El pasado miércoles un grupo de terroristas musulmanes ha asaltado la sede de la Revísta Charlie Hebdo, terminando con la muerte de 12 personas. El atentado, que había sido anunciado hacía mucho tiempo por Al Qaeda dada la insistencia de la revista por mofarse del Islam en sus portadas. Ahora los medios de comunicación de todo el mundo se rasgan las vestiduras, por el atentado contra la “libertad de expresión”, y han titulado sus portadas “Je suis Charlie” (yo soy Charlie).
El atentado alimenta el movimiento anti-islam que ha venido tomando fuerza en Francia, con el Front National, y en Alemania, con el Pegida. Europa ha venido pasando por varios meses de zozobra por la guerra en Irak y Siria contra el Estado Islámico, que ha estado reclutando como combatientes a varios ciudadanos europeos. La política proislámica de la izquierda europea les ha estallado la cara, y ahora lo único que puede esperarse es la radicalización de los movimientos anti-inmigración.
No son los muertos los que le importan al establecimiento mediático, porque ya van siendo años de flagelo islámico contra las comunidades cristianas en oriente medio, y no hemos visto campaña mediática a nivel global. No, el régimen no llora a los caricaturistas muertos, sino a la “libertad de expresión”, expresada en su peor cara: la blasfemia. El liberalismo censura los símbolos religiosos en lugares públicos y condena la participación pública de las religiones, pero al mismo tiempo reclama la “libertad de expresión” para blasfemar y ofender a los creyentes de cualquier religión.
En efecto, es tan violento el atentado terrorista contra la revista francesa, como las ofensas que continuamente lanzaba la revista contra el cristianismo o el Islam. Ojalá y sirva esta tragedia para recordar la sabiduría de la doctrina pontificia que nos recordaba el mal que acarrea una libertad de expresión ilimitada.
Recojo también el artículo de Juanjo Romero, publicado originalmente en su blog en InfoCatólica.
Todavía es pronto para valorar el alcance del asesinato por parte de islamistas de una docena de personas de la revista ‘Charlie Hebdo’ y varios policías; pero sí tengo claro que en mi caso los «enemigos de mis enemigos no son mis amigos». En este sentido me ha parecido interesante la opinión sobre el asunto de la revista católica francesa «L’homme nouveau»: Je ne suis pas Charlie! (Yo no soy Charlie). Opinión mesurada y que comparto, a riesgo de apartarme del discurso dominante, lo siento.
Yo no soy Charlie: la libertad de expresión y la libertad de prensa no dan derecho a insultar, despreciar, blasfemar, a pisotear o burlarse de la fe o de los valores de los ciudadanos, ni a atacar de modo sistemático a las comunidades musulmana o cristiana. «Una viñeta es un disparo de fusil», dijo Cabu [NdT: dibujante de la revista Charlie Hebdo y una de las víctimas].
No, yo no soy Charlie y nos choca ver a Mahoma con forma de boñiga enturbantada o a Benedicto XVI sodomizando niños. No es cuestión de tolerancia o librepensamiento: el insulto es una violencia. Yo no soy Charlie, y no creo en la unidad nacional decretada por un Presidente de izquierdas. Treinta años de equivocaciones son, en parte, responsables de la situación actual. No creo en su capacidad de luchar contra el terrorismo mientras deshilacha cada año la soberanía del país y su capacidad de defenderse y hacer justicia.
Yo no soy Charlie, y el Presidente vuelve a equivocarse al presentar como héroes nacionales a esos caricaturistas que tanto han contribuido a destruir el vínculo entre comunidades, despreciando el sentido de la nación y que ridiculizando a polis, gendarmes y militares convirtieron al francés medio en un gañán. Los policías murieron en esta ejecución sumaria mientras eran caricaturizados por las mismas personas a las que protegían. Yo no soy Charlie, pero soy francés, y observo a mi país sumirse en el horror. Oigo el grito de guerra «Alá akbar» que emerge en los suburbios y los políticos no quieren enterarse de la realidad. Charlie murió por haber minimizado los riesgos del Islam radical. Pensó que por vivir en un país cristiano podía insultar de forma segura. Yo no soy Charlie, pero soy cristiano. No he pensado ni por un solo instante que tenían que morir, o que habían encontrado lo que merecían. Paz a sus almas y que Dios les acoja, si ellos quieren, en su misericordia. Pero yo no soy Charlie.
Miguel Vidal lo dice de un modo más directo, por si alguien prefiere otro estilo:
Charlie Hebdo me repugna. Y la supuesta religión que dicen profesar quienes han cometido el atentado me repugna. Pero ni la repugnancia que me produce esa publicación justifica el crimen, ni la justificación religiosa del atentado exime a sus autores de ser considerados miembros de una secta criminal.
Dios quiera que no se precipiten acontecimientos que parecen inevitables, y a nosotros nos toca rezar por víctimas y verdugos. Como decía G.K Chesterton «La Biblia nos enseña a amar al prójimo y a amar a nuestros enemigos: probablemente porque se trata de la misma gente».
Y junto a él, mal haría en dejar por fuera las palabras de Daniel Marín, publicadas en su blog, en La Gaceta.
Entre los que se toman la justicia por su mano de manera brutal y desproporcionada y los que reclaman libertad de expresión para blasfemar e insultar al prójimo, no me encuentro. La libertad de expresión debe tener límites y las acciones de represión ser justas. No al terrorismo, pero tampoco a aquellos que pretenden usar su libertad para burlarse y humillar a los demás.
"La libertad de pensamiento y de expresión, carente de todo límite, no es por sí misma un bien del que justamente pueda felicitarse la sociedad humana; es, por el contrario, fuente y origen de muchos males" Papa León XIII, Immortale Dei.
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