Reproduzco un artículo del Padre José Elver Rojas en la página de la Conferencia Episcopal de Colombia.
En los primeros siglos de la era cristiana, miles de personas se daban cita en el circo romano para observar como un cristiano luchaba por su vida hasta ser destrozado por las fieras salvajes. Ser cristiano era una decisión de vida o muerte.
Mientras miles de cristianos fueron devorados por las fieras, otros crucificados e incluso quemados vivos para diversión de los gobernantes y del pueblo, eran incontables las personas que permanecían en las tribunas dando crédito a este espectáculo.
Escenarios muy parecidos se siguen dando en los diversos contextos de la vida pública de nuestra patria colombiana.
Gente subida en las galerías de los coliseos mediáticos lanzando improperios, cada vez que la Iglesia hace resonar su voz profética en favor de la familia y de la dignidad de las personas. Incluso, cristianos católicos que abandonaron la arena, donde daban testimonio, ahora festejan y hacen parte de las turbas que atacan a la Iglesia.
Allá también están universidades católicas, medios de comunicación y políticos. Les motiva promover, acudir o por lo menos dar un guiño de aprobación a estos espectáculos en aras a obtener beneficios particulares.
Los tiempos actuales exigen más claridad en nuestra identidad. Ser cristianos católicos no es para profesarlo simplemente en los templos, o como en el caso de ciertas instituciones, para rellenar el espacio de Identidad e imagen corporativa, de su organización. Es para dar testimonio en las plazas públicas y arenas mediáticas de que somos del Señor y hacemos su voluntad. Además es la oportunidad para cuestionarnos si hace rato nos subimos en las graderías de una vida cómoda, mientras en la arena un puñado de cristianos luchan desesperadamente para que el Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia, no termine destrozado por fieras que complacen a grupos de poder, como a sus seguidores.
Aquí no se trata de jugar con el nombre de cristianos católicos para unas cosas y con cualquier nombre para otras. Cuanta más pluralidad posibilita el mundo, mayor identidad nos exige para saber quiénes somos, qué tenemos, qué podemos compartir y qué nos corresponde hacer.
El discípulo de Jesús ha de identificarse plenamente con él. “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama” (Mt. 12, 30). Si somos del Señor tenemos que ser coherentes entre lo que creemos y lo que hacemos, como dice el Apóstol Pablo “pues si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos; por tanto, ya sea que vivamos o que muramos, del Señor somos” (Rm. 14, 8).
Un cristiano católico no puede imitar actitudes como las que se presentan también en ciertos periódicos del país, que se profesan absolutamente liberales y evitan difundir cualquier asunto religioso, siempre y cuando no corresponda a un escándalo o tema que ponga en entre dicho a la Iglesia Católica. Sin embargo, movidos por sus intereses comerciales acuden a la religiosidad popular, de la que hasta mofa hacen, para llegar a las familias cristianas católicas con imágenes de santos y símbolos bíblicos.
Definitivamente hay gente e instituciones que hablan y presentan cosas de Dios, pero no creen en Dios ni en su Iglesia. Cuando les conviene se presentan como Católicos, pero cuando hay que dar testimonio huyen o sencillamente se camuflan en espacios mediáticos para gritarle a la Iglesia: anticuada, retrógrada, entrometida en asuntos políticos o de imposición de normas éticas y morales.
Nuestra identidad es algo muy valioso, si no sabemos quiénes somos, menos sabremos a dónde vamos. De ese modo caemos en conveniencias que matan la identidad y la imagen tanto de personas como de las instituciones.
Para un cristiano católico la verdadera identidad no proviene de lo que soy o lo que he logrado, sino de lo que Dios ha hecho en mí. (Fil. 3,4-9).
P. José Elver Rojas. Pbro
Director Comunicaciones CEC
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