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lunes, 13 de febrero de 2017

Editorial: Culto al animal y sacrificio humano

Chesterton animal

Con la reapertura de la plaza de toros de la Santamaría en Bogotá, y la discusión de una demanda contra esta tradición en la Corte Constitucional, se ha reavivado en Colombia el debate sobre el maltrato animal y los "derechos de los animales". La Corte ha dejado el asunto en manos del Congreso, con una cláusula fraudulenta calcada de la que en 2011 sirvió posteriormente para legalizar las uniones homosexuales, así es que no es de extrañar que en unos años la Corte acabe por prohibir el toreo, las corralejas, el coleo y toda práctica que sea definida como "maltrato animal".

Los animalistas, como es de esperarse, están conformados en su gran mayoría por esa base progresista de izquierda radical, heredera del movimiento hippie, que defiende el aborto, las uniones homosexuales. Lo que sorprende es escuchar también católicos que creen que los "derechos de los animales" forman parte también del respeto por la vida, y no se dan cuenta de que esta ideología es contraria a la Fe Católica.

A nivel ideológico, no debería extrañarnos que los animalistas protesten contra las corridas de toros, y al mismo tiempo defiendan el asesinato de los niños en el vientre materno. En un debate de la Revista Semana, las representantes del movimiento animalista no fueron capaces de responder si ante un incendio salvarían a un niño o una cucaracha. El animalismo, junto al ecologismo o la ideología de género, es hijo del marxismo cultural Gramsciano, que ante la existencia inevitable de desigualdades en la naturaleza se ha vuelto contra la naturaleza misma para tratar de subvertirla, e igualando por lo bajo, tratar de reducir al hombre al nivel del animal.

Uno de los principales ideólogos animalistas es Peter Singer, quien reclama que se reconozca como "personas no humanas", con el reconocimiento de los mismos derechos de los seres humanos, a los primates (Chimpancés, gorilas, orangutanes, etc.). Para Singer, un toro adulto o un gorila, al tener más capacidad sensorial, más autonomía física y más relaciones con otros individuos que un niño recién nacido, tiene mayor derecho a la vida que este último, y su muerte debería ser penalizada, mientras el infanticidio no.

En el fondo, se trata de la reducción de todo el pensamiento ético a un mero principio hedonista: Placer = bueno, dolor = malo. Pero como las percepciones sensoriales son movimientos exclusivamente externos, su evaluación también se reduce a la mera "empatía" producida en el espectador. De ahí la incoherencia de quienes protestan contra el toreo pero callan ante el sacrificio ritual kosher (El toreo es visible y público, los sacrificios no), de quienes defienden a los perros y a los gatos pero no a las ratas o cucarachas (unos son bonitos, otros no), de quienes critican el maltrato animal a la vez que defienden el aborto (Uno sale en las cámaras y el otro no). Se trata, en resúmen, de la última frontera del relativismo moral, que busca reducir la conciencia ética del hombre a una experiencia sensorial.

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