vieja heterodoxia del Americanismo contra la que advirtió León XIII:

El fundamento sobre el que se fundan estas nuevas ideas es que, con el fin de atraer más fácilmente a la sabiduría católica a aquellos que disienten de ella, la Iglesia debe acercarse un poco más a la humanidad de este siglo ya maduro, aflojar su antigua severidad y hacer algunas concesiones a los gustos y opiniones recientemente introducidas entre los pueblos. Muchos piensan que estas concesiones deben ser hechas no sólo en asuntos de disciplina, sino también en las doctrinas que conforman el "depósito de la fe". Ellos sostienen que sería oportuno, para ganar las voluntades de aquellos que disienten de nosotros, omitir ciertos puntos de la doctrina como si fueran de menor importancia, o moderarlos de tal manera que no conservarían el mismo sentido que la Iglesia constantemente les ha dado. (…) No puede en absoluto considerarse como carente de culpa el silencio con el que ciertos principios de la doctrina católica son intencionalmente omitidos y oscurecidos con un cierto olvido. Pues uno y el mismo es el Autor y Maestro de todas estas verdades que son abrazadas por la disciplina cristiana: «el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre» (Jn 1,18). Estas verdades son adecuadas para todos los tiempos y todas las naciones, como se ve claramente por las palabras de Nuestro Señor a sus apóstoles: «Id, pues, y enseñad a todas las naciones; enseñándoles a observar todo lo que os he mandado, y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,19). Testem Benevolentiae Nostrae.

Pues, sin oposición por parte de la Constitución del Estado, sin impedimento alguno por parte de la ley, defendida contra la violencia por le derecho común y por la justicia de los tribunales, le ha sido dada a vuestra Iglesia una facultad de vivir segura y desenvolverse sin obstáculos. Pero, aun siendo todo esto verdad, se evitará creer erróneamente, como alguno podría hacerlo partiendo de ello, que el modelo ideal de la situación de la Iglesia hubiera de buscarse en Norteamérica o que universalmente es lícito o conveniente que lo político y lo religioso estén disociados y separados, al estilo norteamericano. Pues que el catolicismo se halle incólume entre vosotros, que incluso se desarrolle prósperamente, todo esto debe atribuirse exclusivamente a la fecundidad de que la Iglesia fue dotada por Dios y a que, si nada se le opone, si no encuentra impedimentos, ella sola, espontáneamente, brota y se desarrolla; aunque indudablemente dará más y mejores frutos si, además de la libertad, goza del favor de las leyes y de la protección del poder público. Loginqua Oceani.

Hay otros liberales algo más moderados, pero no por esto más consecuentes consigo mismos; estos liberales afirman que, efectivamente, las leyes divinas deben regular la vida y la conducta de los particulares, pero no la vida y la conducta del Estado; es lícito en la vida política apartarse de los preceptos de Dios y legislar sin tenerlos en cuenta para nada. De esta noble afirmación brota la perniciosa consecuencia de que es necesaria la separación entre la Iglesia y el Estado. Es fácil de comprender el absurdo error de estas afirmaciones. Libertas Praestantissimum.

El Americanismo, versión sibilina y disimulada del Liberalismo de tercer grado, pretende que la Iglesia abrace la libertad liberal de cultos, y abandone su pretensión acerca de la Constitución católica de los Estados; que ante el temor del laicismo agresivo, que proscribe toda religión, abracemos la “laicidad” positiva, que promueve la pluralidad de religiones. Es ese mismo Americanismo el que se ha implantado en Colombia con la Constitución de 1991 como proyecto político neutralizador del Catolicismo en la sociedad colombiana, y que, como lo evidencia el artículo, se ha instalado en el clero colombiano para convencerlo de la Fe no es lucha sino tranquilidad, y no hay que alborotar el avispero mientras nos dejen facturar en paz.

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