Reproducimos el siguiente artículo escrito por el Dr. Antonio R. Peña, publicado originalmente en InfoCatólica.
Cada vez se oye más la frase: “un Estado debe ser laico”.Ya ni siquiera se dice “aconfesional” sino “laico”. Y es posible oír esta expresión en personas católicas, moralmente intachables, de misa diaria e, incluso, en algunas personas con evidente relevancia dentro de la jerarquía eclesiástica, incluso príncipes de la Iglesia.
Cuando oigo de alguien decir tal frase suelo contrarrestarla con la doctrina y magisterio de la Iglesia. Pero poner sobre el tapete dialéctico el error del pensamiento modernista es políticamente incorrecto y suele traer problemas.
Edad Media: arquitectura cristiana
Durante la Edad Media la Iglesia consiguió levantar Occidente bajo el nombre de La Cristiandad. Un mundo formado por cinco naciones cristianas: Hispania, Francia, Britania, Germania, Italia (Concilio de Constanza 1415), ordenadas en diversos estados cristianos. El hecho de ser y llamarse cristianos no implicaba que estuviesen libres de pecado. Por lo tanto había períodos de paz y de guerra, justicias e injusticias. Pero significaba, ante todo, que las leyes de los reinos se fundamentaban o estaban en correlación con la ley divina.
De tal modo que durante, por lo menos, 1300 años La Christianitas dio lugar al florecimiento de las ciencias, artes y saberes (filosofía, teología, literatura, medicina, geografía, música…) desarrollados y enseñados en monasterios, escuelas catedralicias y universidades. También dio lugar al primer sistema de asistencia social de la historia con hospitales, orfanatos, asilos. Se dio forma a un mundo que fue luz y claridad y que ponía a Cristo en el vértice de toda la arquitectura espiritual, social, económica y política; uniendo persona, familia, sociedad y Estado.
Es cierto que durante el siglo XV al XVII la Cristiandad recibiría diversos embates (humanismo, renacimiento, protestantismo), pero lograría mantenerse, más o menos, a flote hasta el Siglo XVIII. En los siguientes siglos esta arquitectura cristocéntrica fue sustituida por La Modernidad, derribando a Cristo del vértice de toda construcción humana así como del propio ser humano.
Los estados laicos son fruto de esta Gran Impostura condenada de forma repetida por los papas, con pronunciamientos doctrinales desde el siglo XVIII hasta el presente[1]. Asimismo los papas han condenado -hasta Benedicto XVI incluido- a la secta que ha estado -y está- principalmente detrás de todo el movimiento Modernista: la masonería[2].
Desde su mismo origen La Modernidad lanzó el grito de “non serviam”[3]. Se propuso la destrucción de la Iglesia, sustituyendo el orden divino por un orden puramente humano y ateo. Este objetivo se ha estado llevando a cabo mediante varias acciones, entre las que destaco:
- Destrucción del orden cristiano edificado durante la Edad Media. Para recorrer este camino había que imponer la conciencia general (incluso entre los católicos) de que lo sano y recto es la separación de Iglesia y Estado.
- Destruir la conciencia de “lo sagrado” e imponer una concepción material del mundo, de la vida, de las relaciones humanas (personales, sociales, políticas) donde la idea de Dios no tiene cabida.
- Secularizar y laicizar tanto a la sociedad como a la persona, una persona ya sin identidad física (hombre o mujer) ni espiritual: sus asientos, sus raíces, ya no deberían estar en Dios sino en el propio “yo”. Un “yo” carente de sentido, simplemente emotivo y sensitivo. Toda la vida pública y privada debiera girar sobre este eje[4].
-Romper el fundamento de la sociedad: la familia. Provocar la división y enfrentamiento entre sus miembros, destruir los lazos de fidelidad, elevar a categoría razonable y justa todo tipo de modos de cohabitación (incluso contra natura), convencer a los mismos padres de familia de que lo mejor para sus hijos es un sistema laico en todos los órdenes. Convencer a no pocos sectores de la Iglesia que esto es un camino posible para acercarse a Dios.
- Levantar un nuevo mundo con un nuevo ser humano: sin certezas, sin verdad. Donde se sienta y se viva que la mentira y el engaño, la hipocresía y la simulación son la realidad y única verdad. Un mundo donde estén tan asumidos estos postulados que pasen por ser el estado bueno de las cosas. En este punto, el Mal pasa a convertirse en bien y el Bien pasa a ser el mal.
Los mecanismos para destruir aquella ordenación cristiana e imponer esta gran transformación han venido siendo diversos, según lo requieran el tiempo y el espacio: tanto físicamente violentos (revoluciones y guerras, persecuciones colectivas e individuales) como mecanismos culturales (ciencia y educación, publicidad y medios de comunicación).
El Papa León XIII advertía[5]: “Poneos en guardia contra las seducciones y los discursos lisonjeros que emplea” la secta, “su fuerza, sus recursos y sus éxitos hoy en los Estados, mostrándose a la luz del día; y, como lanzando un desafío a Dios, ha establecido su sede en la misma urbe, capital del mundo católico”: Roma.
Hijos de la Gran Impostura
La Modernidad ha dado diversos hijos filosófico-teológicos que fluctuaron –grosso modo- entre el kantismo (intentando las síntesis entre racionalismo y empirismo) y el existencialismo en sus diversas tendencias (de la dialéctica hegeliana al individualismo y subjetivismo moral de Kierkgaar), entre el idealismo y el trascendentalismo (de los Schelling y Schleiermacher) al constructivismo moral y el pragmatismo ético (Escuela de Erlangen) pasando por la fenomenología intersubjetiva (tanto husserliana como de orientación heideggeriana, especialmente en cuanto a la relación ser-tiempo-espacio).
Liberalismo y socialismo han sido los dos principales hijos políticos de La Modernidad. Nos los han presentado como oponentes en constante guerra, pero esto es falso. Han sido –aún hoy lo siguen siendo- dos vías para alcanzar el mismo objetivo: la construcción de un mundo laico y ateo donde las relaciones materiales sean el único eje de nuestro existir. Han sido, en definitiva, los constructores del mundo actual haciendo posible:
- La omisión nominal y real de Dios, desapareciendo de la conciencia del católico y de las sociedades el deber moral para con la verdadera religión. Por lo tanto,
- ya no hay principios superiores, todos están al mismo nivel y son igualmente lícitos, legales, buenos. Esto queda establecido,
- en una ley positiva (humana) sin correlación alguna con la ley divina y natural (éstas son exterminadas de la conciencia personal y social). Por lo que,
- la ambigüedad es la “ratio” con la cual todo se organiza. Y así,
- todo se hace impreciso, equivoco, oscuro.
Estos criterios son los que dan forma a los actuales matrimonios y familias (incluso católicos) y a las sociedades y estados que los contienen. No debemos extrañarnos de que en los estados modernos, laicos (aunque algunos se llamen aconfesionales) sean posibles todo tipo de agresiones legales contra el ser humano: ya en el campo de la educación como en el del matrimonio y la familia, ya en el campo de la ciencia y la “salud” como en el campo sexual, moral, psíquico y espiritual.
Pero lo que aún es más grave, desde hace muchas décadas este tipo de conciencia y pensamiento está instalado dentro de la Iglesia y prevalece en los actuales desarrollos y exposiciones teológicas[6]. Resultado: desconcierto y desorientación, confusión en la Iglesia.
Instaurare Omnia in Christo
Donde quiera que los criterios de la Iglesia han penetrado y han sido fundamento de las familias, de las sociedades, de los estados, de la educación, la ciencia y la cultura, se ha desarrollado una civilización superior a todas las demás por su justicia, equidad y sabiduría. Donde quiera que las reseñadas máximas falaces han desnudado a las familias, sociedades y Estados de los criterios de la Iglesia se han depravado estas instituciones, la cultura, la propia civilización se ha embrutecido “con criminal procacidad”[7].
Es doctrina y magisterio infalibles de la Iglesia que toda la arquitectura humana debe tener como centro y eje a Dios en Cristo Jesús, porque todo surge y deriva de Él. Sólo Dios es supremo y verdadero Señor por lo que todo debe someterse y obedecer necesariamente a Él[8].
Luego es axiomático, evidente, indubitable que este principio debe ser raíz y eje para regir la persona, la familia, la sociedad y el Estado. Estas cuatro entidades vinculadas están obligadas a dar culto a Dios, a quien deben su existencia y conservación[9]. De forma que en la medida que se separan de Dios se van vaciando y corrompiendo hasta acabar envilecidas y el pecado termina siendo su estado ordinario y habitual.
Dios ha establecido la ley divina de la cual la ley natural es reflejo y, en consecuencia, la ley humana debe estar en conformidad con la ley natural y divina. El fruto de esta unidad es la distribución del género humano en dos poderes: el eclesiástico y el civil, ambos poderes soberanos pero tienen una relación unitiva: son uno mismo[10]. La misma relación se da en la persona, entre alma y cuerpo; y en la familia, en la sociedad y en el Estado.
La familia es la Iglesia y la sociedad doméstica. El padre y esposo es el apóstol doméstico, el maestro y guardián de la fe y las buenas costumbres, administrador y laborioso mantenedor de la familia. Es la primera autoridad y juez. Es el buen pastor compañero y apoyo de su casta esposa. El padre es la cabeza de la iglesia doméstica como Cristo lo es de la Iglesia.
Por su parte, la madre y esposa, igual que la Virgen María lo es en la Iglesia, es el corazón de la familia. Su misión maternal en la Iglesia doméstica se centra en velar y atender a las necesidades de todos y por todos ser mediadora. Adherida al marido, le “inspira con su voz” porque es medio por el cual el marido encamina la familia rectamente en Cristo[11]. Ella es quien hace realidad la conjunción de todos los elementos familiares en el amor cristiano, de forma maternal y esponsal[12].
Por lo que a los hijos respecta, dentro de la Iglesia y sociedad doméstica, deben – como Jesucristo estuvo sometido a su Padre, cumpliendo su voluntad- honrar de igual manera a los padres.
La sociedad, configurándose como conjunto de familias, queda ajustada tanto en el orden privado como en el público a los preceptos evangélicos y virtudes cristianas, unida en amor a la Iglesia como Madre común, obedeciendo las leyes dadas por la autoridad eclesiástica y civil[13].
Todos los católicos dignos de este nombre deben procurar que el Estado refleje esta concepción cristiana en la vida pública y privada[14].
El Estado, con sus instituciones, está para la defensa del Bien, de la Verdad y de la Justicia y, ésta, es Jesucristo en la Iglesia[15]. Por tanto, el Estado cuya misión es el bien común -que es espiritual y temporal- está sujeto a la moral católica[16]. La autoridad surge y deriva del propio Dios, que es su autor[17]. Por lo que el Estado debe estar basado en Dios y movido por el imperio de su Ley, alimento de las leyes humanas y de las instituciones. De tal manera el Estado, como conjunto orgánicamente ordenado conforme a la Ley Divina, defiende y promueve la Verdadera Religión, fuente de bienestar y desarrollo[18].
Es sólo en este contexto cuando se puede realizar el auténtico bien común y se hace posible el reinado social de Cristo[19]: “¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo![20].
Hasta hace algunas décadas, la Iglesia enseñaba y predicaba estos deberes de las personas, de las familias y del Estado. Pero llevamos ya largo tiempo en el cual los católicos han dejado de escuchar de boca de sus presbíteros y prelados esta recta e infalible doctrina y magisterio. Los hay, incluso, que afirman que Iglesia y Estado deben estar separados o que “un Estado debe ser laico”,que la historia demuestra que “los estados confesionales terminan mal”. Este tipo de afirmaciones, las diga quien las diga, además de ser afirmaciones que atacan directamente la doctrina y magisterio infalible de la Iglesia no son históricamente ciertas[21].
En la situación presente de los estados occidentales ¿quién no ve y siente claramente que familia, sociedad y Estado, sustraídos a las leyes de la verdadera Religión, no pueden tener otro ideal más que la fractura y la quiebra, en un insaciable deseo de satisfacer -a cualquier precio y por cualquier medio- la indómita concupiscencia de los espíritus sirviendo tan solo a los propios placeres e intereses, por mucho que se repita y publicite por todas partes el término “valores”?[22].
Antonio R. Peña
[1] Simplemente recodar algunos documentos doctrinales: Pascendi, el modernismo es compendio de todas las herejías, Syllabus, Humanum genus y Lamentabili o Ediate
[2] Simplemente recodar algunos documentos doctrinales: In Eminenti Apostolatus Specula yEcclesiam a Jesu Christo, Quo Graviora y Mirari Vos, Quanta cura o Custodi di quella fede.
[3] El grito de Lucifer a Dios: “no te serviré”.
[4] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 36, “La criatura sin el Creador desaparece”.
[5] León XIII, bula Quo Graviora y exhortación apostólica Praeclara gratulationis.
[6] El elemento distintivo en muchos textos eclesiásticos actuales es la imprecisión, incluso lingüística, así como la falta de claridad; haciendo oscuros los textos y obligando a prelados, presbíteros y teólogos salir a escena a interpretar, generando tantos discursos y opciones como prelados, sacerdotes y teólogos hay.
[7] Pío IX, Quanta Cura, 4 y ss., 9
[8] León XIII, Inmortale Dei, 2.
[9] Id., Ibid. 3, 4. Juan Pablo II, “A Él le están sometidas todas las cosas hasta que Él se someta al Padre junto con todo lo creado para que Dios sea todo en todo” en Memoria e identidad, p. 18. Concilio Vaticano II Lumen Gentium 36, “por medio de los fieles laicos el Señor desea dilatar su reino […]de tal manera que el mundo se impregne del espíritu de Cristo y alcance su fin con mayor eficacia en la justicia, en la caridad y en la paz”. El cumplimiento de este deber universal corresponde a los laicos “con su competencia en los asuntos profanos” y en toda su actividad, conforme lo exige la “economía de salvación”.
[10] León XIII, Inmortale Dei, 6.
[11] Gen. 21, 9-12
[12]Sobre el valor y misión de la mujer en el orden cristiano Vid. Gertrud von le Fort, La Mujer Eterna, Rialp, 1953.
[13] Pio X, Notre charge apostolique, 9;Id. Vehementer Nos, “el orden de la vida humana sabiamente establecido por Dios […] exige una verdadera concordia entre las dos sociedades, la religiosa y la civil […] si el Estado no vive de acuerdo con la Iglesia, fácilmente surgirán […] motivos de discusiones muy dañosas para entre ambas potestades”.
[14] Pio XII, Summi pontificatus 28, familia, sociedad y Estado son un conjunto orgánico que debe ser así ordenado aunque “con relaciones variadas según la diversidad de los tiempos”. Sin embargo cuántos católicos han trabajado en contra de este precepto y han colaborando activamente con La Modernidad para destruir la Familia. Para el adelanto de esta maligna obra la acción se ha centrado en desmantelar los cometidos de cada miembro familiar en nombre de la libertad, del amor sentimental y de la libertad sexual.
[15] Benedicto XVI, Cáritas in veritate 4, “la adhesión a los valores del cristianismo no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo humano integral”.
[16] Si se separa de ella y se rompe “el derecho de gentes del derecho divino para apoyarlo en la voluntad autónoma del Estado” equivale a destronar a Dios y entregarlo todo a la “destemplada ambición del interés privado y del egoísmo colectivo, que sólo buscan la afirmación de sus derechos propios y la negación de los derechos ajenos”, Pio XII, Summi pontificatus, 57. Vaticano II, Dignitatis humanae 1, “existe un deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo”.
[17] “Y la fuerza de la Autoridad procede del orden moral que tiene a Dios como primer principio y último fin”, Juan XIII, Pacem in terries 46, 47.
[18] Pio XII, Summi pontificatus 45, 54, 64, 71.
[19] Concilio Vaticano II Apostolicam actuositatem, 13, donde reseña que corresponde a los laicos “llenar de espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes, y las estructuras de la comunidad en que uno vive”. CIC, 2105: “El deber de rendir a Dios un culto auténtico corresponde al hombre individual y socialmente considerado. Esa es la doctrina tradicional católica sobre el deber moral de los hombres y de las sociedades respecto a la religión verdadera y a la única Iglesia de Cristo”.
[20] Juan Pablo II homilía, 5, 22/10/1978
[21] Y, en todo caso, la hipótesis habría que demostrarla o por lo menos argumentarla.
[22] Pío IX, Quanta Cura, 5
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