Reproducimos el artículo de Mons. Libardo Ramírez, presidente del Tribunal Eclesiástico Nacional, publicado originalmente en el sitio web de la CEC.
Escrito por: Mons. Libardo Ramírez Gómez - "Padre en tus manos encomiendo mi espíritu" (Ev. Lc. 23,46), ha sido la última expresión del más grande de los hombres, Dios y hombre verdadero: Jesucristo. Ha soportado máximos oprobios, ha sido "ajusticiado" siendo inocente, como el peor de criminales, y en el más ignominioso patíbulo. Sentido el "abandono" de su Padre a torturas físicas y espirituales, expresa su queja doliente, pero conserva su fe y amor a ese Padre, a quien entrega su vida con total confianza. Muere dando ejemplo de vida y de muerte, libre de oscura desesperación.
Se dirá: "pero esos son conceptos religiosos" que nada tienen qué ver con la ciencia y el libre pensamiento humanos. Es verdad que los "conceptos religiosos" llevan rechazo del "suicidio asistido" autorizado, o autorización y a colaborar en realizar algo directamente para acabar con la vida, a ayudar a una la persona que se mate. Pero al adentrar en esos conceptos encontramos raíz profunda de algo más allá de lo religioso, y esta dimensión de por sí no es opuesta a lo natural o científico sino que lo ilumina.
Por elemental sentir humano está el "instinto de conservación" que busca defender la vida y evitar lo dañino o mortal. A través de milenios el sentimiento humano ha buscado lo que contribuya a la salud y a la vida, y mirando con horror a los que han sembrado la muerte. Se volvió proverbial el nombre del médico griego Hipócrates, 400 años antes de Cristo, que hizo escuela a favor de la vida y abrió paso a que quienes ejerzan medicina hagan juramento de hacer todo lo posible por salvar vidas y de no matar.
Todo lo anterior, enraizado en la ley natural, es cuanto viene basado en la ley natural y en la conciencia humana.
Con el precepto divino, en el libro máximo de sabiduría, la Biblia, cuando en respaldo a ese sentir humano de defensa de la vida y rechazo a todo homicidio, y en toda circunstancia. Se señala, en ella, como abominable ante el Ser Supremo dar muerte, y al primer homicida da el castigo más tremendo como es de la desesperación (Gen. 4,10). Se coloca también allí, como luminosa señal, en defensa de la progenie humana el: "No matarás" (Ex. 20,13).
Admirado por todo el orbe por su don de gentes y amor a la familia humana fue el Papa Juan Pablo II y es él quien en una Encíclica "El Evangelio de la Vida". (25-03-95) enseñó que "el suicidio es siempre moralmente inaceptable" (n.66 a), cita, el Papa, otra gran enseñanza del Vaticano II cuando expresa que "todo lo que se opone a la vida como los homicidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario...Todas esa cosas son, ciertamente, oprobios que deshonran a quienes los practican, y son totalmente contrarios al honor del Creador" (G.S. 27). A la ya citada condena moral del suicidio, agrega el Papa que compartir la intención suicida de otro, y ayudarle a realizarla, significa "hacerse colaborador y coautor de una injusticia que nunca tiene justificación". Agrega, enfáticamente: "la eutanasia debe considerarse como una "falsa piedad", más aún, como una preocupante perversión de la misma" (n. 66 b).
El dolor mismo, que, con apreciación meramente compasiva es considerado con "desgracia" se ha transformado, aún por filosofías no cristianas, en algo que se mitiga al aceptarlo con grandeza de espíritu la no desesperación, como signo de grandeza. Hay todo derecho a buscar su mitigación, y allí debe colocar sus esfuerzos la ciencia y labor del médico pero no rehuirlo con la fatal y antinatural decisión de cegar la vida. No pretende la enseñanza de la Iglesia, "Madre y Maestra de la humanidad", obligar a aceptar sus enseñanzas sino que muestra cómo están basadas en la ley natural, las ofrece con su acopio de luz y de paz para los duros momentos de la enfermedad. Este pensamiento nos pone frente a una "muerte digna", como la de Jesucristo y de tantas personas buenas y valientes que saben que después de un digno vivir y morir hay la certeza de una continuidad, de felicidad sin fin. El ser humano dotado de alma inmortal, según las más sapientes filosofías, está llamado a eterna felicidad si es fiel a esos postulados o a eterna desesperanza si reniega de ellos.
Que cada cual acepte nuestros postulados, y quiera o no vivir y morir inspirado en ellos, es su libre decisión. Pero obligar a alguien a cometer homicidio ayudando a "suicidio asistido" es autoritarismo intolerable contra el derecho, natural y contra un sagrado derecho constitucional (Art.18).
+ Libardo Ramírez Gómez
Expresidente del Tribunal Eclesiástico Nacional
Email: monlibardoramirez@hotmail.com
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