Reproducimos el artículo del P. Timothy V. Vaverek sacerdote de la Diócesis de Austin, Estados Unidos, publicado originalmente en el sitio web The Catholic Thing, y traducido por InfoVaticana.
El renombrado filósofo Josef Seifert emitió un cri de coeur el mes pasado expresando una seria preocupación acerca de que si se toma en forma literal a Amoris Laetitia n. 303 (como algunos de hecho lo están haciendo), podría destruir la moralidad cristiana al sugerir que Dios puede ordenar actos inmorales.
A pesar de la reconocida pericia y dedicado servicio eclesiástico del profesor, el arzobispo de Granada, Javier Martínez Fernández, de inmediato lo acusó de dañar la comunión de la Iglesia y anunció la «renuncia» de Seifert de un instituto filosófico asociado con la arquidiócesis. Matar al mensajero, sin embargo, no es una solución a menos que uno esté preparado para continuar matando debido a que la preocupación subyacente no desaparecerá.
La inquietud en verdad no se irá porque llega al corazón de la vida cristiana. Se concentra en el punto preciso donde algunos de los que buscan «desarrollar» la creencia y práctica de la Iglesia con respecto del casamiento luego del divorcio presentaron, en forma intencionada o no, un concepto por completo ajeno al Evangelio. Para comprender lo que está en juego, es necesario examinar dos justificaciones muy diferentes que se ofrecen.
Muchos defensores del cambio buscan justificar su posición al invocar a Aquino y la tradición moral católica acerca de situaciones por las cuales una persona comete un acto inmoral desde un punto de vista objetivo, pero es inocente desde uno subjetivo debido a circunstancias de ignorancia o libertad restringida. Esta parte del razonamiento es sensata. No importa cuán atroz pueda ser una acción en curso (e.g., adulterio, abuso, tráfico de armas o explotación de inmigrantes) no hay culpabilidad sin el suficiente conocimiento y libertad.
La oposición a la propuesta de sus «desarrollos», por lo tanto, no fue dirigida contra su recurso a la distinción objetivo-subjetivo. En cambio, su disputa gira en torno a temas pastorales y teológicos interesados en el bienestar de la persona subjetivamente inocente. Por ejemplo, si debería recibir la Santa Comunión a pesar de ser consciente de que se aleja de la creencia y práctica católica. O la mejor manera de manejar la ignorancia y compulsión que lo atrapan en una situación que, a pesar de su inocencia, es en realidad (i.e., objetivamente) dañina para sí mismo y para otros.
Un desafío extra consiste en establecer criterios y procesos por los cuales una persona podría con toda razón dejar de lado un voto de matrimonio basado en su conciencia inocente a pesar de que esa decisión incluya al primer cónyuge, los hijos, el «segundo cónyuge», la comunidad, y Dios.
A la fecha, estos defensores no ofrecieron a sus críticos soluciones precisas que protejan el bienestar y los derechos de todas las partes. Esto es muy perturbador, pero no es la primordial fuente de preocupación.
El problema real es que algunos de los innovadores no basan su justificación en la distinción objetivo-subjetivo, sino en una afirmación en extremo diferente acerca de que la persona subjetivamente inocente en realidad está haciendo lo apropiado bajo las circunstancias.
Por ejemplo, dicen que a pesar del «ideal» de fidelidad marital del Evangelio, aquellos en segundas nupcias pueden entablar relaciones sexuales con un «segundo cónyuge» si eso es necesario para preservar su vida común y el bienestar de los hijos. Por lo tanto, el deber del primer matrimonio se deja de lado a favor de la supuesta obligación de tener relaciones sexuales en el segundo.
La preocupación del doctor Seifert, compartida por muchos católicos, es que este enfoque transforma comportamientos inmorales desde un punto de vista objetivo como el adulterio en deberes morales legítimos. Ya no se considera que la persona subjetivamente inocente esté haciendo algo equivocado, sino lo debido por las razones correctas dadas las complejas circunstancias.
Esto significaría que Dios no solo tolera el daño causado por el comportamiento objetivamente inmoral mientras trabaja para liberar del error y restricción a una persona subjetivamente inocente, sino que Él en realidad (i.e. objetivamente) propone este comportamiento en la situación actual. El acompañamiento pastoral, entonces, debería hacer lo mismo.
Los defensores de esta teoría radical por supuesto desean alegar la aprobación papal, entonces es fácil ver por qué podrían intentar apropiarse de AL 303 (con énfasis agregado):
Pero esa conciencia puede reconocer no solo que una situación no responde objetivamente a la propuesta general del Evangelio. También puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo.
Por supuesto, si la teoría y las interpretaciones de los innovadores acerca de AL fueran correctas, significaría el fin de la moralidad cristiana arraigada en la vida evangélica de la Iglesia. De cualquier «ideal» del Evangelio que la Iglesia proclama, Dios en verdad podría «pedirle» a alguien que crea o actúe en forma diferente de acuerdo con las circunstancias.
Sin embargo, la verdad es que Dios no pide pecar a nadie, nunca nos abandona a la circunstancia y siempre provee suficiente gracia para vivir la fidelidad de Cristo. Si fallamos es porque aceptamos el pecado, o sufrimos de ignorancia o libertad mitigada. No es debido a que Dios proponga tales acciones.
Sin duda, la conciencia mantiene su integridad en el medio del error inocente y la coerción. No obstante, no siempre conserva la fidelidad en su papel como la «voz de Dios». Una refracción interna puede tener lugar, lo cual distorsiona o falsifica la voz sin que la persona lo sepa.
Alguien que sigue una conciencia equivocada no está en pecado, pero tampoco Dios es la fuente de lo que ella propone, como por ejemplo, cometer adulterio para «preservar» la vida familiar. De hecho, la percepción de que esa conciencia se aleja de la vida real y la enseñanza de la Iglesia es en sí misma la pequeña, susurrante voz del Novio que llama a la persona a un nuevo y más libre estilo de vida. La asistencia pastoral apropiada —incluida la supervisión del acceso a la Sagrada Comunión— busca acentuar esa percepción, no disminuirla.
Podría parecer irónico que aquellos preocupados por la felicidad de sus segundas uniones sean recibidos con un acompañamiento pastoral abierto a la aprobación de sus acciones, mientras que aquellos con la conciencia perturbada por el bienestar de la Iglesia sean desestimados y declarados enemigos de la comunión.
No es irónico; es un signo de que algunos innovadores creen que cuestionar su orden del día, a diferencia de cometer adulterio, en verdad es intrínsecamente equivocado.
Acerca del autor:
El padre Timothy V. Vaverek, doctor en Teología, ha sido sacerdote de la Diócesis de Austin desde 1985 y en la actualidad es pastor de parroquias en Gatesville y Hamilton. Sus estudios doctorales fueron en Dogmática con orientación en Eclesiología, Ministerio apostólico, Newman y Ecumenismo.
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