Interesante artículo del profesor de economía César Nebot, en Aleteia.org
Tras una dura jornada laboral, Antonio, un humilde reponedor de un supermercado, vuelve a casa. Al girar la esquina un atracador le asalta y le roba el poco dinero que tiene y una cadena de oro, único recuerdo de su abuela que en paz descanse. La violenta situación y la impotencia dejan temblando a Antonio…más tarde con la cabeza fría, recuerda el rostro del atracador. Podría reconocerle en un proceso policial y judicial. Tanto el daño, el responsable como la víctima pueden ser identificados en esta situación.
Sin embargo, esta posibilidad de identificar esta línea de responsabilidad no es lo más frecuente cuando median los mercados.
El inicio de la película El señor de la Guerra del director Andrew Niccol, muestra una grave y cruenta realidad: la vida de una bala desde su diseño y creación hasta que arrebata la vida de un niño africano. Durante el proceso intervienen personas cuya actuación queda diluida en el gran proceso de diversas transacciones comerciales.
Seguramente el diseñador, que ha contribuido en este proceso no es consciente del terrorífico final de esa bala. Posiblemente vea en su televisor el horror que sufren en África, sentado en el sofá de casa rodeado de sus hijos y se le remuevan las tripas. En el mejor de los casos, si su conciencia no se anestesia ante el bombardeo visual algo le moverá a ser solidario haciendo uso de los cauces que le permiten ONG’s y misioneros que dan su vida. Pero será raro que conecte conscientemente su actividad con ese horror. A fin de cuentas él simplemente ofrece sus conocimientos y esfuerzos en el mercado, trabaja largas horas pero no dispara las balas.
Uno se queda impresionado cuando consulta las exportaciones de armamento. Según la Secretaría de Estado de Comercio Exterior ascendieron a la nada desdeñable cifra de 1953,5 millones de euros en el 2012 y si uno observa la evolución es uno de los sectores por los que no ha pasado la crisis puesto que del 2007 al 2012 las ventas han aumentado un 109%.
Juan José, un misionero comboniano que se encuentra en la zona más pobre y deprimida del norte de Uganda batallando contra el hambre y protegiendo de las guerrillas a los más débiles describía todavía emocionado la indignación e impotencia que sintió cuando hace unos años tuvo que sacar del cuerpo acribillado de un niño una bala made in spain. España no vende armamento a Uganda, pero aunque así sea por ley la trampa es facilitar el anonimato vía mercado: España sí vende a países que después se lo venden a Uganda.
Con la excusa de que los mercados globalizados competitivos funcionan mejor bajo menor control y regulación, permitimos que este tipo de transacciones sean realizadas con exculpación de nuestras conciencias. Individualmente no podemos hacer mucho dentro de un amplio mercado, donde además no somos parte activa ni directa en la operación, pero sin embargo sentimos que nuestro bienestar nos lo hemos ganado íntegramente con nuestro esfuerzo.
No obstante, si pudiéramos rastrear perfectamente el flujo de renta que procede de la venta de aquella bala asesina, podríamos llevarnos más de un sorpresa. Por ejemplo, sería plausible que el pago al vendedor de la bala que a su vez pagó a un traficante internacional, se transmitiera como renta al exportador español y que al final el productor con esa renta liquidara sus impuestos. Finalmente con esos impuestos se han pagado prestaciones, sueldos de funcionarios públicos, contratas y servicios a empresas privadas. La renta de esa bala asesina se habría diluido en la renta española sin que nadie conozca culpa por la muerte de aquel pequeño ugandés.
Si el bienestar que disfrutamos puede estar conectado de alguna manera con la tragedia que sufren otros, por mucho que la línea de responsabilidad quede oculta en el maremágnum de los mercados, nuestra ignorancia no nos exime. Aunque mi toma de conciencia individual poco podrá alterar el funcionamiento del mercado, si soy consciente de esta posible conexión entre mi bienestar y la tragedia de otros, mi ignorancia se transmuta en responsabilidad y lo que en un principio podía considerarse solidaridad pasa a llamarse justicia.
El mercado es un buen instrumento de asignación, es innegable su contribución al bienestar de las economías en el siglo XX. Pero como instrumento no podemos tomarlo como excusa para anestesiar nuestra conciencia ante las consecuencias de nuestra actividad económica. Siempre precisaremos de una visión ética.
El deterioro de la dimensión ética sobre nuestra actividad económica conlleva una visión depredadora del hombre en la que las excelencias de la economía de mercado quedan también en entredicho. En este sentido es absolutamente recomendable la película-reflexión El tiempo del Lobo del laureado director Michel Haneke.
Sin una visión ética, Antonio, nuestro buen reponedor del supermercado, un día podrá verse asaltado, timado o desahuciado no por un atracador al que pudiera identificar sino por un movimiento u operación económica que tras el mercado permitirá la exculpación y el adormecimiento de conciencias. Y además lo veremos justo porque simplemente el mercado ha dictado su sentencia inapelable.
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