Parece increíble que después de la agenda agresiva de secularización que ha sufrido Colombia luego de la Constitución de 1991, todavía haya católicos que defiendan el “Estado Laico” que la Corte Constitucional definió a partir de la aconfesionalidad establecida en la Constitución, como si fuera compatible con una visión positiva de la religión. El “Estado laico” es un fraude, lo ha sido desde su misma formulación, y la “sana laicidad” que se predica en ambientes católicos es la ingestión total de ese mismo fraude.
Los laicistas afirman la necesidad del Estado Laico para evitar la confrontación entre los creyentes de diferentes confesiones, proteger a los ciudadanos de la imposición de ideas que les resultan inaceptables y garantizar un marco de entendimiento común que sea aceptable para todos. No obstante, la evidencia refleja todo lo contrario: No hay Estado aconfesional o "Laico" en que la Fe Católica no esté siendo reprimida en sus derechos que como Verdad le corresponden por naturaleza, y en países como Colombia o EE.UU. ya se pretende abiertamente, en nombre del Estado Laico, forzar a los católicos a participar del pecado.
En realidad, detrás de la propuesta liberal de ese "marco de entendimiento común que sea aceptable para todos", se esconde un fraude bien orquestado llamado "falacia por petición de principio". Para los liberales laicistas, la idea del Estado laico o aconfesional, es que para evitar los conflictos religiosos se parta de que sólo los argumentos de "razón pública", aquellos que sean válidos para el universo de los ciudadanos, puedan ser usados a nivel político. Esto excluiría de forma tajante cualquier razonamiento que esté fundamentado en creencias religiosas particulares, al ser inaccesible al resto de la sociedad.
Ahí es donde opera el fraudulento principio de los liberales, pues ¿En qué viene consistiendo tal "razonabilidad" si no es en la exclusión del debate público de toda consideración metafísica y trascendente del hombre? Así, cuando los ateos hablan de "razón pública" lo que pretenden es que políticamente se asuma un materialismo inmanente como punto de partida, es decir que todos los creyentes se vuelvan ateos para poder argumentar "válidamente". Este esquema de razonamiento es absolutamente transparente en las sentencias de la Corte Constitucional que tocan la cuestión del "Estado Laico": siempre que éste es invocado se ha hecho con el propósito de restringir el debate a consideraciones materialistas e inmanentes, aún cuando sea para valorar positivamente la religión como "útil" a la sociedad.
¿Puede alguien que crea sinceramente en Dios, aceptar como "razonable" la idea de que "hay que vivir como si Dios no existiera"? ¿Es "razonable" que creyendo en la Realeza Universal de Nuestro Señor Jesucristo, se admita la construcción de una sociedad temporal que desconoce la soberanía de Dios? Más aún, ¿Puede sinceramente un católico, aceptar que el Estado trate como iguales a todas las religiones, y asi la Verdad y el error reciban los mismos derechos? La tal "razón pública" que invocan los laicistas liberales sólo es razonable para el ateísmo, que considera a todas las religiones como igualmente falsas, y aún así no deja de ser fraudulenta, pues en vez de presentarse como tal, abusa del término "laico" para tentar a los creyentes y engañarles de mala fe.
Ahora, a pesar de lo políticamente efectivo de este fraude, no es una falacia que sea difícil de detectar y desenmascarar. Hace más de un siglo, los papas Pío IX y León XIII en sus encíclicas contra las herejías del Liberalismo y el Americanismo, denunciaron la falsedad radical de estos principios, y su incompatibilidad absoluta con la Verdad de la Fe Católica. Lamentablemente, luego de la Declaración Dignitatis Humanae, en el Concilio Vaticano II, y a pesar de la salvedad puesta por Pablo VI al inicio del documento, en la práctica esta doctrina perenne ha sido totalmente olvidada por la jerarquía eclesiástica, que ha abandonado la defensa de la soberanía de Dios y ha abrazado una supuesta "sana laicidad" que implica inevitablemente la admisión de los principios liberales de raigambre atea. El resultado: El laicismo se ha ensañado con brío en sociedades que hasta hace poco eran profundamente católicas, gracias al desarme previo de los fieles católicos.
Así pues, por más que revertir actualmente la aconfesionalidad del Estado parezca una empresa improbable, es fundamental que los católicos tengamos claro que se trata de una obligación irrenunciable si realmente queremos llevar el Evangelio a la construcción de todas las realidades temporales, como nuestro deber de fieles laicos nos lo impone.
No hay comentarios:
Publicar un comentario