Reproducimos el siguiente artículo del Dr. Jeffrey Mirus, Ph.D. en historia intelectual de la Universidad de Princeton, y fundador de Trinity Communications y CatholicCulture.org, el cual fue publicado originalmente en Catholic Culture y traducido por Voto Católico Colombia.
Mientras los efectos secundarios de Amoris Laetitia continúan presentándose, es difícil imaginar un ejercicio más esclarecedor que comparar recientes declaraciones hechas por el Obispo de San Diego Robert McElroy y el Cardenal George Pell. Las nuevas políticas del Obispo McElroy invitan a los divorciados vueltos a casar civilmente a discernir ellos mismos si deben o no recibir la Comunión. Pero el Cardenal Pell enfatiza en que “la idea de que usted puede de alguna manera discernir que las verdades morales no deben ser seguidas o no deben ser reconocidas, es absurda.”
Mientras tanto, el Decano de la Rota Romana, Mons. Pio Vito Pinto, mencionó que el Papa Francisco puede, si así lo escoge, disciplinar a los cuatro cardenales que recientemente formularon preguntas sobre Amoris Laetitia removiéndolos de su rango. Las cuestiones en juego son más complejas de lo que estas breves referencias pueden expresar, pero algunos pensamientos críticos saltan a la mente.
Por ejemplo, me llamó la atención que tanto el Obispo McElroy como Mons. Pinto enfatizaron en la autoridad de los sínodos. McElroy afirma estar implementando propuestas generadas por un sínodo diocesano sostenido el mes pasado. Y Pinto asegura que las preguntas sobre Amoris Laetitia son inapropiadas porque el documento refleja el trabajo del Sínodo de los Obispos, y en esa medida “no se puede dudar de la acción del Espíritu Santo”. En realidad, por supuesto, ni el sínodo de San Diego, ni los sínodos realizados regularmente en Roma, tienen autoridad especial alguna. Y mientras uno espera que los involucrados en esas reuniones estén abiertos a la indicación del Espíritu Santo, las recomendaciones de esos sínodos no disfrutan muy enfáticamente de la protección del Espíritu Santo.
Aun así, aparentemente la nueva moda es acudir a la autoridad sinodal en busca de nuevas interpretaciones de la doctrina Católica, del Derecho Canónico y de la política pastoral. Esto es extraordinariamente raro, especialmente desde que -sobre esta base- puede ser fácilmente probado que la mayoría de los obispos en los dos Sínodos de la Familia se opusieron precisamente a la misma propuesta que el Papa Francisco adoptó y alentó en privado, a pesar del hecho de que él mismo no pudo establecerlo claramente en Amoris Laetitia.
Preguntas y más preguntas.
No es una sorpresa, entonces, que el alto Clero continúe pidiendo al Papa aclaraciones. Cuando se le preguntó al Cardenal Pell si estaba de acuerdo con esas preguntas, él dio la respuesta obvia: “¿Cómo puedes no estar de acuerdo con una pregunta?” Desafortunadamente, aquellos que favorecen la famosa teoría de la “escala de grises” en relación con la recepción de la Eucaristía, se rehúsan categóricamente a contestar las preguntas. Siguiendo el precedente sentado por el Papa Francisco, optan por no explicar los principios morales involucrados, ni resolver los conflictos con el Derecho Canónico, tampoco dar ejemplos de las clases de situaciones en las que un divorciado o una pareja que se ha vuelto a casar civilmente (sin el beneficio de la anulación) puede presentarse correctamente para recibir la Eucaristía.
Además, en San Diego, el Obispo McElroy parece estar en la cúspide abogando por la misma clase de discernimiento personal para parejas gay y lesbianas, así como para parejas que conviven antes del matrimonio, argumentando que la creación de un ambiente de apoyo para esas parejas “puede requerir la reconsideración de prácticas que, aún teniendo cierta legitimidad, alienan a las parejas jóvenes y las dejan sintiendo que no son queridas en la vida de la Iglesia.” Una vez más, una observación del Cardenal Pell es muy acertada: citó la preocupación del Beato Jhon Henry Newman sobre una “miserable falsedad” de conciencia que promueve “el derecho al propio deseo”.
Hay muchos factores en la vida de la Iglesia que nos han llevado directamente a la confusión. Pero seguramente uno de estos es el más grande fracaso de los obispos en las últimas dos o tres generaciones para traer cualquier distinción significativa entre las enseñanzas morales de Cristo y los valores de la amplia cultura secular. Asombrosamente, en un gran número de diócesis y parroquias los Católicos pueden caer en la anticoncepción, la fornicación, la homosexualidad, y los matrimonios irregulares sin enfrentar directamente estas tentaciones como una batalla entre Cristo y el Mundo por la posesión de sus almas. Si en primer lugar no nos tomamos el pecado en serio, parece que es extraordinariamente insignificante retener la Comunión después del hecho.
Hemos llegado al punto en que incluso el esfuerzo por aclarar las enseñanzas y políticas de la Iglesia es percibido como una amenaza. Nuestro nuevo pasatiempo es especular sobre los castigos que pueden ser infligidos a aquellos que pidan ayuda para entender apropiadamente cuáles de las nuevas iniciativas son compatibles con la Fe Católica, y cuáles no. Pero hay algo familiar en tratar de problemáticos a aquellos que han planteado preguntas. Típicamente encontramos este comportamiento entre aquellos que están intentando forzar cambios antes de que otros puedan descifrar exactamente a qué se refieren, y qué consecuencias pueden derivarse de ello. Una consciencia culpable siempre ve preguntas como amenazas.
No en el Evangelio.
Esta valoración da justo en el blanco. En consecuencia, la respuesta habitual es ofuscarse. En algunos círculos tal oscuridad es considerada un servicio singular al Evangelio, como si se albergara un generoso énfasis en los fundamentos Cristianos de marcado contraste frente a una preocupación insignificante sobre las normas morales. Desafortunadamente, el único problema con este enfoque hacia el Evangelio es que no podemos encontrarlo en el Evangelio. En las Sagradas Escrituras, la misericordia de Dios está casi invariablemente acompañada por un sincero mandato, que Nuestro Señor expresó repetidamente en una amplia variedad de formas:
Les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado. (Jn 8:34) Si yo no hubiera venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora su pecado no tiene disculpa. (Jn 15:22); Yo tampoco te condeno. Vete y en adelante no peques más. (Jn 8:11) Si tu ojo derecho te está haciendo pecar, sácatelo y tíralo lejos. (Mt 5:29) Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar. (Mc 9:42); Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios. (Mc 7:21) Habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierta que por 99 justos que no necesitan convertirse. (Lc 15:7) Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su pecado permanece. (Jn 9:41).Encontramos esta misma condenación al pecado, particularmente al pecado sexual, a través de las cartas de San Pablo. El gran Apóstol de los Gentiles repetidamente exige que aquellos que son culpables de sodomía, fornicación, adulterio, impureza y promiscuidad sean corregidos o evitados. Tales cosas, dice San Pablo, “ni siquiera se les mencione entre ustedes” (Ef 5:3; cf, inter alia Gal 5:19; Col 3:5; 1Cor 5:11). “No se hagan ilusiones,” escribe San Pablo a los Corintios, “ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los pervertidos, ni los ladrones, ni los avaros, ni los bebedores, ni los difamadores, ni los usurpadores heredaran el Reino de Dios” (1 Cor 6: 9-10)
Nada de esto discute contra el amor, el arrepentimiento o el perdón. Pero todo esto discute en contra de albergar o incluso tolerar la ceguera espiritual. ¿Cómo es que no podemos entender la Palabra de Dios hoy? Como el Cardenal Pell señaló, nunca aconsejaríamos a los racistas/segregacionistas decidir por ellos mismos si están en un serio estado de pecado. Todos y cada uno de los católicos necesitan preguntar por qué tantos de nosotros –de arriba a abajo– condenamos sólo lo que el mundo condena, y acomodamos sólo lo que el mundo acomoda. Y si esa pregunta remuerde nuestra conciencia, podemos confiarnos en descartarla como una amenaza.
Dr. Jeffrey Mirus.
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