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domingo, 25 de octubre de 2015

El imperativo democrático, por María Virginia Olivera de Gristelli

Reproducimos el artículo de María Virginia Olivera de Gristelli publicado originalmente en su blog en InfoCatólica.

Este 25 de octubre será para muchos católicos argentinos, un día sagrado. Pero no por ser domingo, ni por la clausura del Sínodo, sino porque nuevamente habrá aquí elecciones presidenciales…! 

Ahora bien, sabemos que la Iglesia«en virtud de su misión y naturaleza, no está ligada a ninguna forma particular de civilización humana ni a sistema alguno político, económico o social” (Vat. II,GS 42d). Habida cuenta de esto, parece muy poco razonable que se inste a los fieles a proponer uno u otro sistema como preferente por sí mismo, como condición sine qua non para cumplir con la conciencia cristiana.

Más llamativo e irracional resulta esto si se tiene en cuenta  que la Iglesia también ha enseñado que algunos sistemas políticos son conciliables con el orden natural y la fe católica, pero otros NO, y no es neutral ante ellos, sino que los ha denunciado y combatido explícitamente. Fundamentalmente, hay que tener presentes, porque no han perimido, de 1878, Quod apostolici muneris (contra el socialismo laicista); 1888, Libertas præestantissimum (contra el liberalismo); 1937, Mit brennender sorge (contra el nazismo); 1937, Divini Redemptoris (contra el comunismo); etc.  Pues hay que seguir afirmando -hoy más que nunca- que el liberalismo es pecado, y que el marxismo es intrínsecamente perverso (esto es, diabólico), y cuando un sistema está inficionado hasta la raíz de sus principios, lo más perfecto ha de ser rechazarlo. Porque donde no hay verdad no puede defenderse la vida, ni las condiciones para que ésta se desarrolle plenamente, según la voluntad de Dios.

Hace un tiempo, el p. Iraburu, en la interesante serie acerca de los católicos y la política, recordaba que

La Iglesia no debe ligarse a ningún régimen político concreto, como si él fuera de suyo el mejor, el que ella prefiere. San Pío señalaba que «hay un error y un peligro en enfeudar, por principio, el catolicismo en una forma de gobierno» (1910, cta. Notre charge apostolique 31).Y cuando por un tiempo una Iglesia local o una parte del pueblo cristiano ha incurrido en ese error, se han seguido muy graves males. No hay que sacralizar la monarquía, ni satanizar la república. Tampoco hay que adorar la democracia, y mucho menos la democracia liberal pluripartidista, ni deben ser consideradas ilícitas las otras formas de gobierno.

Sin embargo, hace algunas décadas la Conferencia Episcopal Argentina se ha empeñado en hacer creer a los argentinos que la defensa de la democracia, incluso hasta la más liberal y abyecta, es el primer mandamiento de todo bautizado que quiera ser buen ciudadano, de modo que la enunciación explícita del “imperativo democrático” sería una suerte de “supra-mandamiento”: “Ama a la democracia por sobre todas las cosas. Ser perfecto es amar y defender la democracia por sí misma y a todas las demás cosas (incluida tu religión y tus dioses) por amor a Ella”.

Nos encontramos entonces con todo un conjunto de “virtudes democráticas” que no son sino falsificaciones de las virtudes genuinas, en las que el Bien (propio y ajeno) es faro rector de toda acción libre del hombre.

Lo cierto es que de esta manera, la forma mentis del cristiano viene siendo sometida a un cimbronazo permanente, como si camináramos sobre arena movediza. ¿Es este el modo apto para un camino “en ascenso”?. La “columna vertebral” espiritual, que nos debería permitir mantenernos erguidos frente al mundo y sus máximas como antorchas encendidas, va siendo sistemáticamente sometida a inyecciones periódicas para que tarde o temprano se derrumbe (algo así como la termita con que se prepararon los derrumbes-implosión  de las torres gemelas).

El católico que se resista a este proceso de “ablandamiento” será tachado paulatinamente de fundamentalista, cerrado, ultramontano, anacrónico, nostálgico, ignorante, etc., etc. Pero lo más lamentable y lacerante es que este tipo de censura ya no provenga únicamente del mundo, sino de los mismos pastores, que deberían fortalecernos y ampararnos.

Suponemos entonces que nuestros obispos deben haber sido los primeros “ablandados” ya desde los Seminarios o congregaciones donde se han formado (miremos los programas de formación de los consagrados, con severas deficiencias no sólo teológicas sino en filosofía y en historia, y tendremos la respuesta a muchísimos interrogantes que hoy dejan a  muchos perplejos).

Y así muchos irán mañana celosamente a cumplir con su “deber ciudadano", guiados por la última declaración de la CEA sobre estas elecciones, titulada “Elecciones, servicio al bien común”, en que vuelve a encomiar el valor de la democracia como “una conquista que no puede ponerse en riesgo por la existencia de prácticas que puedan socavar su legitimidad. Nos interesa la consolidación y desarrollo de nuestro sistema democrático en paz.

Como coro de la corrupción instalada cada vez con más saña en el sistema electoral, prosigue la declaración:

“El pueblo argentino vive un año de especial significación cívica con una agenda electoral intensa que representa el ejercicio soberano de la voluntad popular. Se expresa así la “Nación que queremos”.

Lamentando que el proceso eleccionario se desarrolle en un “clima de agravios, sospechas y denuncias que debilitan la credibilidad de personas e instituciones”, sugiere que  (…) no deberían escatimarse esfuerzos en orden a mejorar los procedimientos, asegurar la transparencia y evitar todo tipo de sospechas que terminen provocando desconfianza y acentúen las divisiones entre los argentinos”, limitándose a esperar  “Que ningún signo de violencia o intolerancia ensombrezca el acto eleccionario y, al mismo tiempo,esperamos actitudes de nobleza para reconocer y respetar la legítima y soberana voluntad popular”.

No importa si las sospechas son sobrecogedoramente fundadas, con extensas pruebas de la corrupción de los candidatos propuestos.

No importa el robo, la mentira y la traición, el asesinato de inocentes, la injusticia y la impunidad más grosera.

No hay que mirar lo que vemos, ni prestar oídos a lo que ensordece.

Hay que seguir bailando como ebrios, celebrando la inmundicia, porque se supone que de eso se trata “la paz que buscamos”… No es la paz de Cristo, desde ya, sino la de los cementerios.

¿Se nos propone tal vez la conversión al Evangelio, a la Verdad, a la defensa de la vida y la familia, haciendo mención explícita del orden natural, pisoteado escandalosamente por doquier? ¿Importa en algo la presencia de Cristo, a quien se ha ido borrando de la vida pública cada vez que no resulta funcional al régimen? Nada de eso:

Frente a ello sólo cabe recomponer una actitud de respeto, de diálogo sincero y de participación comprometida. Es necesario (…)  una cultura del encuentro que facilite la amistad social. Así podremos vivir las elecciones como un acontecimiento esperanzador, que refleje el nivel cívico de un pueblo que va a las urnas con la convicción de que es el mejor modo de expresar la voluntad de ser una Nación cada vez más inclusiva para todos los argentinos.
De este acontecimiento, que debe ser una auténtica fiesta cívica en el marco de la Constitución Nacional, son garantes el Estado, los Partidos Políticos y los Ciudadanos. A cada uno le corresponde un papel y una responsabilidad que hacen al bien de la República. Todos somos responsables, nadie puede sentirse ajeno…”

“Amistad social” entre el lobo y el cordero. Festejemos, porque las promesas mesiánicas se harán posibles gracias a la virtud democrática y a la legítima y soberana voluntad popular, por supuesto infalible… ¿Qué tal si hacemos un poco de historia, para recordar los regímenes criminales que subieron por esa dichosa voluntad? 

Por lo menos hablan de “fiesta cívica”, y no “fiesta religiosa”, pero todo llega, si seguimos a este paso…

Al cierre de la declaración, entonces, llegamos al clásico “sí pero no”, al que ya estamos habituados:
“Los ciudadanos, en el ejercicio de nuestra libertad y derechos, tenemos que conocer y discernir sobre las propuestas que mejor respondan a nuestros principios y convicciones, como así también sobre la idoneidad y coherencia de las personas que buscan nuestro voto. Todos tenemos derecho a desear un país mejor.”

¿Cuáles son los principios y convicciones que se supone debe haber en la grey católica?

¿Y qué hacer cuando en las “personas que buscan nuestro voto” no hay ni idoneidad ni coherencia como para merecer el gobierno de una nación a la que aspiramos legítimamente?

Una de dos, entonces. O los católicos dejan de ser católicos, porque ya han desistido de los principios, o los pastores -si son católicos- denuncian, y advierten a sus fieles acerca de las condiciones pésimas de estas elecciones, sin mirarlas como una “fiesta”, proponiendo a todos su celebración.

Los obispos de Haití, -pese a ser país consagrado al demonio-, han tenido en estas mismas circunstancias la honestidad de señalar claramente, que “según la experiencia de la Iglesia Católica, la lógica del ‘partido’ divide más que une. La misión de la Iglesia es unir, crear una comunidad unida, no separarse como hacen los partidos.”

Pero la principal unidad se da en la Verdad, que aquí hace rato ha dejado de predicarse con claridad.

Allí asomará entonces alguno: “¿Pero es posible alcanzar la santidad si no se es profundamente democrático?”…Porque esa es la cuestión. A tal punto van llegando las cosas en la manipulación ideológica de las conciencias, que si algún fiel osara cuestionar la democracia en un momento de lucidez, tal vez correría al confesionario temiendo haber sido presa de una tentación satánica, cosa que claro, no haría por el uso de anticonceptivos, o por ver espectáculos “artísticos” blasfemos, o por vivir en adulterio -en buena conciencia-, o por promover la “tolerancia” hacia la sodomía. Porque hoy, en que hasta los mandamientos deben ser debatidos y “consensuados”, nadie ose tocar el Sacrosanto Consenso y Voluntad Popular.

Hace unos años, el Papa pedía a los católicos que tuviesen en cuenta a la hora de elegir a sus gobernantes, los principios no negociables en la vida pública y que no son verdades de fe sino de orden natural , es decir, no son una meta o fin político sino una BASE para su ejercicio, a saber:

1. Vida La persona es sagrada e inviolable, desde la concepción hasta la muerte natural.
2. Familia reconocimiento y promoción de la estructura natural de la familia, como unión entre un hombre y una mujer basada en el matrimonio, y su defensa contra los intentos de equipararla jurídicamente a formas radicalmente diferentes de unión.

3. Libertad de enseñanza Los padres tienen el derecho y el deber de educar a sus hijos. Son ellos -no el Estado, ni los empresarios educativos, ni los profesores- los titulares de ese derecho, que nadie puede conculcar.
4. Bien común El Estado está al servicio de la sociedad y no al revés. El papel de la autoridad es ordenar la comunidad política no según la voluntad del partido mayoritario sino atendiendo a los fines de la misma, buscando la perfección de cada persona, aplicando el principio de subsidiariedad y protegiendo al más débil del más fuerte.

La Red Federal de Familias (ojalá en nuestra Jerarquía hubiese voces tan claras) advierte que desde la creación de la Red

“la vigencia de esos principios ha sido prácticamente desterrada de nuestro sistema legal e institucional, por la acción de los diversas instituciones y órganos políticos, con el apoyo cada vez más comprometido y cómplice de los medios de comunicación masiva y de opinión, de muchos de los cuales el Estado es propietario, por sí o por conocidos personeros suyos. (…) Todo ello bajo la servil sumisión a la presión de los organismos, asociaciones e intereses internacionales, con despreciable abandono del ejercicio de la Soberanía Nacional por parte de la Argentina”,

Pero el camino de la renuncia es un inmenso tobogán con cantos de sirenas, y son muchos los que comienzan por creer que hoy “sólo” se trata de callar el nombre de Cristo o esconder la Cruz (¡ni hablar de Cristo Rey!) esgrimiendo el respeto y la tolerancia, y mañana terminarán cediendo a todas las pretensiones de la ideología de género, buscando siempre la “quinta pata al gato” para acallar sus conciencias, justificando la cuadratura del círculo.

Y bien: ante la aceptación de la necedad como sistema, parece que no cabe sino la obediencia ciega, y la suspensión de todo juicio, con un progresivo temor a pensar.  Pero no se puede ser una cosa y su contraria al mismo tiempo, y por muchos malabares que se intenten no se puede servir al Evangelio mientras se brega por un “orden” que pretende alinear a Cristo junto a Buda, la Pachamama y el mismísimo Lucifer, porque hay que ser democráticos a toda costa, para una “pacífica convivencia”.

¿Cómo hace un cristiano de HOY para defender aquellos principios no ne-go-cia-bles (QUE SOLO SON UN PISO), cuando el imperativo democrático nos impone el vivir negociando, mirando con indulgencia a quienes relativizan su escarnio cotidiano en la educación, las leyes, la familia, los medios de comunicación, la economía, y todo orden de la vida?

Lo cierto es que en las elecciones presidenciales de mañana, aunque no hay ni UN solo candidato real que sostenga realmente los principios básicos señalados,nuestros pastores siguen empujando al rebaño a las fieras, proponiendo como obligación cuasi-religiosa el sufragio, y sacralizando por doquier la voluntad popular. 

“¡Viva Barrabás! ¡Crucifíquenlo! Esto es lo justo y encomiable, porque así lo quiere el Pueblo, la voz de Dios…” ¿De verdad a nadie le repugna?

Tal vez, como decía una señora de mi parroquia, muy “piadosa y carismática”, seguramente llena del Espíritu Santo, a quien le caía muy bien el candidato Sergio Masa: “Sí, es abortista…¿pero quién no lo es, hoy en día?”  Lo que hiela la sangre es el acostumbramiento a la mentira, por parte de los presuntos hijos de la luz. Y es irónico que mientras por una parte se esgrime la “adultez”, por ej. para imponer la Comunión en la mano, o para “desmitificar” los milagros de Nuestro Señor, a muy pocos pastores se les ocurre proponer el mismo juicio crítico a las contradicciones de ciertas “pastorales”.

Para quienes se han querido enterar (pueden ir al boletín NOTIVIDA, Año XV, Nº 985, 22 de septiembre de 2015), se han presentado con meridiana claridad las trayectorias y propuestas, que nos deberían convencer de que cuando no hay Bien, no hay que elegir, máxime en un sistema que ha demostrado sobradamente el haber hecho del fraude un modus vivendi, para mantener la corrupción a cualquier precio. No es que aquí haya fraude: el sistema es ya un colosal fraude, fiesta del padre de la mentira.  

Y la doctrina del mal menor, cuando se trata de vidas humanas, es una infamia, pero si no se puede conciliar el sueño sin poner un papelito en un cajón, estimados lectores, busquen a Peter Pan, para que nos lleve al país del Nunca Jamás. ¿Pero acaso se puede vivir  eligiendo la mentira como norma de vida?

Sólo la Verdad nos hace libres, y sin Ella (que es Cristo), NADA podremos hacer.

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