En el debate del pasado martes, la senadora Claudia López se presentó ante la plenaria como “católica”, en medio de la discusión sobre el proyecto de ley 01 de 2016 Senado con el que se busca convocar a la ciudadanía a votar sobre establecer el derecho a ser adoptado por un padre y una madre. La declaración, aunque no es nueva, contradice abiertamente la vida pública de la senadora, que además de lesbiana confesa, pareja pública de la representante a la Cámara Angélica Lozano, apoya abiertamente el aborto, la Ideología de Género y la agenda homosexual, en abierta contradicción con la Fe Católica.
Yo soy católica. Mi madre es una mujer profundamente católica. Me gradué de un colegio de monjas, católico, y nunca, nadie, ni en mi familia, ni en mi Iglesia, ni en el colegio, me enseño que la Fe Católica, que es la fe basada en el amor, en el “ama a otros como Dios te ama a ti”, se debía usar para discriminar y excluir a otros en nombre de ninguna ideología. Y aunque esa es mi fe, como es la fe de la mayoría de los colombianos, a quienes no nos enseñaron a discriminar a nadie, la Constitución Colombiana consagra que este Estado es “laico”. ninguna ley ni ningún referendo se hace en este Congreso para hacer, ni lo “católicamente correcto”, “ni lo musulmanamente correcto”, ni lo “judíamente correcto”, ni lo “cristianamente correcto”, se hace para salvaguardar los derechos de los colombianos independientemente de su orientación religiosa.
Como decíamos antes, no es la primera vez que la senadora presenta esta línea argumentativa. En agosto de 2015, también en el marco del debate por el referendo que promueve la senadora protestante Viviane Morales, López le había escrito por twitter: “@MoralesViviane soy católica, pero a diferencia suya, no pretendo imponerle mi fe como discriminación constitucional a nadie. Estado Laico!”
Bien dice la senadora Claudia López, que la Fe Católica es la de la mayoría de los colombianos, por eso no sería extraño que alguien se describiese a sí mismo como católico. No lo sería, sino es porque en su vida pública, Claudia López defiende justamente lo opuesto a lo que la Doctrina de la Iglesia reclama a los fieles laicos. Mientras el Evangelio nos llama a defender el respeto por la Vida y la integridad de la Familia, como expresiones de la naturaleza creatural del ser humano, la senadora defiende el aborto y la agenda homosexual que socava la institución familiar y las relaciones humanas en general.
Probablemente, a esta contradicción es lo que la senadora llama “no pretender imponer la Fe”, porque “el Estado es laico”. Esto, como un todo, es también contrario al magisterio apostólico que nos exhorta a testimoniar el Evangelio en todos los ambientes en que los fieles laicos participamos. Más aún, específicamente en el campo político, quien cree en la redención de Cristo sabe que no puede haber un “bien común” que no facilite la salvación de los miembros de la sociedad, o que se pretenda separado de la vida de la gracia. Es imposble ser católico y no reconocer la realeza social de Cristo, y la soberanía absoluta de Dios sobre toda su creación.
En el fondo, las declaraciones de la senadora son el reflejo de una postura teológica llamada “Liberalismo”, y que la Iglesia condenó como herética. En la encíclica Libertas Praestantissimum, el santo padre León XIII diseccionó tal herejía por completo señalando su manifestación en tres grados distintos:
- Liberalismo de primer grado: Creer que la conciencia individual es la que dicta su propia ley moral al individuo, negando por entero la ley moral natural establecida por Dios al crear el Mundo y al ser humano.
- Liberalismo de segundo grado: Creer que sólo pueden obligar a la conciencia las normas a la que el hombre llegue por el uso autónomo de la razón, negando directamente la ley moral revelada, e indirectamente la ley natural cuando coincide con aquella.
- Liberalismo de tercer grado: Creer que la ley moral, natural o revelada, puede obligar a la conciencia individual de forma privada, mas no en su vida pública y menos a nivel del Estado, negando que la ley positiva ha de ser justa, es decir acorde con la ley moral, para poder ser legítima y obligar en conciencia.
Aunque en el tercer grado la herejía liberal aparezca moderada, nótese cómo las conclusiones prácticas siempre serán las mismas: La proclamación del “derecho” a contravenir pública y oficialmente la ley moral. En realidad, la única diferencia entre grados se encuentra en el nivel de coherencia interna de los razonamientos con que se justifican las mismas conclusiones; Siendo el primer grado, al menos coherente con una mentalidad deísta, de un dios que se aparta por completo de su creación (lo que los masones llaman “Gran Arquitecto del Universo”), que aunque absurda, apenas justifica las conclusiones.
Por esa misma razón, no sabemos qué grado de liberalismo es el que profesa Claudia López, pero sus conclusiones son síntoma evidente de Liberalismo. Esa doctrina herética es lo que ella llama “su Fe”, no la Fe Católica, sino su visión liberal de la misma. Y claramente, cuando ella se pone como ejemplo (“no pretendo imponerle mi fe como discriminación constitucional a nadie. Estado Laico!”), no lo hace por mera constancia de sí misma, sino reclamando lo mismo de todos los demás. Como buen liberal, reclama que todos los católicos renuncien a testimoniar su Fe en la vida pública. Así, se evidencia que en realidad Claudia López sí pretende imponer su “catolicismo” (es decir, la herejía liberal) al resto de la sociedad.
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