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lunes, 30 de abril de 2012

Estatolatría pagana, por Germán Mazuelo-Leytón

Artículo de Germán Mazuelo-Leytón en su blog Agere Contra

El momento cumbre de la visita apostólica del Papa a México en marzo pasado, ha sido la Eucaristía que ha celebrado el domingo 25 de marzo al pie del Cerro del Cubilete, en Silao. En la cima de dicha montaña se yergue el monumento a Jesucristo Rey del Universo «cargado de un fuerte simbolismo para el catolicismo mexicano, que entre los años de 1926 y 1929 sufriera una sangrienta persecución».

Durante la señalada Misa el Santo Padre ha recordado el martirio de los fieles mexicanos: «que se entregaron de lleno a la causa del Evangelio con entusiasmo y con gozo, sin reparar en sacrificios, incluso el de la propia vida», y al final durante el rezo del ángelus añadió: «En tiempos de prueba y  dolor, ella ha sido invocada por tantos mártires que, a la voz de “viva Cristo Rey y María de Guadalupe”, han dado testimonio inquebrantable de fidelidad al Evangelio y entrega a la Iglesia».

El 18 de noviembre de 1926, el Papa Pío XI hacía pública su novena Carta Encíclica, «Iniquis afflictisque», la primera de tres encíclicas en las que el Pontífice elevaría su voz para protestar y dar a conocer al mundo civilizado «los tristes tiempos de la Iglesia mexicana»:«Movidos por la conciencia de nuestro deber apostólico, seremos nosotros quienes gritaremos para que, desde este Padre común, todo el mundo católico escuche, por una parte, cómo ha sido la desenfrenada tiranía de los enemigos de la Iglesia y, por otra, la heroica virtud y perseverancia de los obispos, de los sacerdotes, de las familias religiosas y de los laicos», ante la persecución desatada en lo que vino a llamarse la Guerra Cristera: «ni en los primeros tiempos de la Iglesia ni en los tiempos sucesivos los cristianos fueron tratados en un modo más cruel, ni sucedió nunca en lugar alguno».

Fue durante su pontificado  (1922–1939), época en la que el Beato Papa Pío XI tuvo que conducir la  nave de la Iglesia ante totalitarismos como el fascismo, el nazismo y el comunismo ateo.

El nazismo italiano buscaba integrar al ciudadano desde el nacimiento hasta la muerte en todos los cuadros del partido: «Tomo al hombre cuando nace –decía Mussolini. Y no lo abandono hasta el momento en que muere, momento en el que le toca al Papa ocuparse de él», ante lo cual decía el hoy Beato Pío XI en su carta encíclica «Non abbiamo bisogno» (junio de 1931): «Estamos en presencia de todo un conjunto de afirmaciones auténticas y de hechos no menos auténticos, que ponen fuera de duda el propósito, ya ejecutado en gran parte, de monopolizar por entero a la juventud, desde la primera infancia a la edad adulta».

El Pontífice reaccionó ante el nazismo alemán con la encíclica «Mit brennender Sorge» (Con ardiente preocupación), sobre la situación de la Iglesia Católica en el Reich Alemán: ante «el error de hablar de un Dios nacional, de una religión nacional, y emprender la loca tarea de aprisionar en los límites de un pueblo solo, en la estrechez étnica de una sola raza, a Dios» (14 de marzo de 1937).

Ante el comunismo ateo, decía el mismo Pontífice: «La lucha entre el bien y el mal, triste herencia de la falta original, sigue haciendo estragos en el mundo… Este peligro tan amenazador para el uso pleno y exclusivo de un partido, de un régimen, sobre la base de una ideología que explícitamente se resuelve en una propia y verdadera estatolatría pagana, en pleno conflicto tanto con los derechos naturales de la familia como con los derechos sobrenaturales de la Iglesia… el comunismo es intrínsecamente perverso y no es posible admitir en ningún terreno la colaboración con él por parte del que quiera salvar la civilización cristiana».

Pío XI escribía en 1937: «Por primera vez en la historia, asistimos a una lucha fríamente calculada y arteramente preparada por el hombre “contra todo lo que es divino” (2 Tes 2, 4)» (Encíclica «Divini Redemptoris»).

Es indudable que el siglo XX ha sido el más martirial de toda la historia de la Iglesia. Ciertamente «levantándose sobre todo lo que se llama Dios… y sentándose en el templo de Dios como si fuese Dios» (2Tes 2, 3-4) la persecución a la que fue sometida la Iglesia, superó a lo experimentado por ella durante la era de los mártires, la Revolución Francesa o cualquier otra anterior.

Durante el Congreso Eucarístico en Filadelfia del año de 1976, el entonces cardenal Wojtyla, futuro Papa Juan Pablo II decía: «Estamos ahora ante la confrontación histórica más grande que los siglos jamás han conocido. Estamos ante la lucha final entre la Iglesia y la anti-Iglesia; entre Evangelio y el anti-evangelio. No creo que el ancho círculo de la Iglesia Americana ni el extenso círculo de la Iglesia Universal se den clara cuenta de ello. Pero es una lucha que descansa dentro de los planes de la Divina Providencia», es decir como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «…La Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el "Misterio de iniquidad" bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne» (n.º 675).

Muchos años pasaron hasta que los marxistas comprendieron que sería mejor para la revolución marxista no tanto combatir la religión como servirse de ella, ciertamente los beatos Pío XI y Juan Pablo Magno vislumbraron mucho más allá de lo que el común de los mortales somos capaces de percibir a simple vista como hechos actuales así lo demuestran.

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