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martes, 29 de mayo de 2012

¿Moral Cristiana vs Moral Pública?

Escribió Mauricio García Villegas, una columna en El Espectador, el principal diario anticatólico de Colombia, en la cual continuaba sus ataques contra la Doctrina de la Iglesia iniciados hace dos semanas con motivo de la Carta Pastoral de Mons. Juan Vicente Córdoba “Unidos por la Vida y la Familia”. En la columna, el autor critica el precepto cristiano de “amar al prójimo como a uno mismo”, lo desecha como impracticable, y defiende el establecimiento de una moral pública basada en el utilitarismo relativista: “Mi libertad llega hasta la libertad del otro”. Reproduzco lo párrafos donde se aclara su argumentación.

Pues bien, luego de escribir esa columna me quedé pensando en esa regla católica que ordena amar al prójimo. En ella se consigna un ideal admirable, pero muy difícil de alcanzar (¿por qué habríamos de amar a tanto sátrapa que anda por ahí haciendo el mal?). Por eso mismo, por ser una norma tan exigente, sólo los santos o los héroes la pueden cumplir. Jesús de Nazaret y muchos de los primeros cristianos (antes de que su credo se convirtiera en religión oficial) se comportaban de esa manera y todavía hoy vemos católicos admirables que tienen ese talante.

Pero las personas así son escasas. La Iglesia misma, como institución, ha dedicado buena parte de sus energías a sembrar el odio y la querella contra quienes no piensan como ella. Obispos como Juan Vicente Córdoba dicen amar a todos los demás, empezando por los pecadores (entre los cuales incluyen, claro, a los homosexuales), pero su amor tiene muchas excepciones: los que no se arrepienten, los que reniegan de su fe o simplemente los que pertenecen a otras religiones.

El hecho es que esa moral para santos (asumida con autenticidad por pocos y con hipocresía por la gran mayoría) ha impedido el desarrollo de una moral cívica, más modesta, más humana y más eficaz. Una moral para ciudadanos, no para correligionarios. Una moral que no se funde en el amor al prójimo, sino en el respeto del otro; que no pretenda dar la vida por los demás, sino reconocer que todos somos iguales; una moral de reglas mínimas pero exigibles, no de reglas máximas e ilusorias; una moral centrada en el respeto de lo público, no en la salvación de las almas o en la redención del mundo.

(…)

En los países en donde las revoluciones liberales lograron imponer la separación efectiva entre la Iglesia y el Estado fue posible difundir (a través de la educación pública) esa moral cívica. Pero en los países en donde esto no fue posible, como en Colombia, la moral católica colmó todos los espacios sociales, empezando por los públicos, y el Estado desatendió su deber de inculcar una moral cívica. Nos quedamos con la regla del amor al prójimo, reducida a los ámbitos familiares, y sin la regla cívica. Resultado: la cultura del respeto de lo público nunca prosperó.

En algunos países las cortes constitucionales han llenado ese vacío y se han convertido en algo así como las “iglesias” de las sociedades contemporáneas. Aquí todavía no lo logramos y la prueba más evidente es la indignación de monseñor Córdoba contra la Corte Constitucional.

Comienzo por refutar aquellas afirmaciones sobre la moral cristiana en que se asienta tan falaz agumentación: "Pues bien, luego de escribir esa columna me quedé pensando en esa regla católica que ordena amar al prójimo. En ella se consigna un ideal admirable, pero muy difícil de alcanzar (¿por qué habríamos de amar a tanto sátrapa que anda por ahí haciendo el mal?). Por eso mismo, por ser una norma tan exigente, sólo los santos o los héroes la pueden cumplir. " Premisas falsas, conclusiones falsas (falsedad intencional en este caso).

Santo Tomás: «Amar a los enemigos en la medida que son enemigos es censurable. La caridad no hace eso» (Summa Theologiæ, II-II, 25, 8 ad 3).

Se ama al prójimo en tanto que prójimo, es decir, en tanto que hombres llamados al bien y a la verdad. De ahí que el amor implica buscar el bien del otro, y que el otro se oriente hacia el bien. La corrección fraterna es inseparable del amor.

Benedicto XVI: «El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último.» (Mensaje para la Cuaresma, 2012)

Jesús de Nazaret: «Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano. Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.» (Mt 18, 15-18)

El amor cristiano no es “moral para santos”, es camino de santidad, es decir, que todos estamos llamados a cumplirlo. Es curioso cómo la argumentación que subyace a toda la columna resulta ser no más que una declaración de mediocridad. No es raro, la mediocridad es conditio sine qua non de todo relativismo, sólo convenciendo a la gente de abandonar toda esperanza de alcanzar lo mejor se logra que compren lo peor. Cuando la Iglesia llama a los homosexuales a la castidad, sólo les extiende el mismo llamado que hace hacia los heterosexuales. La Iglesia está convencida de la dignidad inherente de toda persona homosexual y por eso los llama a la santidad, esto es, al mayor bien posible.

Lo que el autor llama "moral cívica", no es una versión modesta de la moral, sino una versión opuesta a la misma: Un relativismo moral fundado en la indiferencia absoluta del hombre frente a sus semejantes. Un relativismo aparente, pues si en la letra se supone "que cada quien haga con su vida lo que quiera", en la práctica el mantenimiento del orden social requiere justamente limitar esa "libertad absoluta" a un espacio mínimo donde "no interfiera con la libertad del otro". Límites impuestos arbitrariamente desde arriba que convierten el espacio de lo público en un régimen totalitario en el cual sólo ingresan quienes se sometan a esa "moral pública", todo a cambio de una apariencia de libertad en nuestra cada vez menor "vida privada".

En ese orden, es menester reconocerle al autor la certeza con que dice: "En algunos países las cortes constitucionales han llenado ese vacío y se han convertido en algo así como las “iglesias” de las sociedades contemporáneas. Aquí todavía no lo logramos y la prueba más evidente es la indignación de monseñor Córdoba contra la Corte Constitucional."

La Corte Constitucional ha utilizado el concepto de "Estado Laico" como un caballo de Troya, un comodín con el cual ha convertido la pretendida "neutralidad religiosa" en un nuevo confesionalismo donde la moral y la antropología impuestas por las sentencias de la Corte son la nueva Sharia, la nueva ley divinamente revelada. Sólo así se explica que la Corte pretenda que sus mandatos estén por encima de la libertad de conciencia de los ciudadanos, o que se haya dicho públicamente que la pertenencia de Alejandro Ordóñez a una religión particular le impedía ser Procurador General. La Corte Constitucional ya se ha declarado a sí misma omnipotente frente a los demás poderes, y es evidente que pretende, en forma velada como es habitual, que solo sus correligionarios tengan derecho de participar en la vida pública. Gracias a Dios, todavía no lo logramos.

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