Luego de la arremetida del Ministro de Salud, Alejandro Gaviria, contra el ex procurador Alejandro Ordóñez, y contra los católicos en general, tachándonos de “fanáticos” y a la Iglesia Católica de “mercader de la inmortalidad”, Ordóñez publicó una serie de mensajes a través de las redes sociales en que recogía la confesión de parte de Gaviria sobre su ateísmo militante, para denunciar el anticristianismo agresivo del gobierno Santos y su agenda de secularización y de promoción del aborto, la eutanasia, y las uniones homosexuales.
De inmediato, los laicistas acuartelados en el panfleto del radicalismo liberal, El Espectador, salieron en su editorial de la semana pasada a rasgarse las vestiduras por el “ataque contra el ministro de Salud”, criticando que “la palabra ateo [sea] utilizada como sinónimo de inmoral”, alegando que “la sociedad es de todos, no sólo de quienes crean en una religión particular”, y que “es irracional asumir que un ateo está ofendiendo las religiones por expresar sus ideas”. Basta leer la entrevista, para ver la agresividad con que el Ministro de Salud ataca a los católicos, y de paso confiesa que su activismo ateo motiva sus acciones como Ministro (“le llevo la contraria a los mercaderes de la inmortalidad”), para darse cuenta lo improcedente de la argumentación de los editores. No obstante, conviene detenerse un poco más en esta oportunidad para refutar a fondo una de las afirmaciones implícitas lanzadas en este artículo: Que el ateísmo no es sinónimo de inmoralidad.
La Iglesia Católica siempre ha reconocido que existe en la conciencia humana una Ley Moral Natural, que mueve al hombre a hacer el bien y evitar el mal, aún sin que este haya conocido los mandamientos revelados por Dios. por eso pueden encontrarse los mismos principios morales en todos los ordenamientos jurídicos y religiosos a los largo de las diferentes culturas: Respetar los bienes del otro, no utilizar la violencia sin justa causa, cumplir los pactos, obedecer a las autoridades, reconocer y respetar las relaciones familiares, etc. Esta Ley Moral Natural representa la noción más elemental de Justicia, la comprensión a priori de lo justo, a la cual apela la ley para obtener una obediencia racional, y no provocada únicamente por el miedo al castigo. Sin esta Ley Moral Natural, el hombre viviría condenado a que sus relaciones estuvieran medidas únicamente por la violencia pura, y que la supervivencia del más fuerte fuera la única ley.
Por su carácter natural, esta ley moral puede ser conocida únicamente por el recto uso de la razón. Y en esto no hay distinciones: Todo hombre, sea católico, protestante, musulmán o ateo, puede saber y entender lo que está bien y lo que está mal, aplicando racionalmente los principios de esla ley moral que lleva impresa en su conciencia. Parecería entonces que el El Espectador tienen la razón, y que para hacer el bien no es necesario creer en Dios, o como dijo el Papa Francisco “La cuestión para quien no cree en Dios es obedecer a su propia conciencia”.
Esto conduciría irremediablemente al racionalismo Kantiano, a ese deísmo liberal según el cual, por pertenecer la moral al ámbito natural, ésta no requiere ni debería depender en lo más mínimo de consideraciones trascendentes como el premio o el castigo en la vida futura. Por el contrario, la moral sería cuestión de aplicar correctamente unos principios racionales, como el científico utiliza las ecuaciones matemáticas para resolver problemas prácticos. En efecto, son muchos los que hoy, aún dentro de la Iglesia Católica, son seducidos por las falacias liberales que proponen una moral “universal” que podría ser aceptable a todos sin distinción de credo.
Pues bien, si la razón natural puede conocer sobre el bien y el mal, también puede conocer y demostrar la existencia de Dios, como bien demostró de forma irrefutable Santo Tomás de Aquino a través de las conocidas “cinco vías”. A pesar de lo popular del ateísmo en los tiempos modernos, nadie ha sido capaz de sostener el ateísmo sin caer en la irracionalidad de pretender la eternidad del cosmos, o la generación espontánea del Universo. Por otra parte, ya está visto como la pretendida moral natural inmanente, al negar el fin trascendente del ser humano, no halla a qué apelar más que al concepto vacío de “una vida buena” con el que acaba irremediablemente en el relativismo. Por el contrario, la razón natural, conducida con honestidad y rectitud, nos enseña la existencia de Dios, y cómo Dios mismo es el fin de la existencia humana. El hombre existe para conocer, amar y servir a Dios, y este es el pincipal de todos los principios de la Ley Moral Natural. Nadie llega al ateísmo si no es por razonamientos desviados a causa de la soberbia o el entorpecimiento que producen los vicios.
En segundo lugar, la evidencia es absolutamente unánime, y abarca toda la historia del hombre, en señalar que no basta con saber lo que está bien y lo que está mal, para que el hombre se decida a hacer el bien y evitar el mal. Estos son los pies de barro de toda la edificación racionalista: El que actúa mal no lo hace por razonamientos equivocados, sino porque su voluntad está alienada por el pecado original. Por una herida innata en el espíritu del hombre, la concupiscencia y el orgullo dominan su voluntad, haciéndolo esclavo de sus pasiones, y su voluntad acaba por nublar su razón, conduciéndolo por elucubraciones deshonestas a las conclusiones que la voluntad ya ha escogido previamente. Los ejemplos sobran, absolutamente nadie hay que pueda levantar la mano y afirmar jamás haber actuado irracionalmente movido por deseos desordenados.
Aún así, nada funciona mejor como caso paradigmático que demuestre esta vía de perversión que los mismos frutos del immanentismo moral defendido por El Espectador, entre los cuales Alejandro Gaviria reluce como perfecto ejemplar. En efecto, si los liberales afirman que ser ateo no es ser inmoral, sus acciones demuestran todo lo contrario. ¿Por qué si no, se han dedicado a subvertir la moral, y “llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo” (Is 5, 20)? Mientras la moral natural, en todas las civilizaciones y épocas, se traducía en normas que prohibian matar al inocente, ellos proclaman el aborto y la eutanasia como “derechos”; mientras se ordenaba respetar los bienes ajenos, ellos suprimen el derecho de propiedad; mientras se reclamaba la obediencia a las autoridades, ellos defienden el derecho de rebelión; mientras se protegía la institución y el patrimonio familiar, ellos la relativizan y destruyen con parodias y figuras parásitas; en fin, mientras la moral natural nos dice que hay que hacer el bien y evitar el mal, los ateos gritan que no hay ni bienes ni males absolutos, y así se dan licencia para ufanarse de cuanta inmoralidad cometen.
¿Que el ateísmo no es sinónimo ser inmoral? Los hechos dicen algo completamente distinto, pues lejos de intentar siquiera emular los códigos morales de las religiones a las que dicen superar, legalizan y defienden como moral, todo lo que antes era considerado moral. Y no contentos con ello, persiguen abiertamente a quienes aún siguen los códigos morales que ellos detesta, pues la vista del hombre bueno siempre será un martillo en la conciencia del malvado. De nuevo, el mejor ejemplo de esto, nos lo da El Espectador cuando dice: “¿Qué dirían los innumerables médicos católicos del país de alguien que pregunte, para invertir el despropósito de Ordóñez, si las personas estarían dispuestas a dejar su salud en manos de un creyente?” ¿Acaso no es exactamente eso lo que está haciendo el Ministro Gaviria al restringir y negar el derecho de los médicos e instituciones católicas a ejercer la objeción de conciencia frente a crímenes como el aborto o la eutanasia? El Ministro de Salud no sólo se ufana de pecar, sino que de paso utiliza los medios coercitivos del Estado para tratar de obligar a los demás a que pequen como él.
No basta al hombre con saber lo que está bien para hacerlo y los liberales, que terminan justificando lo que sus pasiones desordenadas les imponen, son el ejemplo perfecto de ello. Por eso el hombre necesita de la gracia divina para poder hacer el bien. Esta gracia no se obtiene si no es por la respuesta del hombre ante la Verdad revelada a través de la Fe. Cierto es que la moral natural puede ser conocida con independencia de la religión, pero también es cierto que la religión es un deber de moral natural, y más cierto aún, que es imposible cumplir con la moral natural sin el auxilio de la gracia que sólo proviene de Dios.
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