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martes, 17 de diciembre de 2024

Editorial: “Lo sagrado”, el nombre de una profanación

Las redes sociales hierven con la indignación de los fieles católicos al conocer que la Catedral Primada de Colombia, sede del Arzobispo de Bogotá, está siendo utilizada como escenario para la presentación de una obra de teatro. El espectáculo se titula “Lo sagrado” y el nombre no deja de estar cargado de ironía, pues la elección de la Catedral Primada como escenario representa justamente lo opuesto de la sacralidad: la profanación.

Desde un punto de vista puramente antropológico, la conciencia de lo sagrado está en la raíz, no sólo de toda religión, sino en sentido más amplio de toda concepción del mundo, de toda civilización. Lo sagrado no se entiende sin referencia a lo profano, pues es esa oposición, esa separación, lo que lo define. Lo sagrado lo es precisamente, porque está, reservado, separado del resto del mundo. Cuando se difumina la barrera que distingue el ámbito de lo sagrado del ámbito de lo profano, aquello simplemente deja de serlo, se desacraliza, es profanado.

El orden de lo sagrado puede manifestarse en todos los aspectos de la vida humana. Objetos, lugares, personas, tiempos. Un altar puede parecer una piedra o una mesa cualquiera, pero no lo es. A través del rito de dedicación, ha dejado de ser un objeto más y se ha convertido en signo de la manifestación de Dios en el mundo. Desde ese momento, la mesa del altar no admite ningún otro uso más que la celebración del sacrificio eucarístico. La patena y el cáliz pueden parecer piezas más de la vajilla, pero desde su consagración han quedado reservados de forma exclusiva para el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Para muchos, una iglesia puede parecer un simple auditorio, con una tarima y unas gradas, en el cual la gente va a escuchar a un speaker y atender a una performance, pero no lo es. Es un espacio que ha sido separado de toda la geografía circundante y se ha convertido en “casa de Dios y puerta del Cielo”.

“No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada.” (Ex 3, 5) Fueron las palabras de Dios a Moisés, por lo que él “se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios.” Quitarse las sandalias, cubrirse el rostro, descubrirse la cabeza o ponerse de rodillas, son diferentes formas de expresar la única actitud que puede tener el hombre ante el encuentro con lo sagrado: El temor reverencial. Lo sagrado no pertenece a nuestro orden, no es algo que esté bajo nuestro libre arbitrio, no se manosea. Ha sido elegido por Dios para comunicarse con el hombre, y por lo tanto le pertenece a Él más que a nosotros.

El acto de quitarse la sandalias, simboliza cómo el ámbito de lo sagrado obliga al hombre a prescindir de las consideraciones prágmáticas, de criterios mundanos como la eficiencia o la comodidad, y el contacto con la piel desnuda de los pies, semejante al descubrirse la cabeza al entrar en el templo, representa el reconocimiento de la miseria humana y la aceptación sin barreras de la manifestación divina. Por el contrario, profanar, contaminar los espacios sagrados con usos mundanos, totalmente ajenos al culto divino, no admite otra respuesta que la de Cristo:

Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado.» Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu Casa me devorará. (Jn 2, 15-17)

La Iglesia no ha sido ajena al arte dramático. Durante la Edad Media se desarrollaron muchos tipos de dramas litúrgicos, en los que se representaban diferentes escenas de la vida sagrada, pero siempre de forma asociada al propio culto divino, siguiendo las formas que son propias a la reverencia propia del templo. Todavía hoy, el canto de la Pasión de Cristo a tres voces, o el acto del lavatorio de los pies en Jueves Santo, son momentos propios de la liturgia en los que se utiliza el drama como lenguaje para transmitir los acontecimientos que se recuerdan en esas fechas. Eso sin contar los múltiples actos de piedad popular, como la procesión con el Santo Sepulcro o la visita de los Reyes Magos, en los que se hacen verdaderas escenificaciones de cada misterio. Pero, insistimos, siempre, siempre, como parte de un acto público de adoración a Dios.

El signo de la Escala de Jacob nos parece apropiadísimo para una representación teatral sobre la Navidad. Jacob, Israel, ve en sueños una escalera que llega hasta el Cielo y los ángeles que suben y bajan por ella. Este signo es la promesa de que la compañía de Dios no se apartará del pueblo de Israel, y se cumple con la encarnación del Verbo: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.» (Jn 1, 51) En la persona de Cristo lo humano y lo divino han quedado unidos, como un puente que une el Cielo y la Tierra, y de allí que no haya otro camino para llegar al Padre.

Sin embargo, nada de esto parece estar presente en las consideraciones de los promotores de la obra:

‘Lo Sagrado’ trata sobre un viaje que tiene un hombre a su interior, intentando encontrar su fe, su voz, y es un hombre que pudiera ser cualquiera de nosotros, intentando encontrar esa vocecita que le dé un impulso para seguir”, explicó Jimmy Rangel, director de la iniciativa artística.

“La puesta en escena es la escala de Jacob, eso es bíblico: el hombre que aspira a lo trascendente, que busca a Dios; y la navidad es, también, que Dios viene al encuentro del hombre. Es el gran misterio, Dios hecho hombre”, explicó monseñor Sergio Pulido, párroco de la Catedral Primada.

Bajo el influjo del Racionalismo, la herejía modernista niega la Revelación de Dios al hombre, y convierte las manifestaciones de lo sagrado en una mera expresión de una ‘conciencia religiosa’ que estaría en el fondo de todo ser humano. Todas las religiones no serían más que diferentes formas de expresar esa misma conciencia, y por lo mismo, estaríamos siempre ante una construcción socio-cultural. Es una manifestación del hombre que busca a Dios, no de Dios que sale al encuentro del hombre. “Lo sagrado” es producto, en este caso, de una elección arbitraria, una experiencia puramente subjetiva. Es el giro antropocéntrico de la teología, que muchos, entre ellos el Papa Benedicto XVI, han venido denunciando. De ahí que, tal y como puede apreciarse en los breves fragmentos de la obra en los videos que circulan en redes, el juego de luces, el movimiento de los actores y bailarines, está completamente disociado del espacio sagrado en el que se encuentran y el acto cultual que le es propio.

Como hemos dicho,  la Iglesia no ha sido ajena al arte dramático, pues al fin y al cabo los signos visibles y sensibles son un lenguaje mucho más elocuente que las palabras más escogidas. Tomar la custodia con el velo humeral en lugar que las manos desnudas, evitar dar la espalda al tabernáculo, mantener juntos el índice y pulgar para evitar soltar las partículas del corpus, comulgar de rodillas y en la boca en lugar de en la mano y de pie, son gestos visibles que proclaman de forma tácita que estamos ante el mismo Dios, mucho mejor que todas las catequesis y sermones acerca de la Eucaristía. Por más que se insista en los sermones sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristia, nadie lo creerá realmente si observa que los hechos desdicen las palabras y las sagradas formas pasan de mano en mano como una galleta cualquiera.

Por lo mismo, aunque la obra de teatro tenga un contenido absolutamente edificante y evangelizador, que no lo parece en absoluto, aunque efectivamente tratase sobre el misterio profético de la Escala de Jacob como anuncio de la venida de Cristo, todo esto es anulado por el estruendo ensordecedor del signo de mayor elocuencia: La desacralización, la profanación, la mundanización del lugar más sagrado de toda la Iglesia de Bogotá.

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