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martes, 10 de enero de 2017

El debate de «Amoris Laetitia»: una mirada al futuro, por P. Raymond J. de Souza

Reproducimos el artículo del P. Raymond J. de Souza, Editor jefe de la revista Convivium, publicado originalmente en el National Catholic Register y traducido por InfoCatólica.

Fr-Raymond-de-SouzaOficialmente acabamos de concluir el Jubileo de la Misericordia, con su consiguiente gracia, pero 2016 fue más bien el «año de Amoris Laetitia» (la alegría del amor). Su acogida, aún en curso, probablemente llenará el año entrante de un creciente resentimiento y discordia.

En la década de 1990 San Juan Pablo II convocó una serie de sínodos continentales como preparativo para el gran jubileo del año 2000. Las exhortaciones apostólicas postsinodales subsecuentes se intitularon Ecclesia in Africa, Ecclesia in America, Ecclesia in Oceanía, etc.. Cuando la última de estas fue publicada en 2003, Ecclesia in Europa, bromeé en la sala de prensa de Vaticano que tal vez se podría crear una colección en caja bajo el título Ecclesia ad Nauseam.

Amoris Laetitia no ha cumplido aún su primer aniversario y el tedio parece haberse ya arrellanado en torno suyo. Durante los últimos meses, el debate acerca de Amoris Laetitia se ha vuelto cada vez más acalorado. ¿Cómo es que llegamos a este punto? ¿Qué podemos esperar para el 2017?

La cuestión

El controvertido artículo de Amoris Laetitia es el octavo capítulo, se ocupa de la atención pastoral de aquellos que se encuentran en situación «irregular»; específicamente los católicos sacramentalmente casados y civilmente divorciado, que ahora vive en una nueva unión conyugal, ya sea una convivencia consensual o un matrimonio civil: viven una vida conyugal mientras están válidamente casados con otra persona. La práctica pastoral tradicional de la Iglesia ha sido que tales parejas no pueden recibir la absolución en el Sacramento de la Confesión, a menos que estén dispuestos a abandonar esa relación conyugal ya sea por separación o, si esto se considera imposible, absteniéndose de las relaciones conyugales. Sin al menos la intención de cumplir con este requisito, no existiría el indispensable propósito de enmienda y quizás incluso el arrepentimiento.

Sin la absolución sacramental, la persona no podría recibir la comunión, ya que continuaría siendo culpable de mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio, lo cual es siempre un pecado objetivamente grave. Adicionalmente, dado que recibir la Santa Eucaristía tiene una dimensión nupcial –Cristo el desposado mismo entregándose a su consorte, la Iglesia, en fidelidad total e indisoluble– los divorciados y vueltos a casar civilmente presentan un signo contrario a la comunión entre Cristo y su Iglesia.

Por lo menos desde la década de 1970, principalmente en el mundo de habla alemana, se ha observado un esfuerzo sostenido por modificar la práctica pastoral de la Iglesia para permitir que esas parejas «irregulares» reciban la absolución y la comunión sin la necesaria intención de cambiar su situación. Esta propuesta, asociada principalmente a la figura del cardenal Walter Kasper, fue rechazada de manera contundente como incompatible con la doctrina católica por San Juan Pablo II y el papa Benedicto XVI y promulgada de esa forma en el Catecismo de la Iglesia Católica.

Sínodos de la familia, 2014-2015

El papa Francisco defendió al cardenal Kasper como un teólogo modelo en su primer discurso del Ángelus, el 17 de marzo de 2013, apenas cuatro días después de su elección. En febrero de 2014 el papa invitó a cardenal Kasper a dirigir algunas palabras al Colegio Cardenalicio, en estas el cardenal Kasper abogó por un cambio en la práctica de la Iglesia. Cuando los cardenales enfáticamente rechazaron la propuesta del cardenal Kasper como contraria a la fe católica, el Santo Padre mismo se interpuso en defensa del asediado cardenal, indicando que el tema sería introducido en la agenda de los dos sínodos venideros dedicados a la familia en octubre de 2014 y de 2015. En agosto de 2015 el papa Francisco indicó, de forma elíptica, que no simpatizaba con la enseñanza diáfana de San Juan Pablo II en Familiaris Consortio (1981) y Reconciliatio et Paenitencia (1984), o de Sacramentum Caritatis (2007) del papa Benedicto. Citó los textos pertinentes, pero omitió deliberadamente la enseñanza concluyente sobre los puntos en cuestión.

Partidarios de la posición del cardenal Kasper intentaron conseguir que el Sínodo del año 2015 respaldara una modificación de la enseñanza establecida, mas los padres sinodales se negaron a hacerlo. No se les dio la oportunidad de expresar claramente, a través del voto, si la enseñanza de San Juan Pablo II debería ser ratificada en su totalidad. Votaron, en cambio, en favor de un ambiguo deseo de incluir a tales parejas en «una mayor participación en la vida de la Iglesia». En las secciones pertinentes del informe final del Sínodo no aparecen las palabras «sacramento» o «comunión».

El papa Francisco no quedó satisfecho con el resultado de ese Sínodo, concluyendo el encuentro con una feroz alocución en la que caracterizó a quienes se oponían a la propuesta del cardenal Kasper como deseosos de lanzar «piedras» a aquellos que sufren y a los más vulnerables. Las semillas de rencor y división que darían fruto en el año subsiguiente se sembraron en aquella dura denuncia del Santo Padre de los que permanecían en desacuerdo con él.

¿Qué más da?

¿Es la oposición a la propuesta del cardenal Kasper el resultado de adhesión a una ideología de pocas miras, centrada en normas sostenidas por pastores similares a los fariseos que Jesús denunció utilizando los mismos términos incendiarios que emplea el papa Francisco? ¿Aquellos que se oponen a una mayor «tolerancia» se encuentran únicamente entre los que el papa Francisco caracteriza como los que prefieren «un cuidado pastoral más riguroso que no deja lugar para la confusión» (Amoris Laetitia, 308) ? Aquellos que están en desacuerdo con el Santo Padre ¿que piensan qué está en juego?

No es, en sí mismo, cuestión de la recepción indigna de la comunión. Eso ocurre en la mayoría de las parroquias todos los domingos dado que la práctica de la confesión sacramental se ha vuelto menos frecuente. Muchas personas reciben la comunión a pesar de que se encuentran en un estado objetivo de pecado mortal. Sería un asunto grave si la práctica pastoral recomendara que las personas reciban la Eucaristía cuando no deberían, mas en la práctica vigente esto ocurre sin que nada se diga del todo acerca de ello.

El matrimonio es la cuestión central. ¿Es posible establecer en una relación conyugal con alguien que no sea un consorte válidamente desposado, que sea grata a los ojos de Dios? ¿Es posible «descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo», como afirma Amoris Laetitia (303)?

De ser ese el caso, el vínculo inseparable entre el matrimonio y las relaciones sexuales –que son moralmente lícitas únicamente en el contexto de un matrimonio válido– quedaría esencialmente desgarrado y fracturado. Los detractores de la propuesta del cardenal Kasper saben que el meollo de la revolución sexual es disgregar todo aquello que la tradición cristiana siempre ha insistido en que, por voluntad Divina, debe permanecer unido: el sexo y el amor, el sexo y el matrimonio, el sexo y la procreación.

Si la Iglesia enseñase que existen ciertas circunstancias bajo las que es moralmente permisible para una pareja, que no está casada válidamente, establecer relaciones sexuales, eso sería el inicio de una profunda desintegración. ¿Y que de las parejas que consideran que «la complejidad concreta de los límites» les impide, de entrada, contraer nupcias? Hay que recordar que cuando la Comunidad Anglicana dio cabida a una desviación de la tradición cristiana en cuanto al sexo y el matrimonio fue ese un caso mucho más limitado, tocante al uso ocasional de los anticonceptivos en algunos matrimonios. La propuesta del cardenal Kasper es mucho más profunda.

La lógica de la propuesta no es sólo una amenaza al matrimonio, sino que se puede aplicar a cualquier situación en la que una persona, a pesar de ser consciente de la gravedad de una acción pecaminosa, se propone permanecer en ese estado. El pasado noviembre, los obispos de la zona atlántica de Canadá, citando explícitamente el ejemplo pastoral del papa Francisco, emitieron una declaración en la que se preveía la posibilidad de que un sacerdote ofreciera la absolución y el viático a una persona cuya intención es proceder con un suicidio asistido.

La estampida a juicios no valorativos.

Fechada la Solemnidad de San José (el 19 de marzo), y el aniversario de la instalación del papa Francisco, Amoris Laetitia fue publicada el 8 de abril. ¡Un arribo raudo y veloz! A pesar de ser el documento Pontífico más largo que jamás ha publicado la Iglesia en toda su historia, el primer borrador llegó a la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) desde la residencia Papal a principios de diciembre de 2015, apenas seis semanas después de la conclusión del segundo Sínodo. Dado que tales exhortaciones apostólicas postsinodales a menudo aparecen dos años después del Sínodo correspondiente, la presteza con la que un documento tan largo y complejo llegó a la rotativa es realmente extraordinaria. Ello indica que prescindieron de consultas amplias y universales en su elaboración.

¿Qué dice, entonces, Amoris Laetitia? El papa Francisco ha enfatizado que lo que la Iglesia ha enseñado en el pasado ya no se puede sustentar, mas no enseña eso explícitamente. De hecho, siguiendo de cerca el estilo del informe postsinodal final, no menciona explícitamente la Sagrada Comunión para las parejas «irregulares» del todo.

Como escribí en aquel momento: «desde la primera página de Amoris Laetitia hasta la última, la exhortación evidentemente anhela declarar lo que nunca declara: que la enseñanza acerca del matrimonio y la comunión puede cambiar. Es más, las palabras clave de toda la cuestión quedaron sepultadas en una nota al pié, casi como si sus redactores albergaran la esperanza de que nadie se diera cuenta de ello».

¿Podría darse el caso de que la enseñanza explícita de tres exhortaciones apostólicas anteriores y el Catecismo de la Iglesia fuesen revocados por una exhortación que en ningún momento aborda directamente la cuestión específica?

Cuando el Santo Padre y otros insisten en que ninguna doctrina individual fue alterada en Amoris Laetitia, tienen razón. Que el Santo Padre desea que la enseñanza cambie se puede inferir lógicamente de Amoris Laetitia, mas lo que enseña no es eso; leer la mente del Pontífice no es un factor determinante para establecer una enseñanza magistral.

Por lo tanto, en la rueda de prensa para la presentación de Amoris Laetitia, el cardenal Christoph Schönborn de Viena, el intérprete más favorecido por el papa en lo que concierne a la exhortación, declaró que la famosa nota 351 no cambió nada. Se habla ahí de «la ayuda de los sacramentos», mas eso no implica cambiar Familiaris Consortio.

El mes siguiente, el cardenal Gerhard Müller, prefecto de la CDF, en un importante discurso en Madrid, insistió en que todas las interpretaciones de Amoris Laetitia deben mantener una continuidad estricta con las tres exhortaciones apostólicas que le precedieron, al igual que con el Catecismo. Durante una rueda de prensa aérea en la que se le preguntó al papa Francisco acerca de la nota 351, respondió que él no la recordaba.

Selectividad en las notas al pie y la encíclica perdida

Amoris Laetitia adopta un enfoque editorial bastante peculiar para un documento con una extensión sin precedentes. En ningún momento aborda francamente el controvertido tema en cuestión sino que prefiere discutirlo de manera indirecta. El uso de notas al pie, además de que estas son ambiguas y capciosas, pone este hecho en evidencia. Varias notas clave, de hecho, no respaldan el texto que supuestamente apoyan y se citan sólo fracciones de esos pasajes para pervertir su significado llano.

Sin embargo, el sesgo editorial más sorprendente de Amoris Laetitia no son sus notas engañosas sino la encíclica que brilla por su ausencia. No existe ni una sola referencia, ya sea en el texto principal o en las notas al pie, a Veritatis Splendor. Esta Encíclica (1993) de San Juan Pablo II es un elemento fundacional de la doctrina moral católica y el principal documento magisterial sobre la vida moral desde el Concilio de Trento. En este caso, ignorar Veritatis Splendor es tanto como escribir acerca de la naturaleza de la Iglesia y no hacer referencia a Lumen Gentium, la enseñanza de la constitución dogmática del Vaticano II.

La razón de esta sorprendente omisión es evidente. Aunque es posible cuadrar el enfoque general de Amoris Laetitia con la enseñanza especifica de Familiaris Consortio (véase las pautas de Buenos Aires), el enfoque a la vida moral propuesto en Amoris Laetitia está reñido con la enseñanza de la Veritatis Splendor.

De hecho, la tercera parte deVeritatis Splendor, intitulada «Para no desvirtuar la cruz de Cristo» descarta específicamente la idea de que los preceptos de la vida moral son demasiado arduos y que no se pueden vivir con la ayuda de la Gracia Divina. El octavo Capítulo de Amoris Laetitia parece ser exactamente lo que San Juan Pablo II tenía en mente al escribir Veritatis Splendor; parece, en efecto, desvirtuar la cruz de Cristo.

Los editores de Amoris Laetitia persuadieron al papa Francisco de que era preferible fingir que Veritatis Splendor jamás había sido escrita. Lo cual fue un error (véase más adelante la dubia de los cuatro cardenales).

Magisterio a hurtadillas

Tras las intervenciones de los cardenales Schönborn y Müller aquella primavera, parecía ser que Amoris Laetitia no alteraría el statu quo, salvo que aquellos pastores que prefieren ignorar Familiaris Consortio, y el Catecismo de la Iglesia, ahora lo hacían alegando que esto era lo que el papa Francisco realmente deseaba aunque no lo expresase.

Durante aquel verano, el previsible resultado de la ambigüedad deliberada empezó a dar fruto. Los obispos alemanes afirmaron que todos aquellos en situaciones «irregulares» podían acceder a los Sacramentos. Los obispos polacos, afirmaron que no podían hacerlo. El Vaticano no intervino con una aclaración.

Parece ser que había cierto empeño por dejar atrás todo ese asunto. Justo antes de partir para el Día Mundial de la Juventud, a la Cracovia de San Juan Pablo II, el papa Francisco aseveró en su videomensaje que esperaba entregar simbólicamente Amoris Laetitia a la juventud de todo el mundo. Mas, a su llegada a Polonia la idea ya había sido descartada; todo el Día Mundial de la Juventud transcurrió sin una sola referencia a Amoris Laetitia por el Santo Padre.

En su lugar, el papa Francisco optó por la clandestinidad. Se concertó que los obispos de Buenos Aires propusieran directrices para la aplicación de Amoris Laetitia y que estas fueran enviadas al papa. Él, a su vez, escribiría una carta aprobándolas y agregando que no existía «otra interpretación». Este fue un atentado al magisterio a hurtadillas; sin embargo, los documentos magisteriales ambiguos no pueden ser aclarados oficialmente a través de misivas Pontíficas filtradas a la prensa por allegados del Santo Padre.

¿Qué es lo que proponen las pautas de Buenos Aires? Cabalmente, la senda más estrecha posible y algo bastante alejado de la propuesta original del cardenal Kasper. Los obispos, esencialmente, siguien un argumento propuesto por el profesor Rocco Buttiglione, un colaborador de San Juan Pablo II loado por el cardenal Cupich de Chicago.

Buttiglione plantea el caso de una persona que desea abstenerse de las relaciones conyugales, pero el hacerlo provocaría que la otra parte abandonara la unión irregular con posibles repercusiones para los hijos. En tal supuesto, la persona no desea la conducta pecaminosa y por lo tanto no es culpable de ella. El argumento no es nuevo y no es realmente lo que Amoris Laetitia parece sugerir. Se trata de un enfoque adoptado desde ya hace mucho tiempo por confesores para situaciones matrimoniales donde, por ejemplo, uno de los cónyuges desea abstenerse de los anticonceptivos mientras la otra parte insiste en ellos.

Los cardenales reclaman claridad

Cuando tropezamos textos oficiales confusos recurrimos a una práctica ya bien arraigada de presentar dudas –dubia– a la autoridad competente para que estas sean esclarecidas. Esto se hace a menudo en asuntos litúrgicos: ¿Puede un pastor ordenar que su congregación reciba la Sagrada Comunión únicamente en la boca o únicamente en la mano? (No).

El septiembre próximo pasado cuatro cardenales presentaron cinco preguntas (dubia) al Santo Padre, solicitando aclarar que la enseñanza de Familiaris Consortio y de Veritatis Splendor no han sido alteradas por Amoris Laetitia. Es notable que sólo una de las cinco preguntas concierne a Amoris Laetitia, mientras que las cuatro restantes abordan lo que esta última se negó a tratar, es decir, Veritatis Splendor. En noviembre, después de que el Santo Padre decidió no responder la dubia, los cuatro cardenales hicieron pública su solicitud creando así una tormenta ígnea en torno al tema.

Poco después de que Amoris Laetitia fuese publicada se sugirió que presentar dubia al Santo Padre, o a la CDF, podría servir para aclarar las ambigüedades. Uno de los cardenal que eventualmente firmaría la dubia rechazó tal procedimiento ese mismo mayo. ¿Por qué el cambio? Los cardenales no han discutido este tema, mas dos acontecimientos que ocurrieron durante ese verano podrían haberlos instado a actuar. En primer lugar, las directrices contradictorias por parte de distintos obispos. En segundo lugar, la maniobra de Buenos Aires con su filtración de cartas privadas a los medios, en una especie de magisterio sucedáneo. El acto mismo amenazaba socavar la seriedad de la autoridad magisterial de la Iglesia; fue una maniobra que sugiere manipulación por parte de una persona docta en el giro publicitario y no en el ejercicio responsable de la autoridad de la enseñanza de la Iglesia. Como el cardenal Raymond Burke le dijo en algún momento a Raymond Arroyo de EWTN, un «espíritu mundano» ha penetrado en la Iglesia.

El silencio y la agresión

La dubia de los cuatro cardenales podría ser considerada como una tarea de tontos. Estan solicitando la clarificación de un documento que fue deliberadamente escrito de manera ambigua. Preguntan si Amoris Laetitia es compatible con Veritatis Splendor, cuando aquella fue escrita precisamente como si éste último no existiera. Han solicitado una reafirmación de la doctrina tradicional acerca del matrimonio y la sexualidad cuando todo el proceso sinodal fue impulsado por un deseo de soslayar la doctrina tanto como fuese posible. No es del todo sorprendente que el Santo Padre eligió no responder directamente a las preguntas de los cardenales.

Hay, sin embargo, varias maneras mediante las cuales un papa puede hablar indirectamente, generalmente a través de sus principales colaboradores. No obstante, en el año de Amoris Laetitia destacan las voces que se han optado por el silencio.

Las voces de quienes normalmente anticiparíamos una explicación del argumento en torno a Amoris Laetitia no lo han hecho. Las congregaciones de la fe y de la liturgia –las más relevantes en cuestiones doctrinales y sacramentales– no han aportado palabra alguna en apoyo del octavo capítulo de Amoris Laetitia.

El portavoz pontífico oficial, Greg Burke, le ha dado a la enseñanza de Amoris Laetitia mucho campo, esquivando las muchas preguntas relacionadas a esta que tanto ocupan a la sala de prensa que preside.

A nivel mundial, a pesar de que ha habido voces notables tanto de apoyo como de crítica, entre los obispos generalmente se ha visto de muy poco a nada que sea substancial. De la misma forma que Amoris Laetitia pretende que Veritatis Splendor no existe, quizá los obispos han adoptado una estrategia similar con respecto a Amoris Laetitia pretendiendo que el octavo capítulo no existe.

El apoyo más vigoroso lo han aportado voceros secundarios, quienes tampoco se han mostrado reacios a atacar los motivos y la reputación de aquellos que se oponen a la postura de Amoris Laetitia. El portavoz más autoritativo del Santo Padre, el padre Jesuita Antonio Spadaro, ha publicado en su cuenta de Tweeter y ha escrito acerca de aquellos que hacen preguntas «con el propósito de crear dificultades y divisiones», insinuando que la dubia de los cardenales no «busca [respuestas] con sinceridad».

El biografó del Santo Padre, Austen Ivereigh, ha ido aún mas lejos, acusando a todos aquellos que preguntan si Amoris Laetitia contradice a Veritatis Splendor de ser «disidentes… [que] cuestionan la legitimidad del reinado del papa».

Todos aquellos que de manera razonable expresan su preocupación de que Amoris Laetitia busca contemporizar con la revolución sexual, lo cual es contrario a las palabras de Cristo en los Evangelios, se les descarta con desdeño: «Mientras insisten en que hay un debate que sostener, una causa a la cual responder, un asunto que se debe resolver, el tren se aleja la estación y ellos se quedan atrás en la plataforma, agitando los brazos».

Ivereigh alega que el debate en torno a Amoris Laetitia , cercado aún a diestra y siniestra por ambigüedades e interpretaciones contradictorias, ya ha concluido satisfactoriamente y la Iglesia necesita continuar su marcha.

¿Por qué tanta prisa por un documento con menos de un año de antigüedad?

Porque entre más tiempo Amoris Laetitia permanezca como objeto de examen y discusión, más obvio será que los argumentos de sus detractores –que están debidamente fundamentados en la tradición de la Iglesia– requieren respuestas con argumentos respaldados de manera similar.

Hasta la fecha, los defensores de Amoris Laetitia no han ofrecido argumentos tanto como afirmaciones injustificadas y apelaciones a la autoridad. Sin un argumento convincente que demuestre por qué Amoris Laetitia no está en conflicto con Veritatis Splendor –lo cual prima facie ya lo está– atentar contra quienes plantean preguntas es sólo una táctica política a corto plazo.

El magisterio no puede, a largo plazo, tomar formado con táctica de este tipo. Vivimos, sin embargo, en un momento en el que estas tácticas tienen cierto impacto.

El año después del año de Amoris Laetitia será, por lo tanto, un año de creciente aspereza y división, con los allegados del Papa cuestionando la integridad de aquellos que insisten en que la Cruz de Cristo no ha perdido su poder y que sigue siendo, en efecto, lo que hace posible la alegría del amor, incluso en el siglo XXI.

P. Raymond J. de Souza

Traducido por Enrique E. Treviño, del equipo de traductores de InfoCatólica.

Publicado originalmente en el National Catholic Register

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