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viernes, 1 de junio de 2012

Lo que los homosexuales buscan en el matrimonio

Me he topado con un artículo del inquisidor cristianófobo Felipe Zuleta en que arremete contra la institución matrimonial, la tan anhelada por los homosexuales ‘institución matrimonial’. Puede parecer una postura demasiado personal, sin embargo, resulta reveladora para entender las consecuencias que las leyes de “matrimonio” homosexual han causado allí donde han sido aprobadas.

Matrimonio y mortaja…


Por Felipe Zuleta

Si bien la Corte Constitucional ha medio despejado el camino para que las personas del mismo sexo algún día contraigan matrimonio, lo cierto es que ha otorgado a los homosexuales y lesbianas, mediante sentencias, una cantidad de derechos que en un país tan godo como este, eran impensables. El tema fundamental es si se pueden casar y, además, si pueden convertirse en familia. La corte ha subido de nivel a la comunidad LGBT al reconocer que sus uniones constituyen una familia, aun cuando lo del matrimonio quedó enmochilado.

La verdad, eso no me molesta, pues he estado legalmente casado con una mujer en Colombia y después con un hombre en Canadá. Y ahora que estoy divorciado de esas dos personas, recuerdo a mi abuela cuando sostenía que “matrimonio y mortaja, del cielo baja”. Lo digo porque a mi edad, más de medio siglo, he llegado a la conclusión de que si hay algo contra natura es precisamente el matrimonio. De cuando acá uno tiene que firmar un contrato perpetuo sin que lo pueda renovar cada cierto tiempo, como se hace con cualquier otro pacto. Eso, claro está, si ambas partes están satisfechas con el cumplimiento de las obligaciones y el ejercicio de los derechos. Pero no, por esas cosas de las culturas, uno se casa y queda más enredado que un comodato entregado a un convento de monjas.

El sentido de pertenencia y ejercicio de propiedad que desarrollamos con nuestras parejas, el tener que compartir todo, baño, cama, carro y hasta ropa, es realmente un suplicio y, por qué no decirlo, violenta el más elemental de los derechos: nuestra privacidad. La invasión de nuestra órbita íntima con preguntas tan estúpidas como “¿qué estas pensando?”, son razones más que suficientes para creer que no importa cuál sea la clase de matrimonio, eso sale pésimo, como pésimo sale que creamos que el matrimonio es el estado natural de los seres humanos. Además, percibo que mientras las parejas heterosexuales se divorcian cada vez más, los homosexuales y lesbianas quieren casarse. ¿Quién entiende eso? Yo, por lo pronto, no. Por algo se dice que “la mayor causa del divorcio es el matrimonio”.

Insisto, puede parecer una opinión totalmente personal, pero no deja de ser curioso que allí donde se han aprobado leyes de “matrimonio” homosexual surgen exoticidades tales como el Divorcio Exprés, el Matrimonio temporal prorrogable, o cosas como la propuesta de reforma del Código Civil argentino en el cual “La fidelidad dejará de ser un deber conyugal y el adulterio ya no existirá en términos jurídicos como causa de divorcio. Los cónyuges ya no "se deberán fidelidad", sino asistencia y alimentos. Tampoco estarán obligados a vivir bajo un mismo techo. También desaparecerá el texto "los cónyuges deben respetarse".” y además promete divorcios en el plazo de una semana. Así que, como puede verse, las ideas de Zuleta están sumamente difundidas entre las élites del progresismo político.

Y es que la realidad no parece estar muy de acuerdo con ello de que “mientras las parejas heterosexuales se divorcian cada vez más, los homosexuales y lesbianas quieren casarse”, pues allí donde la ley ha alterado la definición de familia para “incluir” a más parejas, las homosexuales, las bodas gay son ínfimas, y además duran menos que un brinco. Así que, parece ser que el matrimonio no es una verdadera necesidad entre los homosexuales. O no saben lo que realmente quieren, o simplemente están siendo deshonestos con la sociedad. Tal vez la respuesta se encuentre en los otros efectos que han tenido las leyes de “matrimonio” homosexual: Adoctrinamiento sexual de los menores y persecución a todo el que se oponga a la Ideología de Género. Y en esto, Felipe Zuleta parece estar de acuerdo con tales leyes.

Parece sintomático, y además es bastante decepcionante que resulten tan simples quienes se han movido con artimañas tan sutiles, pero va a resultar que todo este movimiento pro conseguir el “matrimonio” gay no busca en realidad otra cosa más que pretender forzar por vías legales a la gente a creer que la homosexualidad es algo perfectamente normal y natural. Pretenden que a punta de leyes pueden lograr que una pareja homosexual se convierta en familia y encima pueda tener hijos, y en el fondo no persiguen cosa diferente a acallar esa vocecilla de la verdad que murmura en el fondo de sus conciencias, que les insiste en que por más leyes que pongan en medio, la homosexualidad nunca será algo natural ni benéfico.

La alteración del matrimonio (alter-ar, hacer otro), no conlleva por tanto, ningún provecho para los homosexuales, y ellos lo saben (no son tontos), sino que implica despojarlo de toda sustancia, convertirlo en una mera pantomima, reducirlo a un mero contrato para el uso mutuo. En palabras del teólogo Daniel Vicente Carrillo:

Primero fue el amor sin descendencia ("libre"), luego el amor sin compromiso (al que habría que llamar "libérrimo"). Ahora sólo queda el "amor" sin amor, entiéndase, la cópula libertina, esgrimiendo el mero goce escatológico del propio cuerpo en perjuicio de cualquier otra consideración. Hay heterosexuales que "aman" así, pero no están obligados a hacerlo. La institución jurídica del "matrimonio homosexual", por contra, crea un modelo que desecha cualquier forma de relación que no sea la fundada en el banal interés erótico y en la indiferencia sádica.

No puede haber comunión de ideales ni afirmación de la vida (esto es, familia) desde la perspectiva de la caducidad, como tampoco puede darse la amistad desde la instrumentalización sexual del otro ("Para considerar a una mujer nuestra 'amiga' sería preciso que nos inspirase alguna suerte de antipatía física", dejó escrito Nietzsche). Los homosexuales degradan el amor, rebajándolo hasta el nivel de la amistad, para acto seguido arruinar la amistad, encerrándola en la mazmorra del sexo.

(…)

Además, el placer sexual es una pasión y, por consiguiente, carece de fines propios. Los homosexuales no reinvindican el derecho al amor -eso iba a ser como reinvindicar el derecho a la alegría: una estupidez-, sino al placer. La capacidad de amar no puede regularse de forma directa, pues es de naturaleza interna. Sólo se regulan los actos externos, a saber, la consecución de una descendencia, a cuyo núcleo afectivo llamamos familia, o en su caso, la búsqueda del mero goce, a la que nos referimos como concubinato. La homosexualidad queda forzosamente reducida a este último supuesto.

El sexo es siempre promiscuo, el amor es su némesis, que le pone freno. Y el amor necesita un cauce o fin permanente para no extraviarse ni agotarse demasiado pronto. Así pues, el "amor homosexual", aun si existiese, cosa que niego, no tendría nada que ver con el matrimonio, al no contar con fines naturales.

Los gays reclaman el derecho al matrimonio para escarnecer el amor y, mediante su marginación, parecer ellos menos enfermos. Se intenta dar una solución sociológica a un problema a la postre psicológico, arrastrándose a todo el cuerpo social en una caída en picado hacia la animalidad.

(…)

Debo insistir: los gays no buscan ser naturalmente iguales que el resto de parejas, porque es imposible, ya que su condición física y espiritual se lo niega. Buscan que esas parejas sean iguales a ellos: eso sí es posible, y la ley aquí es sólo un instrumento para perpetuar esa práctica marginal. Por lo común la ley reafirma la costumbre generalmente aceptada; en España se ve que también nace para negarla y pervertirla a golpe de chantaje moral.

El anterior texto fue escrito en el 2007, por lo que tales afirmaciones eran a modo de predicción. Hoy, 5 años después, lamentablemente comprobamos lo acertadas que estaban.

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