El pasado miércoles 16 de agosto el conocido dominico Fray Nelson Medina OP, llevó a cabo una conferencia titulada “Católicos y Vida Pública”, en el convento de la Orden de Predicadores en Bogotá. La conferencia estuvo dividida en tres partes, en la primera desarrolló una serie de principios rectores de la acción política, posteriormente unos ejemplos históricos, y concluyó con algunas opciones de acción política en la actualidad. Aunque a nivel de los principios la exposición fue muy bien lograda, salvo algunos aspectos, y algo parecido podría decirse de las opciones que el fraile presentó al final, es inevitable notar que a nivel histórico dejó mucho que desear, pues los ejemplos expuestos reflejaron pobreza en el conocimiento histórico, e incluso una total falta de coherencia interna, como veremos a continuación.
Fray Nelson establece siete principios: 1) La Razón en la vida pública no busca demostrar la Fe, sino ordenar el pensamiento para profundizar en las verdades de Fe y deshacer las objeciones y sofismas que haya contra la Fe. 2) El Señorío Universal de Cristo, y el Estado confesional católico como “único ideal”. 3) La autonomía de las realidades creadas. 4) La convivencia razonable. 5) El Reino de Dios no se identifica con ninguna institución temporal. 6) El valor intrínseco de la vocación laical. y 7) el principio de subsidiariedad, o la multiplicación de entidades intermedias que medien entre el individuo y el Estado, la primera de todas, la familia.
Poco hay que añadir o puntualizar a estos principios. Una primera anotación sería alertar sobre el peligro de considerar el Estado que reconoce la soberanía de Cristo como un “ideal”, un punto de llegada que sería el fruto de un trabajo de evangelización social que culminaría en la proclamación del Estado confesional. Frente a esta idea valga señalar dos objeciones: una primera histórica, para recordar que la evangelización de los pueblos bárbaros comenzó con el bautismo de sus reyes, que luego apoyaban a la Iglesia para la catequesis de todos sus súbditos; y una práctica, para advertir que la “alternativa” moderna del Estado confesional, es decir el Estado laico, es inherentemente corruptor y secularizador, y mientras permanezca invertirá su poder en conducir la sociedad al indiferentismo religioso.
Una segunda anotación corresponde al concepto de la “autonomía de las realidades creadas”, cuya explicación fue más bien vaga, y que olvida la condición de “legítima” la cual recalcó tanto la Gaudium et Spes, y que distingue la Doctrina de la Iglesia frente a la herejía del Liberalismo. Junto a estas dos anotaciones a los principios, sólo resta lamentar que Fray Nelson haya pretendido definir el régimen monárquico a partir del Absolutismo bodiniano, su versión más decadente, y que en nada corresponde con la monarquía cristiana que defendió Santo Tomás de Aquino en su Opúsculo sobre el Gobierno de los Príncipes; así como su pobre caricaturización de las guerras de religión europeas.
En cuanto a los ejemplos históricos, el dominico parte de la idea de que las relaciones entre la Iglesia y el Estado no han sido buenas, y para ello describe cinco: 1) Constantino, 2) El Patronato de los Reyes de España sobre las órdenes religiosas y la Inquisición, 3) La agresividad de la agenda del Partido Liberal, 4) Los partídos Demócrata-Cristianos, y 5) La anécdota de una emisora parroquial seducida por el dinero de los políticos locales. Sobre Constantino, Fray Nelson dice qué no fue él, no fue el fundador del Catolicismo jerárquico como afirman los protestantes, pero nada nos dice acerca de lo que sí fue Constantino. De hecho, su afirmación “La verdad es que los católicos al llegar al poder han abusado del poder” aprece absolutamente gratuita, sin nada que la sustente. Sobre el Patronato regio y la Inquisición, el discurso de Fray Nelson comienza a mostrar graves signos de incoherencia. Por una parte alaba la institución del patronato como crucial para la evangelización de América, y por otra señala que la Inquisición no fue lo que la leyenda negra ha querido mostrar, frente a lo que sí ocurrió en los países protestantes, para luego juzgar la experiencia de la Inquisición como mala a partir de lo dicho sobre “la Inquisición protestante”.
Algo similar ocurre cuando Fray Nelson aborda el tema del conflicto bipartidista en Colombia. Él comienza describiendo los ataques del Partido Liberal en contra la Iglesia (desamortización, expulsión de las órdenes, educación laica), lo que habría provocado que la Iglesia se refugiara en el Partido Conservador hasta llegar a identificar la causa del Catolicismo con éste. Según el dominico, esta identificación habría llevado a que los liberales se vieran excluídos de la Iglesia y contraatacaran con guerra cultural a la Iglesia Católica, fundando universidades y medios de comunicación de corte abiertamente anticlerical. Esta cadena de causalidad simplemente no se sostiene ¿No acababa de decir el dominico que el Partido Liberal comenzó persiguiendo a la Iglesia? La Universidad Nacional, que el dominico describe como parte de esa “venganza” liberal, comenzó a funcionar en plena hegemonía liberal en la sede del expropiado Colegio de San Bartolomé, y fue luego de perder el control de ésta, con la Constitución de 1886, que fundaron la Universidad Externado de Colombia. Basta estudiar la reforma educativa de 1870, para entender que la guerra cultural en contra del Catolicismo se encuentra en la base de la agenda del Partido Liberal. ¿Hizo mal la Iglesia en resistir a tales ataques?
La conclusión que parecería extraerse del conjunto de ejemplos históricos presentados por el fraile es que la experiencia de la participación de los católicos en política es universalmente negativa. Con razón preguntaban los asistentes a la conferencia que qué opciones les quedaban. Fray Nelson sólo espuso una serie de experiencias negativas, y que en realidad no lo fueron tanto, sino que evidentemente excluyó más de mil años de historia de la Iglesia, que son cruciales para una adecuada comprensión de la relación entre la Iglesia y el Estado. Si la modernidad exhibe un conflicto permanente entre la Iglesia y el poder político, la Edad Media abunda en ejemplos de concordia y armonía entre ambos poderes. San Eduardo de Inglaterra, San Fernando de España, San Luis de Francia, San Enrique Emperador, San Esteban de Hungría, San Casimiro de Polonia, Santa Isabel, Santa Eduviges… todos ejemplo de santidad en el ejercicio del poder político, algo que para los católicos de hoy resulta impensable, dado el contexto democrático actual en que la corrupción generalizada describe el ejercicio de la política.
Por último, Fray Nelson describió una serie de opciones de acción política actual de los católicos: 1) La lucha jurídica, el uso del litigio estratégico. 2) Uso inteligente de la difusión de la información, redes sociales y medios de comunicación propios para contrarrestar la propaganda anticatólica. 3) Tener buenos científicos de nuestro lado, así como historiadores y filósofos. 4) Una formación permanente de los laicos. y 6) Como último paso después de todo lo anterior, buscar posibilidades políticas. Frente a esto, valga mencionar que coincidimos parcialmente con el dominico en cuanto a que no debe albergarse esperanzas exageradas en las opciones políticas directas. Los homosexuales han conseguido mucho más a punta de litigio estratégico y uso de los medios de comunicación, pero teniendo el apoyo explícito de algunos congresistas y gente dentro del gobierno. Por otro lado, ya hay organizaciones católicas que hacen litigio estratégico, como la Red Futuro Colombia y la Fundación Marido y Mujer, y se enfrentan continuamente al hecho de que la rama judicial colombiana está dominada por un sector de ideología liberal radical, especialmente la Corte Constitucional, cuyos magistrados son elegidos por el Congreso de la República.
Así mismo, Voto Católico Colombia lleva cinco años en lo que el dominico denomina “Uso inteligente de la difusión de la información” llevando un control informativo a la acción de los políticos y congresistas. Pero, ¿De qué sirve que hagamos saber a los católicos la posición de los candidatos al Congreso, si los tibios y los progresistas no sienten ninguna competencia en cuestión de principios? Actualmente los políticos compiten por ver quién es más “de avanzada” en cuanto a la agenda progresista, mientras los tibios estarán confiados de recibir el voto de los católicos, sencillamente porque no tendrán nadie más a quién votar. Y así, la revolución cultural avanza sobre seguro.
Por último, no podríamos menos que aprovechar la mención que Fray Nelson hizo del sitio web Que no te la cuenten, del P. Javier Olivera Ravasi IVE, para invitarlos a consultar sus artículos sobre La Inquisición Española, La expulsión de los judíos, la Edad Media, y Las Cruzadas. No puede proyectarse la acción política de los católicos a partir de versiones deformadas de la historia. La Iglesia tiene en su experiencia histórica un modelo de cómo debe ser una sociedad ordenada según el Evangelio, y en ello ha insistido el Papa León XIII:
Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. En aquella época la eficacia propia de la sabiduría cristiana y su virtud divina habían penetrado en las leyes, en las instituciones, en la moral de los pueblos, infiltrándose en todas las clases y relaciones de la sociedad. La religión fundada por Jesucristo se veía colocada firmemente en el grado de honor que le corresponde y florecía en todas partes gracias a la adhesión benévola de los gobernantes y a la tutela legítima de los magistrados. El sacerdocio y el imperio vivían unidos en mutua concordia y amistoso consorcio de voluntades. Organizado de este modo, el Estado produjo bienes superiores a toda esperanza. Todavía subsiste la memoria de estos beneficios y quedará vigente en innumerables monumentos históricos que ninguna corruptora habilidad de los adversarios podrá desvirtuar u oscurecer. Si la Europa cristiana domó las naciones bárbaras y las hizo pasar de la fiereza a la mansedumbre y de la superstición a la verdad; si rechazó victoriosa las invasiones musulmanas; si ha conservado el cetro de la civilización y se ha mantenido como maestra y guía del mundo en el descubrimiento y en la enseñanza de todo cuanto podía redundar en pro de la cultura humana; si ha procurado a los pueblos el bien de la verdadera libertad en sus más variadas formas; si con una sabia providencia ha creado tan numerosas y heroicas instituciones para aliviar las desgracias de los hombres, no hay que dudarlo: Europa tiene por todo ello una enorme deuda de gratitud con la religión, en la cual encontró siempre una inspiradora de sus grandes empresas y una eficaz auxiliadora en sus realizaciones. Habríamos conservado también hoy todos estos mismos bienes si la concordia entre ambos poderes se hubiera conservado. Podríamos incluso esperar fundadamente mayores bienes si el poder civil hubiese obedecido con mayor fidelidad y perseverancia a la autoridad, al magisterio y a los consejos de la Iglesia. Las palabras que Yves de Chartres escribió al papa Pascual II merecen ser consideradas como formulación de una ley imprescindible: «Cuando el imperio y el sacerdocio viven en plena armonía, el mundo está bien gobernado y la Iglesia florece y fructifica. Pero cuando surge entre ellos la discordia, no sólo no crecen los pequeños brotes, sino que incluso las mismas grandes instituciones perecen miserablemente». (Immortale Dei, 9)
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