Reproducimos la columna de Mons. Libardo Ramírez Gómez, óbispo emérito de Garzón, publicada originalmente en el Diario del Huila.
No desperdician ocasión los defensores de la matanza de niños en crecimiento en el vientre materno. Apenas hay asomo de que se dé alguna de las circunstancias en las que la poderosa Corte Constitucional despenalizó el aborto (no lo legalizó), están listos a promover campañas para invitar a madres gestantes a convertirse en asesinas de sus hijos.
Se ha extendido, con razonada alarma, el número de personas afectadas por el zika, hay altas posibilidades de que las mujeres embarazadas tengan repercusiones graves pues sus niños en gestación pueden presentar “microcefalia”. Entonces, los adalides del aborto lo primero que recomiendan es practicarlo en esas indefensas creaturas. Está bien la preocupación general por ese flagelo, está bien buscar, afanosamente, medios para contrarrestarlo. Es lo necesario, como en todos los casos en que están en peligro la madre y el niño en gestación, buscar cómo salvar a los dos, deber de la ciencia médica y de dignos discípulos de Hipócrates.
Personas de gran sentido humano, defensores del don sagrado de la vida, no piensan con ligereza en que la solución frente a problemas sea la de matar una criatura humana, ni proponerlo como primera solución, con más empeño aún que en fumigar los insectos trasmisores del contagio. Con gran satisfacción, encontramos científicos y médicos que cumplen con su deber de defender la vida buscando efectivos correctivos a las complicaciones que se produzcan en esos niños y no entrar a asesinarlos porque la Corte haya despenalizado esa rudimentaria e inhumana actuación.
En el solo campo de la ciencia, es de tener presente cuanto afirma, con asentimiento de muchos científicos, el médico con más de cuarenta años de experiencia de labor, Dr. John C. Wilke. Es su documentada conclusión, que desde el momento en el cual se ha realizado plenamente la concepción pocas horas después de la fertilización, ya hay una vida humana completa, hay “un ser humano completo en el que se irán luego desarrollando sus incipientes miembros.
Complementa lo anterior cuando, al referirse al óvulo fertilizado, afirma que no es un ser humano en potencia, es un ser humano con vasto potencial, que una vez que se completa la concepción, llega a ser un ser “humano actual”. (Cf. “El aborto, Dr. Wilke y Señora, Ricardo Gaitán editores págs. 72-74). Ese ser humano completo e irrepetible es el que recomiendan algunos matar con máxima facilidad antes que buscar otros recursos, ante una dificultad que se presente.
Reconocen honestos médicos que no es fácil detectar si el niño en gestación realmente tiene microcefalia por el contagio de zika, por lo que es apenas una probabilidad y no certeza, no se puede considerar caso despenalizado. Además, es de destacar cómo padres y madres de hondo sentimiento humano aceptan con edificante amor a un niño limitado antes que sentenciarlo a muerte. Tantas veces se convierten, en hogares de nobles sentimientos, en centro cariñoso de unidad familiar el atenderlo.
Desde la revelación divina, no opuesta a la ciencia ni a las correctas costumbres humanas sino sapiente inspiración y ayuda, hay repetidos llamados al respeto a toda vida humana desde la concepción hasta la muerte natural. “No matarás” (Ex. 20,13), “la sangre de tu hermano clama a mí desde el suelo” (Gen. 4,10); “cuanto hicisteis a uno de estos hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).
Allí están esas enseñanzas científicas y bíblicas, defensoras de la vida de los niños y de la dignidad de las madres para no ser asesinas de sus hijos. Principios y reflexiones que han de llevar a evitar el exterminio de esas débiles sino propiciar, buscar otras salidas a problemas vitales. Es urgente afrontar pandemias como la que ha traído el zika, pero buscando caminos distintos a recomendaciones fruto de delictuosa“fetofobia”.
Por: Mons. Libardo Ramírez Gómez
No hay comentarios:
Publicar un comentario