La ley 1710 del 2014, mediante la cual el Gobierno rinde honores a la madre Laura Montoya, que fue canonizada en 2013 por el Papa Francisco, ha sido demandada de inconstitucionalidad por el abogado Miguel Ángel Garcés, con el ridículo argumento de que “materializa una suerte de predilección por la Iglesia Católica y desconoce el principio de neutralidad religiosa”. Lo peor de todo, es que, a pesar del absurdo, la magistrada María Victoria Calle parece darle la razón en su propuesta de sentencia.
Bajo esa misma idea, el homenaje que el Estado ha hecho de Luis Carlos Galán, por ejemplo, materializaría una suerte de predilección por el Partido Liberal, discriminatoria de todas las demás corrientes políticas; Homenajear a García Márquez materializaría una suerte de predilección por el realismo mágico, discriminatoria de los demás estilos literarios, y así sucesivamente.
Las virtudes de la Santa Madre Laura Montoya son de público conocimiento, así como su aporte al país tanto a nivel espiritual, en la evangelización y conversión de los indígenas, como en la fundación de una orden religiosa que ha sido fuente constante de bienes para el conjunto de la sociedad. Lo evidente en este caso, es que a juicio de los demandantes, y al parecer de la magistrada Calle, la fe católica de la Santa Madre Laura es un mal que anula todo beneficio que su actuar hubiera podido traer al país. Aquí se ha homenajeado a personajes de méritos exiguos frente a los de la primera santa colombiana, pero que, tal vez por ser ateos o agnósticos, si resultan “homenajeables” para los demandantes.
Tal parece que para el Sr. Miguel Ángel Garcés, la magistrada María Victoria Calle, la Universidad Nacional y el Instituto Colombiano de Antropología, en Colombia sólo es posible homenajear a ateos, so pena de violar la “neutralidad religiosa”. El postulado que subsiste a esta mentalidad, y ya lo hemos denunciado, es que la tal “neutralidad religiosa” implica que el Estado vea a todas las religiones como iguales en la falsedad, todas igualmente falsas. Esto, sin lugar a dudas, es un brinco del “Estado laico” al confesionalismo ateo.
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