El día de ayer se cumplieron los 500 años de la Reforma Protestante. No es nada extraño que todo el aparato propagandístico del progresismo anticatólico, como el diario El Espectador, haya engavetado sus banderas de laicismo recalcitrante para lanzarse a celebrar por lo grande a Lutero. Lo que a muchos nos resulta sencillamente indigerible es que desde el interior de la Iglesia Católica se esté promoviendo la celebración de lo que tal vez es la mayor traición a Nuestro Señor Jesucristo después de la de Judas Iscariote.
Primero la ceremonia el Papa Francisco hace un año en Lund, Suecia, en donde firmó la declaración que reivindica a Lutero. Luego la guía del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos para la “conmemoración” del hecho. Ahora, mientras en la Catedral de Bruselas se llevaba una “celebración conjunta” con los Luteranos y el Arzobispo Jozef de Kesel llamó a la policía para desalojar a unos jóvenes que rezaban el Santo Rosario, en el Vaticano emitían una estampilla homenajeando a Lutero. La herejía ha sido siempre razón de perdición de las almas, y una Iglesia que se preocupa seriamente por la vida espiritual de los fieles a ella confiados, no puede sino deplorar la herejía luterana.
Y permítasenos resaltar aquello de “herejía luterana”, pues existe entre muchos católicos la creencia errónea de que Lutero inició su movimiento de reforma como una legítima oposición a la corrupción que había en la Iglesia de Roma, inspirado por un sincero deseo de que la Iglesia se purificara. Nada más lejos de la verdad, aunque en las 95 tesis, Lutero habla principalmente contra la venta de indulgencias, lo que él hace es negar la potestad del Papa para remitir la pena temporal a través de las indulgencias.
En otros escritos y sermones Lutero negaba diversos elementos de la Fe, como la eficacia de los sacramentos, o que el Papa fuera vicario de Cristo. En total 41 afirmaciones de Lutero, del calibre de “En cada buena obra, el hombre justo peca”, o “El purgatorio no puede ser demostrado a partir de las Sagradas Escrituras”, fueron condenadas por el Papa León X en la bula Exsurge Domine de 1520, como “heréticas, escandalosas, falsas, ofensivas a los oídos piadosos, o seductoras y nocivas para los no instruidos”.
La bula le daba a Lutero un plazo de 60 días desde su publicación para retractarse de tales afirmaciones, so pena de Excomunión. Pero Lutero, ebrio de soberbia, el día en que se vencía el plazo quemó públicamente la bula, junto con algunos libros de derecho canónico y de decretos papales.
Lutero fue formalmente excomulgado en 1521 y a partir de ahí no hizo más que reafirmarse en su alejamiento voluntario y consciente de la Iglesia y de la Fe. Posteriormente, consolidó su doctrina herética en los principios de “Sola Fides” y “Sola Scriptura”, negando de plano la autoridad de la Iglesia como garante de la Fe y afirmando la libre interpretación subjetiva de la Biblia.
La idea de que cada quien puede inventarse su Fe subjetiva según su interpretación particular de la Biblia, en lugar de adherirse a la Fe de la Iglesia, abrió la puerta a toda clase de desviaciones, como pueden encontrarse entre los protestantes, desde el fundamentalismo puritano, el literalismo evangélico, hasta el relativismo de las congregaciones “históricas” que admiten abiertamente la homosexualidad, el aborto y cuanta aberración pueda producir la modernidad.
Todo este caos está basado en un principio absurdo. Pues es imposible que la Biblia sea regla de Fe en absoluta independencia a la autoridad que la definió como tal. Cristo no dejó escritura alguna, sino que sus enseñanzas fueron guardadas por sus Apóstoles y estos las transmitieron oralmente a sus sucesores. La Iglesia Católica, en los concilios de Roma, Hipona y Cartago, basándose en la tradición apostólica, estableció cuáles de los textos fueron verdaderamente escritos por los Apóstoles, o según sus enseñanzas, estableciendo así el Canon de la Biblia. Es imposible, o al menos irracional, creer que la Biblia es Palabra de Dios, y al mismo tiempo renegar de la Tradición y Autoridad de la Iglesia, siendo que aquella es un producto de ésta. La Escritura, como testimonio de la revelación de Jesucristo, proviene de la Tradición de la Iglesia, no al revés.
A nivel político, muchos creen que el luteranismo significó la separación entre la Iglesia y el Estado, pero el efecto inmediato fue todo lo contrario. La Edad Media estuvo caracterizada por un orden socio-político cristiano, en que los reinos europeos reconocían la Fe Católica como verdadera, y al Papa como autoridad universal sobre la Iglesia, y se comprometían públicamente a proteger la Fe y la moral de sus súbditos. A pesar de lo imperfecto de este orden, la Cristiandad dio numerosos frutos de santidad entre sus gobernantes, y estableció principios jurídicos fundamentales para controlar la codicia de los reyes.
Al surgir la herejía luterana, con su negación de la autoridad de la Iglesia, se convirtió en la excusa perfecta que tuvieron los príncipes del norte de Alemania para rebelarse contra el Papa y el Emperador, y crearse un cuerpo doctrinal que les diera absoluta libertad política para perseguir sus ambiciones, sin escrúpulo alguno. El Luteranismo dio así origen a la “iglesias nacionales”, como las de los países escandinavos, sometidas al poder político y dispuestas avalar cada capricho del gobernante (ejemplo que fue seguido por Enrique VIII en Inglaterra).
La Reforma protestante despedazó el orden cristiano, provocando dos siglos de guerras religiosas en Europa que terminarían en la institución del principio “Cuius regio, eius religio” que se convertiría, posteriormente, en proclamación de la soberanía absoluta del Estado frente a cualquier norma previa. De este modo, Lutero puso las bases del proyecto político llamado “Modernidad”, en que se pretende la emancipación del hombre frente a la soberanía de Dios, el voluntarismo legal en contra del derecho natural, la proscripción de la Fe y la promoción del pecado.
¿Cuáles han sido los frutos de la Reforma? El Relativismo, el absolutismo estatal, y la institución de un orden político anticristiano. Como pueden ver, en estos 500 años de la herejía luterana los católicos no tenemos nada que celebrar.
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