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jueves, 14 de junio de 2012

El «discurso del odio» y las «leyes antidiscriminación» a la salida del juzgado, por Juanjo Romero

Ponencia de Juanjo Romero en el Congreso Mundial de las Familias recogida y publicada, en texto y en video, por Argentinos Alerta.

El «discurso del odio» y las «leyes antidiscriminación» a la salida del juzgado

Por Juanjo Romero. VI Congreso Mundial de Familias. Madrid.

¿Un tema importante?

En 1963 Hanna Arendt escandalizaba a la opinión pública con sus observaciones psicológicas sobre «la banalidad del mal» del nazi Eichmann [1], que estaba siendo juzgado en Jerusalén. Estimaba que la acusación se equivocaba presentándolo como un monstruo sádico, cuando no era más que un «burócrata simplón y meticuloso que pasaba horas en su despacho revisando papeles y acatando órdenes». No era más que un conformista.

Por aquellos años, Stanley Milgram, catedrático de psicología en Yale, realizaba el controvertido experimento sobre «la experiencia y la responsabilidad personal» que apoyaba las tesis de Arendt. Dos individuos acudían al laboratorio, uno hacía de alumno y otro de profesor. El alumno se sentaba y se le llenaba de cables y electrodos. El que hacía de profesor se encargaba de manejar la «máquina de descargas eléctricas ZLB». La máquina tenía una serie de palancas de intensidad graduada: de muy leve a altamente peligrosa. El que hacía de alumno debía memorizar parejas de conceptos --el objetivo ficticio del experimento--. Por cada fallo, y a instancias de Milgram, el que hacía de profesor debía «castigar» al alumno con una descarga creciente.

Milgram se quedó atónito: más de la mitad de los habitantes del sencillo pueblo de New Haven estaban dispuestos a electrocutar, dejar inconsciente e incluso matar a un conciudadano simplemente porque un «hombre con bata blanca se lo había dicho». Lógicamente el individuo que hacía de alumno era un actor y la máquina no hacía nada. El investigador concluyó que «pese a la naturaleza dañina de un acto incompatible con los criterios éticos más elementales, pocas personas tienen la entereza suficiente para resistirse a la autoridad» [2].

Mis colegas acaban de exponer magistralmente el sustrato ideológico y los distintos casos abiertos en Europa y EEUU sobre el «hate speech» --que podríamos traducir por discurso de odio-- y las leyes antidiscriminación. Han hecho especial hincapié en su uso para marginar a los cristianos. No voy a volver sobre el tema, pero sí llamar la atención sobre el peligro que podemos correr al pensar que es un tema lejano, una cuestión filosófica que se debate en los «altos tribunales» y que nos afecta poco.

Como muestran Arendt y Milgram, el derecho conforma fuertemente nuestra vida, y personas normales en un marco legal inmoral pueden ejecutar actos inmorales sin ser malos, sin cuestionárselo, por rutina -- pocas personas actúan por maldad--. Están, como mínimo, inmersos en una cultura que confunde legalidad con moralidad, poder con autoridad.
Y ese marco «legal» se traduce rápidamente en cuestiones prácticas y cotidianas, transformando una mayoría, desgraciadamente silenciosa, en culpable colectivo de supuestos atropellos.

Sin ir más lejos tenemos cerca la campaña anual contra la celebración del «día del padre», como si fuese una ofensa discriminatoria que atentase contra los que no pueden celebrarlo. Todavía no se han atrevido con el día de la madre, pero tiempo al tiempo.

O, recientemente en España, la desaparición del «Libro de Familia» o la sustitución de padre y madre en el registro por un aséptico «progenitor A» y «progenitor B». Actuaciones administrativas que eliminan barreras --supuestamente discriminatorias-- para la construcción de una realidad alternativa.

Por qué funciona

La utilización de este recurso, la «antidiscriminación», por el que la minoría impone sus criterios a la mayoría es relativamente moderno. Mayorías y minorías han existido siempre, mal llevadas, en equilibrio (toleradas) o bien llevadas (respetadas).

El caldo de cultivo de estos métodos es una realidad buena y positiva: los Derechos Humanos. Con hondas raíces cristianas, que convenientemente arrancadas, devienen en lo que Gauchet denomina la «sacralización de los derechos humanos», una pseudo religión que llena el vacío y aporta el aparente sosiego de una ideología consensual [3].

Esas palabras talismán en la que algunos resumen los DDHH: «libertad, igualdad y fraternidad», al carecer ahora de su alma cristiana unificadora se convierten en principios competitivos. Hasta tal punto que le podemos aplicar el adagio mercantil: «bueno, rápido, barato, elige sólo dos»; «libertad, igualdad, fraternidad, elige dos».

Los resultados represivos en el ejercicio de la libertad de opinión, religión, asociación…son evidentes. Los grupos que usan las «leyes antidiscriminación» como un arma para la marginación e incluso la persecución de los cristianos comparten el mismo sustrato ideológico, ya sean feministas, laicistas radicales o los activísimos homosexualistas.

Una síntesis de método marxista, tamizado por psicoanálisis freudiano y estructuralismo que consigue adaptar y unificar esas ideologías simplemente con una transferencia del objeto: el proletario marxista con el reprimido freudiano nos da un oprimido. El discriminado en sus diversas variantes cosificadas, para esas ideologías no son personas, la mujer, el homosexual, el indígena…

Pero un discriminado que sólo puede ser utilizado en el marco de unos DDHH que paradójicamente sólo funcionan en sociedades cristianas o post cristianas que daban pleno sentido a esos derechos. Es obvio que el discurso antidiscriminatorio no cuaja en sociedades islámicas, orientalistas que no reconocen la universalidad de los DDHH precisamente por un cristianismo que ya no tienen.

Cómo funciona

¿Las acciones en los tribunales son concertadas o simple casualidad? Da igual. Un ejemplo y que cada uno saque sus conclusiones.

En febrero de 1988 se organizó en Warrenton, Virginia, un «Congreso de guerra» [sic] al que acudieron 175 militantes gay, de los más influyentes. Representaban a asociaciones repartidas por todo el país y su propósito era establecer los cuatro principios básicos que habrían de definir el movimiento gay [4]. Tras la reunión Marshall Kirk y Hunter Madsen, sociólogos formados en Harvard y militantes homosexuales, redactaron un manifiesto en defensa de la homosexualidad que proponía «dejar a un lado las prácticas de antaño en favor de estrategias propagandísticas muy bien diseñadas. Lo que ayudaría a poner los cimientos de la nueva fase de la revolución gay y su posterior victoria sobre la intolerancia de este mundo».

La estrategia propagandística se desarrollaría de manera sistemática en tres fases: primero hay que embotar o insensibilizar a la opinión pública americana, para luego obstruir y paralizar con el objetivo de transformar. Su estructura nos hace recordar lo expuesto por George Orwell en su obra 1984: «de una forma u otra, el hecho de poder separar la palabra de su referente semántico, y manipularla de manera conveniente, constituye la base y fundamento de todos los principios de carácter abstracto que configuran la campaña propagandística que proponemos» [5].

Como describe Paul E. Rondeau en «Vendiendo la homosexualidad a América», el proceso se podía asimilar a un plan de marketing.

  • 1. Reinventando el producto: Un nuevo concepto de homosexualidad, sólo mostrar lo semejante hasta que parezca que se ha comprendido. Hay que ocultar otro tipo de parafilias.
  • 2. Redefiniendo lo excepcional como normal. De todos es la conocida campaña con la que con criterios exclusivamente ideológicos, no científicos, consiguieron la eliminación de la homosexualidad del manual de psiquiatría, el DSM III.
  • 3. Realce del producto: «son dos las razones por las que debemos considerar a los personajes históricos de gran utilidad para nuestros propósitos: en primer lugar, todos ellos están más muertos que muertos, por lo que no pueden negar la verdad sobre ellos y demandarnos por comentarios calumniosos. En segundo lugar, y de mucha más relevancia, las virtudes y logros que provocan la admiración de estos personajes históricos no pueden ser susceptibles de descrédito por parte de la gente puesto que los propios manuales que se utilizan en muchas instituciones académicas los han expuesto de manera irrebatible» [6].
  • 4. Relanzamiento del producto: Los propagandistas homosexuales han cogido el hábito de indicar, cada vez con más frecuencia y de manera más notoria, a los demás como desean que se les denomine. De la imposición del vocablo «gay», evitar el uso de la palabra homosexual o que se les considere «minoría sexual», para reforzar la idea de que constituyen un grupo social con derechos específicos.

Pero en este «plan de marketing» lo verdaderamente tenebroso es el precio que hay que pagar por discrepar: la categorización como «odiador», homófobo, enemigo, discriminador. Una acusación injusta, que como señalan sus creadores está basada en la disociación con el referente semántico. Una acusación de la que es complejo defenderse [7]. Un precio que a la larga, si triunfan sentencias y ambientes discriminatorios consiguen, como señalaba Milgram que «pese a la naturaleza dañina de un acto incompatible con los criterios éticos más elementales, pocas personas tengan la entereza suficiente para resistirse a la autoridad».

Porque quien dice homófobo dice machista, islamófobo, anti-laicistas, etc, etc.

Conclusión

Estamos inmersos en una «guerra cultural» contra los cristianos. Este no es un frente más. Démosle la importancia que se merece. Apoyemos a todas las organizaciones que generosamente están en primera línea, en EEUU, en Europa, en Latinoamérica. Dar difusión a sus estudios, victorias y alertas puede ser nuestra gran contribución.

Notas:

[1] Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal .La frase se refiere al comportamiento de Eichmann en el juicio, no mostrando ni culpa ni odio, alegando que él no tenía ninguna responsabilidad porque estaba simplemente «haciendo su trabajo». Él cumplió con su deber ...; no sólo obedeció las órdenes, que también obedeció a la ley. , (p. 135).
Adolf Eichmann. Fue el responsable directo de la solución final, principalmente en Polonia, y de los transportes de deportados a los Campos de Concentración alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.

[2] Cf. J. Head y A. Potter, «Rebelarse vende», 2005, p. 40.

[3] Marcel Gauchet, «Quand les droits de l’homme deviennent une politique», Le Débat, no 110. Citado en Rocella y Scaraffia, Contra el Cristianismo, 2005.

[4] Kirk & Madsen (1989). After the ball: how America will conquer its fear and hatred of gays in the '90s.

[5] O.C.

[6] Kirk & Madsen (1989). After the ball: how America will conquer its fear and hatred of gays in the '90s.

[7] Julia T. Wood & W. Barnett Pearce Sexists, racists, and other classes of classifiers: Form and function of “...Ist” accusations, 66 Q. J. SPEECH 239, 239 (1980).

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