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jueves, 7 de noviembre de 2013

Homilía de Mons. Ettore Balestrero en la Eucaristía por las víctimas del Holocausto del Palacio de Justicia

Compartimos con ustedes esta invaluable homilía de Mons. Ettore Balestrero, Nuncio Apostólico en Colombia de Su Santidad el Papa Francisco, en la Eucaristía por las víctimas del Holocausto del Palacio de Justicia, publicada originalmente en el sitio web de la CEC.

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EUCARISTÍA POR LAS VÍCTIMAS DEL PALACIO DE JUSTICIA
 
CATEDRAL PRIMADA DE COLOMBIA
 
6 DE NOVIEMBRE DE 2013
 
HOMILÍA DEL EXMO. MONS. ETTORE BALESTRERO
NUNCIO APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD

Queridos hermanos:

1. Las jornadas del 6 y 7 de noviembre de 1985 han dejado una huella imborrable en la memoria de esta Nación. Recordamos, en esta sentida Celebración Eucarística, a las numerosas víctimas de la toma del Palacio de Justicia, rememorando, todavía compungidos, las escenas de violencia que conmovieron a Colombia y al mundo hoy hace 28 años.

Mi oración se eleva al Señor para pedir por todos aquellos hermanos que perdieron su vida injustamente en aquel deplorable holocausto. Quiero recordar, de manera especial, a los fallecidos Magistrados del Consejo de Estado y de la Corte Suprema de Justicia y a su Presidente el Dr. Alfonso Reyes Echandía. Que el Dios de la Misericordia, les conceda a todos la paz y el eterno descanso.

A los familiares de las víctimas, quiero reiterarles la solidaridad y la cercanía espiritual del Santo Padre Francisco y de la Iglesia Católica en Colombia. El camino de la reconciliación requiere de un notable esfuerzo de verdad histórica que, mediante una ecuánime ponderación de los hechos, allane el camino de la justicia y del perdón. Oramos, unidos en la fe, rogando al Señor que aquellos cruentos hechos no queden sumidos en el olvido y puedan encontrar pronta y justa reparación.

2. Al recordar hoy a los Magistrados fallecidos quiero rememorar también la rectitud por muchos de ellos demostrada en su lucha frontal contra el terrible flagelo del narcotráfico. El ejemplo de valentía de estos “mártires de la justicia” ha de servirnos de inspiración para hacer frente ahora, con el mismo vigor, a los nuevos retos que la justicia colombiana está llamada a asumir en el presente.

El camino de la reconciliación y de la paz está profundamente unido al fortalecimiento de la justicia y de sus instituciones. Viene ahora a mi memoria una célebre frase de vuestro prócer Francisco de Paula Santander: “Colombianos, si las armas os han dado la independencia, las leyes os darán la libertad". En efecto, sólo el establecimiento de un orden social más justo y solidario, que permita a todos los colombianos ejercer sus derechos y sus deberes, podrá garantizar un futuro de convivencia pacífica, estable y duradera (cf. CEC, Mensaje del Presidente de la Conferencia Episcopal sobre los diálogos de paz, 28 de mayo de 2013).

La paz, queridos hermanos, es ciertamente obra de la justicia. Por ello, la responsabilidad que les compete asumir en su construcción es de vastas proporciones. Como en el pasado, las Altas Cortes están llamadas a reafirmar su papel de garantes del orden y de las leyes, haciendo frente, con renovado empeño, a una cultura de ilegalidad  y de corrupción que causa grave daño al desarrollo económico y social del país.

Estos graves males, tienen su origen en la erosión progresiva de los valores éticos y morales a causa de una mentalidad materialista que considera el dinero y el poder como fines primordiales de la existencia humana. Precisamente por ello, la lucha contra la corrupción y la ilegalidad requiere del fortalecimiento, no solo técnico, sino también ético y moral de las instituciones de justicia (cf. CEC, Comunicado del Presidente de la Conferencia Episcopal sobre la corrupción, 7 de junio de 2013). Son ustedes, honorables magistrados, los primeros llamados a dar ejemplo de observancia y de respeto a la ley, de rectitud, de transparencia y de honestidad. De ello depende, en gran medida, el anhelado renacer de una cultura de legalidad y de respeto que brinde garantías de verdadera justicia para todos los colombianos.

2. El Salmo 111, que acabamos de escuchar, enumera y exalta algunos de los rasgos fundamentales que definen el ser y el obrar del hombre justo. Con sus elocuentes afirmaciones, el salmista brinda importantes pautas de conducta, especialmente útiles para aquellos que, como ustedes, honorables Magistrados, tienen la responsabilidad de administrar y renovar la justicia desde los más altos tribunales de la Nación.

El justo cultiva la honestidad, la rectitud y la transparencia. Virtudes que configuran, sin duda, la identidad ética y moral de un buen un servidor público que entiende que el poder debe ser ejercido como servicio y nunca como instrumento de intereses personales. Ciertamente, la búsqueda del éxito y del bienestar personal es del todo legítima. Pero el éxito debe estar siempre subordinado al criterio de la justicia y a la voluntad de aplicar rectamente el derecho (cf. Benedicto XVI, Discurso ante el parlamento federal de Alemania, 22 de septiembre de 2011).

Para el salmista, el justo es aquel que se mantiene fiel a Dios y a las convicciones de su recta consciencia. Su corazón está tan firmemente anclado en la virtud, que no doblega su voluntad ante la adulación o se deja amedrentar por la persecución. El justo no se deja comprar, no asume posturas por comodidad o cobardía. No cede ante la presión. Por el contrario, aún en medio de la incomprensión y de la prueba, “administra rectamente sus asuntos” y “alza la frente con dignidad».
Su justicia va siempre acompañada de un hondo sentido de equidad y de compasión por lo que no escatima esfuerzos a la hora de proteger los derechos de los más pobres y desfavorecidos.

En el Evangelio que hoy hemos escuchado encontramos plenamente desarrolladas las sabias exhortaciones del salmista. El evangelista Lucas nos presenta la imagen del “discípulo” del Señor, introduciéndonos en una dimensión nueva de entrega y compromiso: ya no se trata simplemente de cumplir los preceptos de la Ley mosaica sino de entregar la vida, con generosidad, sin condiciones, para seguir al Señor. En efecto, el Evangelio pone en evidencia las virtudes que caracterizan a un auténtico discípulo de Cristo: la radicalidad en el seguimiento y la coherencia de vida.

Para Lucas, el seguimiento de Jesús asume, necesariamente, la forma del amor preferencial por Cristo que conlleva un desprendimiento radical: hay que dejarlo «todo» (cf. 5,1-11), tomar la cruz para caminar «detrás» (v. 27) del Señor (cf. 9,23). Jesús nos dice, claramente, que la opción por él no puede estar subordinada a nada más. En definitiva, el Evangelio nos dice que no es posible seguir al Señor solo cuando nos conviene, solo en aquello que nos gusta o nos complace. La referencia a “tomar la cruz” no es una metáfora sino la toma de consciencia de que el discípulo está dispuesto a dar la vida por Jesús y por los valores de su Evangelio. La radicalidad del seguimiento y la coherencia de vida definen así la identidad del verdadero “discípulo” porque se constituyen en la expresión máxima de su libertad, de su amor y de su entrega.

3. Dicha radicalidad y coherencia deben ser vividas también en las altas responsabilidades de la vida pública. En efecto, el seguimiento de Cristo lleva consigo el compromiso de santificar las realidades terrenas mediante un ejercicio profesional recto, honesto y transparente, éticamente exigente, que va más allá del cumplimiento formal de la ley. La fe en Cristo implica luchar por el establecimiento de un orden social justo, oponiéndose a la corrupción y a las crecientes desigualdades sociales que hieren la dignidad humana y ofenden al Creador.

La revelación cristiana y las enseñanzas de la Iglesia han dado lugar a un conjunto de criterios que orientan y configuran el compromiso de los auténticos discípulos de Cristo en la construcción de la sociedad. El respeto a la vida humana desde la concepción hasta la muerte; la valoración del matrimonio y de la familia; el reconocimiento efectivo de la libertad y de la justicia como fundamentos de la convivencia y de la paz, constituyen un patrimonio innegociable que los discípulos de Cristo deben promover y tutelar, especialmente en el ejercicio de su actividad pública (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota sobre el compromiso de los católicos, n. 3).

Entre sus Santos, la Iglesia venera a numerosos hombres y mujeres que han servido a Dios a través de un generoso y radical compromiso político con el bien común. Entre ellos, Santo Tomás Moro, proclamado Patrón de los Gobernantes y Políticos, que supo testimoniar hasta el martirio la inalienable dignidad de la conciencia. Aunque sometido a diversas formas de presión, rechazó toda componenda, y sin abandonar la constante fidelidad a la autoridad y a las instituciones, afirmó con su vida y especialmente con su muerte que el hombre no se puede separar de Dios, ni la función pública de la ética y de la moral (cf. íbidem, n. 1). Así lo testimoniaron también muchas de las víctimas del Palacio de Justicia, que, con su ejemplo de vida, nos han dejado un legado imborrable de fidelidad a Dios y de amor a la Patria.

Encomiendo al Señor, a cada uno de ustedes, honorables magistrados, para que el Dios de la Justicia los haga cada día más fieles y coherentes discípulos del Señor. A los familiares de las víctimas, quiero reiterarles mi fraterna cercanía, afecto y oración. La Virgen del Rosario de Chiquinquirá, Patrona de Colombia, los guarde y los proteja a todos. Y así, amparados por su maternal cuidado, prosigamos unidos en el arduo camino de construir una Colombia justa, reconciliada y en paz.

+ Ettore Balestrero
Nuncio Apostólico

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