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jueves, 12 de octubre de 2017

Tres posturas ante la crisis del Catolicismo, por P. Alfonso Gálvez

Reproducimos el siguiente artículo del P. Alfonso Gálvez publicado originalmente en su página web personal.

Imagen relacionadaAnte la crisis que actualmente sufre la Iglesia, la más profunda quizá de todas las que ha padecido a lo largo de su historia, caben tres posturas diferentes a adoptar por parte de sus miembros. Dos de ellas son extremadamente fáciles de seguir, mientras que la tercera supone, para quienes se deciden a adoptarla, un cúmulo de dicultades y no pocos problemas. Las vamos a llamar aquí, con vistas a la simplicación, Posturas A, B y C.

La Postura A es sencilla de entender y relativamente fácil de adherirse a ella. La integran algunos católicos convencidos que piensan que cierto número de principios, a los que hay que añadir enseñanzas del Magisterio, además de ser inmutables son también intangibles. Olvidarlos, escamotearlos o falsicarlos, supone para ellos atentar contra la Fe. Que es precisamente lo que ha hecho según los partidarios de esta posición la actual Jerarquía de la Iglesia. Admitido lo cual, y ante la imposibilidad de llegar a ningún entendimiento, los seguidores de la actitud A han optado por romper el vínculo que les unía a la Jerarquía. Todo ello con el fin de mantener los principios, y a pesar de que el Derecho Canónico tipica ese comportamiento como cismático.

Preciso es reconocer honradamente la verosimilitud de esta Postura, en cuanto que parece cierto al menos casi todo lo que defiende. Y es de alabar también la honradez y entereza de sus seguidores, en los que no hay porqué dejar de suponer la mejor de las intenciones.

Adolece, sin embargo, esta actitud al menos así es como yo lo entiendo de un fallo importante, el cual afecta precisamente a uno de los principios que dice profesar: la necesidad de mantener la delidad y sumisión a la legítima Jerarquía, por muy inoperante y mundana que pueda parecer en el mejor de los casos, o incluso corrupta en el peor de ellos. Pero un el católico no puede prescindir nunca del principio fundamental según el cual nada sin el Obispo, nada sin la Iglesia. Por lo demás, como se sabe, los casos de corrupción de la Jerarquía, incluso en sus más Altas Esferas, no son enteramente extraños a la sufrida historia de la Iglesia, sin que por eso los verdaderos eles se hayan sentido justicados para romper con ella: Donde está Pedro, allí está la Iglesia.

El problema es ciertamente tan grave como delicado, como corresponde a los difíciles tiempos en los que vivimos. En cuanto a la posible sumisión a una Jerarquía mundana, y hasta dudosamente el a los principios de la verdadera Fe y de la sana Tradición, parece que se va a convertir en una de las pruebas que el Señor permitirá que sufran sus discípulos; sobre todo cuando se aproximen los últimos tiempos (cf Mt 24:15). Si la participación en los sufrimientos de su Señor ha sido siempre la condición del verdadero fiel, es evidente que, llegado el momento en que se aproxime la gran confrontación nal, tal posibilidad habrá llegado a su clímax. Y existe algo también que los auténticos discípulos no olvidan; cual es el hecho de que la participación en la cruz del Señor, si bien no puede ser sobrellevada sino bajo hombros doloridos, ni contemplada sino con ojos cargados de lágrimas, es en realidad algo glorioso y un anticipo de la Corona final.

La Posición B es fácil de entender y todavía más fácil de seguir. Sus partidarios mantienen con rmeza la delidad a la Jerarquía, incluso aunque tal determinación pueda parecer a veces un tanto excesiva. La ignorancia, por parte de tantos fieles, acerca del verdadero alcance de la debida sumisión al Magisterio y a la Jerarquía, permite aprovecharse de la circunstancia a determinados ideólogos y a grupos de presión.

Poniendo entre paréntesis (que no es lo mismo que negarlos), bien sea de momento o bien indenidamente, la fidelidad a los principios intangibles -dogmas incluidos-, los seguidores de esta Postura apoyan decididamente lo que el Papa dice, habla, piensa o hace; aunque sin poner demasiada atención en cuanto al verdadero contenido, signicado y límites del Magisterio. Menos aún piensan que sea necesario distinguir entre el Magisterio Ordinario, el Magisterio Solemne, o los simples discursos u opiniones vertidos por los Pastores de la Iglesia aquí y allá, con o sin formalidad alguna. Ni caen en la cuenta de la necesidad de integrar lo dicho por ellos con lo ya dicho por el Magisterio anterior (el Magisterio no puede contradecirse a sí mismo; una realidad en la que los mantenedores de esta Postura no suelen pensar), y que, por lo tanto, también puede formar parte del único y sagrado Magisterio. En resumen y para concluir, y por muy extraño que pueda parecer, para los partidarios de la Postura B todo lo que diga o haga el Papa, sea lo que fuere, es dogma de fe; por lo que la menor discrepancia al respecto supone, según ellos, dejar de ser fiel a la Iglesia.

Desde luego es preciso reconocer que la Posición B es la más segura. Supone dejar los principios y su interpretación en las exclusivas manos de la Jerarquía –¿pero es seguro que se trata siempre efectivamente de la Jerarquía?- y seguirla fiel y ciegamente. Con lo que la fidelidad queda asegurada y los problemas resueltos. Por otra parte, la adhesión a esta Postura es absolutamente necesaria, si es que se aspira a poseer una cierta posición dentro de la Iglesia, la cual, de otro modo, jamás se alcanzaría: Si alguno aspira al episcopado, desea una noble cosa; (Tim 3:1) y además probablemente lo conseguirá, cosa que sería impensable sin suscribirse a esta Postura.

La Posición C, sin embargo, es la más difícil de entender y la más dura de practicar. Y puesto que es la Cenicienta en esta especie de singular contienda (aunque sin Príncipe enamorado ni nal feliz), quizá alguien podría pensar que no vale la pena hablar de ella, con lo que tal vez no andaría equivocado. De antemano se puede asegurar que está condenada a ser una actitud despreciada, y aun aborrecida, por parte de unos y de otros. Las Posiciones A y B se ponen de acuerdo en esto para condenarla -como Herodes y Pilatos-, y de ahí que sus seguidores sean siempre pocos y merecedores, además, (aunque no se les reconozca) del distintivo de héroes.

Los seguidores de la Posición C están convencidos de que no pueden hacer caso omiso de los principios evangélicos, siempre intangibles, así como de que tampoco pueden abandonar su actitud de sumisión inquebrantable a la legítima Jerarquía de la Iglesia. Lo cual los coloca, en la presente coyuntura eclesial, en una posición sumamente inestable y bastante difícil. Los partidarios de la Posición A suelen señalar a estos fieles como vendidos miserablemente al Sistema. Mientras que los seguidores de la Posición B no están dispuestos a reconocer la lucha de estas gentes por mantener su fidelidad a la verdadera Fe, por lo que no cesan de acusarlos de insumisos y de integristas, por más que hayan obedecido siempre hasta el heroísmo.

Los que se suscriben a esta Postura se saben condenados de antemano a no ser tenidos en cuenta en la Iglesia, seguros de que jamás les serán conferidas responsabilidades o prebendas de ninguna clase. Ni tampoco ellos las desean, pensando quizá que la realmente merecida atribución de rangos y la distribución de recompensas no tendrán lugar por ahora, hasta que venga de nuevo Aquél que dará a cada uno según sus obras (Ap 22:12).

De esta forma, despreciados y abandonados de todos, su propia locura -que ellos piensan que es divina- los conduce a considerar su condición como un timbre de gloria, y aun como garantía de su participación en los sufrimientos del Señor. Y puesto que se saben efectivamente destinados al desprecio y al anonimato, es por lo que esperan con certeza llegar a saborear de antemano un anticipo de la felicidad del Cielo; convencidos como están de que, al fin y al cabo, siempre será verdad aquello de que de los hombres se puede decir lo que de los pueblos: dichosos los que no tienen historia.

Existe curiosamente, sin embargo, una cuarta Posición, bastante peculiar y única: la de la Iglesia Católica (?) Estatal China, enteramente sometida al Estado comunista chino y separada de la comunión con Roma. Con lo cual, como puede verse, participa, conjuntamente y a la vez, de las Posiciones A y B. Como cosa curiosa, y aunque parezca extraño, esta Iglesia goza de la comprensión y simpatía de las Altas Esferas Vaticanas; al contrario de lo que sucede con la Iglesia Católica China del underground, que se ha mantenido fiel a Roma a pesar de las persecuciones que ha sufrido por parte de las Autoridades comunistas, pero que no suele recibir gestos de comprensión y aliento por parte del Vaticano. En cambio, así como los lefrevianos han agotado en contra suya el tarro de los anatemas, no ha sucedido lo mismo con la Iglesia Católica Estatal China; y en cuanto a las razones que puedan justicar estas diferencias de trato, son por ahora desconocidas para el común de los fieles, tanto chinos como de todo el mundo.

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