El director del portal InfoCatólica, Luis Fernando Pérez, ha escrito un artículo titulado “Algo pasa con el episcopado colombiano”, en el cual hace un recuento de declaraciones controversiales, opuestas al magisterio de la Iglesia, hechas por cuatro prominentes obispos del país: El Cardenal Rubén Salazar, Arzobispo de Bogotá, Mons. Darío de Jesús Monsalve, Arzobispo de Cali, Mons. Luis Augusto Castro, Arzobispo de Tunja y presidente de la Conferencia Episcopal, y Mons. Juan Vicente Córdoba, obispo de Fontibón. Con excepción de las declaraciones del Arzobispo de Cali, todos tuvieron que presentar después una retractación de lo dicho, reafirmando la Doctrina de la Iglesia sobre el tema en cuestión. Cada uno de estos episodios ha sido ocasión de escándalo para los fieles colombianos, ha servido a grupos anticatólicos como “Católicas por el Derecho a Decidir” para sembrar confusión entre los laicos mal informados, y a minado la confianza de los fieles hacia sus pastores. Sin duda alguna que algo pasa con nuestros obispos, pero ¿qué?
La pista más inmediata, la encontramos en la aclaración que tuvo que hacer Mons. Córdoba, en la cual excusa sus escandalosas declaraciones en el hecho de que su auditorio estuviera conformado en su gran mayoría por homosexuales. Incluso defendió su intervención como “primer encuentro oficial y público de un Obispo colombiano con la comunidad LGBTI”, que “demuestra que si es posible acercarse a quien piensa distinto para establecer un diálogo sincero y franco que nos lleve a derribar los muros y a descubrirnos mutuamente como hermanos.” En efecto, en la misma nota, el obispo de Fontibón aseguró que una de las razones de sus controversiales declaraciones fue el desconocer “la presencia de medios de comunicación en la sala”, como si las insinuaciones sobre los apóstoles y María Magdalena, y la invitación a los homosexuales a “tener familias” y a “criar hijos” fueran parte de un Evangelio particular para la comunidad LGBT.
Como puede verse en la grabación, las declaraciones de Mons. Córdoba fueron seguidas por un sonoro aplauso de parte del auditorio. ¿Qué hubiera pasado si por el contrario el obispo se hubiera limitado a reafirmar la Doctrina de la Iglesia sobre la maldad intrínseca de los actos homosexuales? El Evangelio de Lucas nos atestigua el efecto de la predicación de Jesús: “Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.” (Lc 4, 28-30) Jesús ya nos advirtió sobre lo que deberíamos esperar cuando proclamamos el Evangelio siéndole enteramente fieles: “Si el mundo os aborrece, sabed que me aborreció a mí antes que a vosotros (…) Acordaos de la palabra que ya os dije: «no es el siervo mayor que su señor. Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán” (Jn 15, 18.20), así es que no se entiende que los pastores, por miedo a desagradar, a no ser aplaudidos, deformen o nieguen las enseñanzas de la Iglesia.
Pero hay una segunda pista, y esa la tenemos como factor extrínseco a las declaraciones de Mons. Darío de Jesús Monsalve en octubre del año pasado. En esa oportunidad, el obispo dijo:
No entiendo como una apertura las equiparaciones de esas parejas con la pareja humana, que es la de varón y mujer. Sin embargo, esas parejas expresan algo constructivo y positivo del humano, que es el afecto. Una sociedad no puede ser violenta con personas que expresen afectos distintos a los institucionales que tiene la sociedad para organizar la vida de hombres y mujeres.
En ese sentido, la Iglesia puede ayudar a entender esas manifestaciones como válidas, es decir que se dan, y ayudar a las personas a construir sus vidas. No debemos crear conflicto con esas relaciones, porque ya bastantes conflictos tiene la humanidad como para convertir en problemático algo que debería ser aceptado.
Estas declaraciones, que igual que las de Mons. Córdoba, desafían abiertamente la Doctrina de la Iglesia sobre la valoracíón moral de las relaciones homosexuales, no pueden entenderse sino en el contexto del escándalo que produjo en la Iglesia Católica la publicación del documento parcial del sínodo de la familia en octubre de 2014, en donde se insinuaba una valoración positiva de las uniones del mismo sexo. Esa fue la línea que defendió el Arzobispo de Cali en sus declaraciones a la prensa.
Si ya encontramos a los obispos renuentes a defender la Doctrina de la Iglesia en contra de los ataques del Mundo, es igual de lamentable verlos que tampoco la defiendan frente a quienes, dentro de la misma Iglesia, quieren la traición al Evangelio. Parece que sometieran su labor como obispos, cuidadores de la fe de los fieles, a los vaivenes que pudiera darse en las discusiones eclesiásticas, como si ellos no fueran también sucesores de los apóstoles, y como si no conocieran el Evangelio. No vemos en nuestros obispos a esos “falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.” (Mt 7, 15), como en la Conferencia Episcopal Alemana o Suiza; como Mons. Bonny, obispo de Amberes; El Card. Danneels; Mons, Damasceno Assis, Obispo de Aparecida, Mons. Bruno Forte, Arzobispo de Chieti-Vasto, y podría seguir. Es algo injusto que ahora señalen a la Iglesia Católica colombiana como si tuviera problemas en particular, cuando, por ejemplo, Mons. Donal McKeown, obispo de Derry en Irlanda dijo a sus fieles que podrían votar a favor del “matrimonio” homosexual en el referéndum del próximo domingo, y Mons, Diarmuid Martin, Arzobispo de Dublín, dijo que “no le diré a los católicos cómo deben votar”.
Dijo Jesús a sus discípulos “Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’: que lo que pasa de aquí viene del Maligno” (Mt 5, 37). Hoy en día vemos con dolor la comprobación de las palabras de Jesús. Ese, tal vez, es el verdadero problema de la Iglesia Católica en Colombia.
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