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martes, 18 de marzo de 2014

Conversión de las ideologías, por Germán Mazuelo-Leytón

Compartimos el artículo de Germán Mazuelo-Leytón, publicado originalmente en su blog Agere Contra.

No podemos negar que para los cristianos este tiempo es psicológicamente desgastante ya que vivimos bombardeados por la creciente paganización y masificación del mundo que nos hace creer que estamos fuera de la realidad. Hay ciertamente perplejidad y agitación.

Sin embargo, la Iglesia debe reconocer con toda humildad que ella no ha sabido responder siempre ni con plena fidelidad a su vocación. Ella es un pueblo llamado a la santidad, pero formado por hombres pecadores. Sólo en los santos que han vencido el pecado, la Iglesia ha logrado ser plenamente ella misma. Donde la santidad ha estado ausente, el egoísmo del pecado ha debilitado muchas veces la claridad de su testimonio y de su eficacia de su amor al hombre.

Pero el reconocimiento de sus humanas flaquezas, de su necesidad de perdón y misericordia por parte del Señor de la Historia, no puede llevarla a oscurecer su misión, a no atreverse a proclamarla tal como Jesucristo se la dio, aunque a su luz pueda ser ella misma juzgada. Por el contrario ella debe renovar continuamente su voluntad de fidelidad total a Jesucristo y de luchar en Él y con Él (Conferencia Episcopal de Chile, abril 1971).

Todos quisiéramos cambiar el mundo cuya situación nos desagrada, pero sin cambiar nuestra propia personalidad tan llena de telarañas. ¿Cómo pretendemos cambiar el mundo nosotros que no somos capaces de cambiarnos, aunque sepamos que somos víctimas de debilidades y de vicios?

Ahí está la clave, no podemos dar lo que no tenemos, y para transformar el mundo, debemos antes transformarnos nosotros.

Hoy, con el Papa Francisco, esta ofensiva ha cambiado de cara: se reviste de una aprobación universal e incondicionada a la presunta "revolución" del nuevo Papa, pero en realidad su objetivo es neutralizar la Iglesia en un humo indistinto, reduciéndola a una realidad inocua e insignificante. El riesgo es que dentro de la misma Iglesia no nos demos cuenta de esta insidia y nos hagamos la ilusión de que con el Papa "bueno" y "popular" la suerte gire infaliblemente hacia un futuro radiante (Sandro Magister).

La reforma de la Curia, -por ejemplo, es decir una reforma eclesial desde arriba, es un tema que acaparó una vasta cobertura mediática, pero no así a nivel de los simples fieles, los que en una proporción muy amplia se quedan en los signos y gestos del Papa reinante.

Este mundo está lleno de reformadores que no han empezado siquiera a reformarse a sí mismos. ¿Cómo va a ser uno pacifista si no se respira paz? ¿Cómo hablar de la libertad si no es espiritualmente libre? ¿Cómo predicar el amor si no se ama? ¿Qué sentido tiene exigir la justicia con palabras agresivas, injustas? ¿Cómo esperar respeto de los hijos si no se les respeta? ¿Cómo exigir a los padres cuando uno no es exigente con uno mismo?

Eclesialmente la muerte de Juan Pablo II en 2005, y últimamente la elección de Francisco fueron 

grandes acontecimientos, y sin embargo, aunque nos emocionan, no logran modificar nuestra vida. La emoción aunque sincera, si no trae frutos de conversión es estéril, porque la emoción por sí sola no basta; puede afectar, pero no lleva a término un proceso

de auténtica conversión.

Yo me temo que muchas de las repeticiones de cambio a nivel de la cúpula eclesial, no sean sino una coartada para esquivar nuestro fracaso propio a la hora de cambiarnos. Nos metemos a redentores cuando tanta labor de redención deberíamos de realizar en nuestra propia persona, pero para ello hemos de alcanzar ese conocimiento personal que es tan difícil y añadirle ese deseo sincero que es la rectificación de nuestros proyectos y de nuestras actividades, porque cambiar nuestro mundo interior está a nuestro alcance, pero no está el transformar el mundo, cuya purificación depende de tantas personas.

Dejarse instrumentar, es decir convertirse en satélite de ideologías, sistemas, causas, es un peligro siempre presente en la evangelización.

El Evangelio no es una ideología porque es ante todo el anuncio de un hecho salvífico que ya aconteció y sigue aconteciendo. Y este hecho más que defender o legitimar –como sucede con las ideologías- los intereses de grupos o personas, critica e interpela todos los intereses. El Evangelio sólo se recibe por la conversión que es ya, en cierto sentido, una des-ideologización (La evangelización de lo político, Ricardo Antocich, S.J.).

No tratemos de engañarnos y comencemos por nosotros mismos en esa hermosísima tarea de podar nuestros defectos y fomentar nuestros nobles sentimientos.

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