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domingo, 22 de septiembre de 2013

Hagamos “estallar” la paz, por Mons. Ricardo Tobón Restrepo

Artículo de Mons. Ricardo Tobón Restrepo, Arzobispo de Medellín, publicado en el sitio web de la CEC.

Monseñor_Ricardo_Tobón_Restrepo_2Escrito por:  Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Quiero referirme, una vez más, al tema de la paz. Al concluir la Semana por la Paz no podemos pensar que todo ha quedado terminado. La conquista de la paz es una tarea permanente y de todos. Si todos tenemos culpa en la violencia que padecemos, por el sistema injusto e inequitativo de vida que hemos creado, por la indiferencia e indolencia con que nos acomodamos a esta situación, por alimentar el mal con una falsa cultura de la ilegalidad y del dinero fácil, por llegar a hacer del conflicto un negocio, todos tenemos que comprometernos en construir la salida.

La violencia no se ha acabado porque todos la mantenemos. La violencia se llama desintegración de los hogares porque no luchamos la fidelidad, la responsabilidad y el perdón; se llama corrupción porque nos apropiamos deshonestamente de lo que es de otros; se llama maledicencia porque sembramos sin escrúpulos odios, dudas y distancias entre las personas; se llama prepotencia porque humillamos y descalificamos a los demás; se llama irresponsabilidad porque no asumimos con seriedad lo que nos toca hacer en el mundo; se llama muerte porque llegamos hasta aniquilar física o espiritualmente a otro.

No pensemos que la violencia en el grado que la sufrimos, que ha llegado a crear una estructura casi imbatible, que ha encadenado a tantos para los que ya parece que no hay otra salida sino la muerte, se arregla con pequeñas soluciones. La seguridad es un esfuerzo muy meritorio de tantos militares, que sostiene el muro mientras se construye algo consistente; las inversiones en infraestructura dan trabajo a algunos y ofrecen servicios importantes, pero el cambio profundo de la gente por ahí no llega. Los diálogos y pactos se hacen casi siempre con intereses encontrados y se firman si son capaces de engañarse las dos partes creyendo cada una que le ganó a la otra.

A fin de cuentas, no se logra mucho mientras no cambie el corazón. Por eso, lo primero es emprender un trabajo serio de formación y prevención. Siendo realistas, muchos violentos no dejarán de serlo. La sociedad ya los programó para atacar. Es necesario empezar con las nuevas generaciones una educación para la paz. Hay que trabajar en una verdadera construcción y transformación de las personas. Necesitamos familias sólidas y procesos educativos serios que nos acompañen en la lucha contra el egoísmo que nos encierra en nosotros mismos y nos lleva por la violencia o por la astucia, es decir, por la fuerza o por el engaño a destruir a los demás para tener más poder, más placer o más dinero.

Es necesario trabajar por un desarrollo integral y solidario. No basta que yo tenga pan, techo, trabajo, salud. Es preciso que todos lo tengamos. Mientras no sea para todos, el desarrollo no es auténtico desarrollo y lo que edifiquemos, tarde o temprano, se vendrá contra todos. Urge cultivar una pedagogía de la paz, que nos lleve más allá de la mera tolerancia hasta la benevolencia en la comprensión y aceptación de las personas. Necesitamos llegar a una espiritualidad para ver las cosas desde Dios; por eso, se requiere un nuevo anuncio del Evangelio que realice la promesa de tener un espíritu nuevo y que sea garante del respeto irrestricto de la vida y la dignidad de toda persona humana.

Ante las amenazas de una guerra internacional, el Papa Francisco ha pedido a todas las personas de buena voluntad en el mundo que se pongan de rodillas para implorar la paz. Nos recuerda así que la oración entraña un enorme poder espiritual, sobre todo cuando va acompañada del ayuno, y que la solución ante los conflictos y las guerras hay que buscarla no en lo exterior sino en lo más profundo del corazón humano, que es donde nacen las pasiones que nos llevan a destruirnos mutuamente. Sin una vida iluminada y fortalecida por la experiencia de Dios que es amor, resulta imposible comprender, perdonar y servir siempre al otro. Por eso, con la ayuda de Dios, propongámonos hacer "estallar" la paz.

+ Ricardo Tobón Restrepo
Arzobispo de Medellín

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