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lunes, 11 de enero de 2016

En nombre de los “derechos humanos” están dejando al hombre sin derecho a la Verdad

Según informa LifeSiteNews, la administración de la ciudad de Nueva York ha hecho, por vía administrativa, una “reinterpretación” de la norma anti-discriminación contra transexuales, estableciendo una nueva serie de reglas y sanciones contra conductas que han querido calificar como “discriminatorias” hacia los transexuales. Entre las prohibiciones, se encuentra el hecho de separar baños para hombres y mujeres, usar diferentes códigos de vestimenta para hombres y mujeres en el trabajo, usar registros y documentación en que la categoría “sexo” sólo admita masculino y femenino, e incluso, el usar el pronombre correcto a la hora de referirse a las personas transexuales (Hablar de “él” para referirse a un hombre transexual, o “ella” para hablar de una mujer que quiere parecer hombre).

En Colombia, el gobierno Santos expidió un decreto en el cual se ordena a los notarios cambiar el registro civil de las personas que quieran aparecer con otro sexo registrado, distinto al biológico. No se requiere nada más que la declaración de la persona de que así lo desea. A su vez, la Corte Constitucional ha fallado una sentencia en la que ordena a la Registraduría inscribir como “hijos biológico” de dos hombres, a dos menores que adquirieron es Estados Unidos por medio de un proceso de alquiler de vientres (contrataron a una mujer para que los gestara a cambio de dinero). Así mismo, en otra sentencia le ordena al Ministerio de Educación revisar todos los manuales de convivencia de los colegios, públicos y privados, para “determinar que los mismos sean respetuosos de la orientación sexual y la identidad de género de los estudiantes”.

No demoran en saltar Benedetti, Uprimny y toda la plana mayor del lobby de la Cultura de la Muerte, a proponer la nueva normativa neoyorquina como modelo que deberíamos seguir en Colombia en materia de “derechos humanos”. De hecho, la Corte Constitucional ya ha sancionado colegios por haber impedido a estudiantes hombres irse vestidos de mujeres, y viceversa. No les basta con obligar al Estado a enseñar como blanco lo que es negro, y presentar como bueno lo que es malo, si no que ahora quieren prohibir al hombre el reconocer y afirmar la verdad que está ante sus ojos.

En el fondo, no estamos viviendo más que las consecuencias necesarias, ya advertidas hasta el cansancio por el magisterio de los santos padres, de la aceptación de la Libertad de Conciencia como base de la democracia liberal. La idea de que el hombre tiene la libertad de creer lo que voluntariamente crea y que el Estado no puede forzarlo a admitir verdades que no quiere, significa desterrar del debate público la búsqueda de la verdad y reducir el ejercicio político a un mero choque entre voluntades. Así lo previno SS. Gregorio XVI en la encíclica Mirari Vos:

10. De esa cenagosa fuente del indiferentismo mana aquella absurda y errónea sentencia o, mejor dicho, locura, que afirma y defiende a toda costa y para todos, la libertad de conciencia. Este pestilente error se abre paso, escudado en la inmoderada libertad de opiniones que, para ruina de la sociedad religiosa y de la civil, se extiende cada día más por todas partes, llegando la impudencia de algunos a asegurar que de ella se sigue gran provecho para la causa de la religión. ¡Y qué peor muerte para el alma que la libertad del error! decía San Agustín[21]. Y ciertamente que, roto el freno que contiene a los hombres en los caminos de la verdad, e inclinándose precipitadamente al mal por su naturaleza corrompida, consideramos ya abierto aquel abismo[22] del que, según vio San Juan, subía un humo que oscurecía el sol y arrojaba langostas que devastaban la tierra. De aquí la inconstancia en los ánimos, la corrupción de la juventud, el desprecio -por parte del pueblo- de las cosas santas y de las leyes e instituciones más respetables; en una palabra, la mayor y más mortífera peste para la sociedad, porque, aun la más antigua experiencia enseña cómo los Estados, que más florecieron por su riqueza, poder y gloria, sucumbieron por el solo mal de una inmoderada libertad de opiniones, libertad en la oratoria y ansia de novedades.

También SS León XIII advirtió en la Libertas Praestantíssimum sobre los fundamentos metafísicos del Liberalismo y cómo tales principios no conducen a otro camino más que el de la tiranía inicua.

12. El naturalismo o racionalismo en la filosofía coincide con el liberalismo en la moral y en la política, pues los seguidores del liberalismo aplican a la moral y a la práctica de la vida los mismos principios que establecen los defensores del naturalismo. Ahora bien: el principio fundamental de todo el racionalismo es la soberanía de la razón humana, que, negando la obediencia debida a la divina y eterna razón y declarándose a sí misma independiente, se convierte en sumo principio, fuente exclusiva y juez único de la verdad. Esta es la pretensión de los referidos seguidores del liberalismo; según ellos no hay en la vida práctica autoridad divina alguna a la que haya que obedecer; cada ciudadano es ley de sí mismo. De aquí nace esa denominada moral independiente, que, apartando a la voluntad, bajo pretexto de libertad, de la observancia de los mandamientos divinos, concede al hombre una licencia ilimitada. Las consecuencias últimas de estas afirmaciones, sobre todo en el orden social, son fáciles de ver. Porque, cuando el hombre se persuade que no tiene sobre si superior alguno, la conclusión inmediata es colocar la causa eficiente de la comunidad civil y política no en un principio exterior o superior al hombre, sino en la libre voluntad de cada uno; derivar el poder político de la multitud como de fuente primera. Y así como la razón individual es para el individuo en su vida privada la única norma reguladora de su conducta, de la misma manera la razón colectiva debe ser para todos la única regla normativa en la esfera de la vida pública. De aquí el número como fuerza decisiva y la mayoría como creadora exclusiva del derecho y del deber.

Todos estos principios y conclusiones están en contradicción con la razón. Lo dicho anteriormente lo demuestra. Porque es totalmente contraria a la naturaleza la pretensión de que no existe vínculo alguno entre el hombre o el Estado y Dios, creador y, por tanto, legislador supremo y universal. Y no sólo es contraria esa tendencia a la naturaleza humana, sino también a toda la naturaleza creada. Porque todas las cosas creadas tienen que estar forzosamente vinculadas con algún lazo a la causa que las hizo. Es necesario a todas las naturalezas y pertenece a la perfección propia de cada una de ellas mantenerse en el lugar y en el grado que les asigna el orden natural; esto es, que el ser inferior se someta y obedezca al ser que le es superior. Pero además esta doctrina es en extremo perniciosa, tanto para los particulares como para los Estados. Porque, si el juicio sobre la verdad y el bien queda exclusivamente en manos de la razón humana abandonada a sí sola, desaparece toda diferencia objetiva entre el bien y el mal; el vicio y la virtud no se distinguen ya en el orden de la realidad, sino solamente en el juicio subjetivo de cada individuo; será lícito cuanto agrade, y establecida una moral impotente para refrenar y calmar las pasiones desordenadas del alma, quedará espontáneamente abierta la puerta a toda clase de corrupciones. En cuanto a la vida pública, el poder de mandar queda separado de su verdadero origen natural, del cual recibe toda la eficacia realizadora del bien común; y la ley, reguladora de lo que hay que hacer y lo que hay que evitar, queda abandonada al capricho de una mayoría numérica, verdadero plano inclinado que lleva a la tiranía.

Empezaron proclamando la libertad para el error, y han terminado prohibiendo la Verdad.

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