El pasado domingo, el Dr. Fernando Sánchez Torres, publicó una columna en el diario El Tiempo, refiriéndose a la demanda que se encuentra en curso en la Corte Constitucional, contra la posibilidad de producir embriones humanos con el fin de experimentar en ellos. En su artículo, Sánchez defiende la experimentación con seres humanos y los procedimientos eugenésicos a partir de un par de falacias que expondremos a continuación.
En primer lugar, emplea una falacia “hombre de paja” al caracterizar la postura de quienes apoyan la demanda y piden prohibir la experimentación con embriones, como una postura “religiosa” a la cual se opondría otra supuestamente “científica”:
Desde sus inicios, la ingeniería genética –que es la actividad que suscita la controversia– despertó desconfianza en los sectores conservadores. Sus inmensas posibilidades aparejan temores, a punto tal que se ha llegado a afirmar que quienes la practican están compitiendo con Dios y, por lo tanto, sus ejecutorias son inmorales. Con la vida humana –dicen– no pueden hacerse ensayos, pues es divina, vale decir que, siendo un don de Dios, solo este puede disponer de ella.
(…)
El conflicto ético radica en el estatus moral que desde el campo religioso se le ha asignado al conjunto de células que van constituyendo el nuevo ser, estatus que no concuerda con el concepto que se tiene desde la orilla científica biologicista. Para aquellos, desde el momento de la fusión del óvulo o gameto femenino (que es una célula) con el espermatozoide o gameto masculino (que es otra célula) hay vida humana y, por lo tanto, posee sacralidad, lo que impide su manipulación, no importa cuáles sean los fines invocados. En cambio, para la mayor parte de los científicos, el nuevo ser tiene un estatus moral progresivo, de acuerdo con su desarrollo o perfeccionamiento celular (ontogénesis). Siendo así, ese estatus no tiene las connotaciones morales asignadas a una persona, que es lo que pretenden algunos.
Esta es una falsa oposición que busca ensombrecer el debate a partir de una falsa dicotomía, impidiendo que ambas proposiciones puedan ser evaluadas en su naturaleza de afirmaciones filosófico-jurídicas, que es lo que en realidad son.
A este respecto permítasenos señalar el carácter falso y falaz de la postura señalada por el Dr. Sánchez como “científica biologicista”. Falso, pues afirma que “para la mayor parte de los científicos el nuevo ser tiene un estatus moral progresivo”, afirmación que carece de toda fundamentación factual, y que contrasta de forma absoluta con declaraciones internacionales como los Artículos de San José, o el Manifiesto de Madrid, en que un buen número de científicos, investigadores, y personal sanitario, defienden que el ser humano reciba igual protección desde el momento mismo de la protección. Falaz además, porque aunque fuera cierta, ni las verdades científicas se determinan por mayoría, ni el estatus moral del ser humano es un hecho científico, de modo que la postura de estos “científicos” que el columnista alude sin citar no tiene mayor valor de autoridad, que el de una opinión cualquiera.
Pero además, el autor parece ignorar que la protección del ser humano como un fin en sí mismo, proviene también del racionalismo kantiano, y está en el germen, por lo menos a nivel discursivo, del derecho de los Derechos Humanos. Esto puede evidenciarse con mayor gravedad cuando ser examina las consecuencias de la postura que defiende el Dr. Sánchez, negando tal protección:
Sin embargo, analizando el asunto con criterio pragmático, utilitarista, debe mirarse como una benefactora de la especie humana frente a muchas de las dolencias que la aquejan. El ‘mapeo’ del genoma y el empleo de las células madre son hitos científicos que, no obstante el escepticismo de algunos, abren alentadoras perspectivas. Además, el poder observar en directo y en tiempo real el proceso de la fecundación humana y el desarrollo del cigoto (que es el producto de la fusión del óvulo y el espermatozoide) permite detectar tempranamente errores de la naturaleza susceptibles de corrección. Es lo que se denomina “terapia génica”, que es una forma de manipulación genética a favor de los componentes de la especie.
Así como lo ven: para el Dr. Fernando Sánchez Torres, es justo utilizar y manipular una vida humana si con ello hay un beneficio hipotético para el conjunto de la especie humana. Más aún, él considera que la especie es beneficiada si se elimina tempranamente a todos los individuos que salgan defectuosos. Esta es la mentalidad de quien fue presidente del Tribunal Nacional de Ética Médica, y fundador del Instituto Colombiano de Estudios Bioéticos.
Esto resulta cuando menos paradójico si se considera que la Bioética surgió justamente a causa de los escándalos provocados al destaparse casos de experimentación sobre seres humanos en Estados Unidos y Europa. La postura que el columnista defiende, no es en absoluto diferente a la del movimiento eugenésico que llegó a su cenit con los experimentos del Dr. Josef Mengele y el Dr. Otmar Freiherr von Verschuer con los prisioneros en los campos de concentración nazis. Ellos creían que era perfectamente legítimo y “ético” utilizar a los prisioneros judíos y gitanos como conejillos de indias en sus experimentos que, según ellos, ayudarían a mejorar la especie humana.
La Declaración de los Derechos Humanos, fue, en cierto modo, una respuesta a las violaciones contra la dignidad humana cometidas por el régimen nazi, entre ellas, la experimentación con seres humanos. El principio que subsiste a tal declaración, y en general al derecho de los Derechos Humanos, es que todo ser humano, en tanto que humano, posee una dignidad particular que le hace sujeto de derechos inalienables. La Convención Americana de Derechos Humanos es taxativa: “Para los efectos de esta Convención, persona es todo ser humano.”
El hecho científico en este caso es claro y evidente: En el momento de la fecundación del óvulo por el espermatozoide, se genera un nuevo ser vivo con una identidad genética propia y única. Desde el momento de la concepción existe ya un individuo de la especie humana, un ser humano. Cada embrión es ya un ser humano, y debe ser protegido como tal, aunque haya quienes aboguen por que sean manipulados o destruidos en beneficio de otros. Esta postura, que se basa en negar la dignidad humana en su conjunto y pretender que el ser humano sólo es digno según un cierto nivel de capacidad o desarrollo, implica entonces un retroceso a los tiempos del Tercer Reich, del darwinismo social, y del movimiento eugenésico.
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