Terminó, por fin, el año 2016. un año largo como pocos, en el que entramos sin la menor sospecha de todo lo que ocurriría. Un año que acaba dejándonos un país completamente distinto al que recibió, y una Iglesia irreconocible frente a aquella de 2015.
Un país irreconocible. La Corte Constitucional impuso el "matrimonio" homosexual, y abrió las compuertas a una arremetida ideológica de envalentonada y radicalizada implantando el alquiler de vientres y obligando a la ciudadanía a asentir con la agenda homosexual. Agenda secundada por el gobierno Santos que a través de Gina Parody, se propuso obligar a los colegios a asumir como propia la Ideología de Género y renegar de sus principios confesionales. En buena hora reaccionaron los colegios y padres de familia que se tomaron las calles de Colombia y obligaron al gobierno a recular.
Santos, accedió a detener a la ministra Parody y suspender el proceso de alteración de los manuales de convivencia, confiado en que la refrendación de los acuerdos con las FARC, con su dosis de "enfoque de género", le daría carta blanca para continuarlo con total libertad. Pero contra todo pronóstico fue derrotado en el plebiscito del 2 de octubre, y por más que se haya puesto a la tarea de imponer los acuerdos a las malas, el plebiscito le ha echado a cuestas una señal de ilegitimidad que mientras más avanza contra él, más se afianza.
Una Iglesia irreconocible. Nos desayunamos el año con el relanzamiento de la Teología de la Liberación en cabeza de Mons. Darío de Jesús Monsalve, Arzobispo de Cali, pretendiendo rehabilitar al guerrillero Camilo Torres. Luego, mientras los fieles laicos saltaban a defender la Fe contra la amenaza de la Ideología de Género, el Episcopado callaba, y sólo aparecieron al final y restando toda contundencia a la lucha de los padres de familia. Como si fuera poco, a pesar de la amenaza tangible del enfoque de género en los acuerdos con las FARC, los obispos fueron incapaces de denunciarlo, y por el contrario, algunos de ellos hicieron campaña activa por el SI en el plebiscito (Papa Francisco incluido).
En la Iglesia Universal, la tempestad comenzó en marzo con la publicación de Amoris Laetitia, un documento desproporcionadamente extenso (297 págs) lleno de pasajes enredados, ambigüos frente a la doctrina moral de la Iglesia, y con abiertas insinuaciones a que se admita a la comunión a los adúlteros públicos. Interpretaciones van y vienen, unos dicen que Amoris Laetitia sí revoca ("supera") la Familiaris Consortio de Juan Pablo II, otros que No. El Papa Francisco por diversas vías autoriza la interpretación del Si, y entonces cuatro cardenales deciden tomar al toro por los cuernos y preguntar directamente al Papa si la Amoris Laetitia 1) permite acceder a la comunión a los adúlteros públicos, 2) niega la validez universal de las normas morales, 3) niega la objetividad del pecado grave habitual, 4) niega la existencia de actos intrínsecamente inmorales, y 5) afirma que la conciencia subjetiva puede alterar las normas morales. El Papa decide no responder, y arranca una guerra civil intra-eclesial de acusaciones y amenazas que no parece sino empeorar.
2016 año de la fractura. Nos deja un país polarizado en posturas irreconciliables; Una fractura insalvable entre un "gobierno de transición", que gracias al trío Congreso-Corte Constitucional-Consejo de Estado, cuenta con poderes absolutos para imponer los acuerdos y llevar a las FARC al poder, y una ciudadanía que rechazó abiertamente los acuerdos y que desconfía cada vez más del Estado, de los Medios, de las instituciones en general; Una Iglesia fracturada, en que, como evidenció el plebiscito, la postura política del Espiscopado no representa ni tiene eco entre los fieles laicos; una Iglesia fracturada entre quienes piden del sucesor de Pedro la claridad que Cristo ordenó a sus Apóstoles ("Sea vuestro lenguaje: "Sí, sí"; "no, no": que lo que pasa de aquí viene del Maligno." Mt 5, 37) y la fidelidad a la Fe que la Iglesia nos transmitió a través de los siglos, y quienes, valiéndose de la ambigüedad y el relativismo, pretenden que la Iglesia reniegue de Cristo y su Evangelio.
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